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Nacional Sociedad

BOLIVIA EN TU DÍA / Niñas y adolescentes víctimas de trata y violencia tienen una esperanza en Munasim Kullakita

La fundación ya tiene una década de ayuda en la ciudad de El Alto. Acoge a adolescentes que cayeron en las redes de tratantes. El el refugio las jóvenes encuentran un sentido a sus vidas.
4 de Agosto, 2016
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Una de las niñas dentro del centro Foto: ANF
Una de las niñas dentro del centro Foto: ANF
Yolanda Salazar Molina

La Paz, 4 de agosto (ANF).- Fernanda (nombre cambiado) a sus 13 años fue entregada por sus padres a una señora amiga para que la ayude en los quehaceres domésticos. Partió con la mujer desde Mapiri, población ubicada en la provincia Larecaja, hasta la ciudad de La Paz. No hizo muchas preguntas cuando se fue de su casa dejando a sus padres y sus dos hermanos, pese a que no conocía bien a su nueva apoderada.

La mujer le prometió mayores oportunidades en la vida: estudiaría y vestiría mejor en la ciudad, pero los golpes no tardaron en llegar. Fernanda, pese a su corta edad, debía trabajar para ella. Al ser consultada sobre su pasado tortuoso, no brinda muchos detalles, pero aguanta de llorar mientras recuerda. 

Relata los golpes con los cables y las frecuentes amenazas que la mujer profería contra ella si no hacía lo que pedía: “Te voy a ahogar”, recuerda.

Un día acompañó a su abusadora a Huatajata que iba a visitar a unos familiares. La mujer dejó a Fernanda en una casa y ella aprovechó para salir como fuera posible. Al estar fuera pidió ayuda a los vecinos del lugar para poder regresar a La Paz. Pero nadie acudió.

Caminó hasta la población de Batallas, distante a 50 kilómetros de la ciudad de La Paz. Contó el hecho a un vecino del lugar y éste se conmovió con su historia y le brindó cobijo por esa noche.

Al día siguiente la llevó a la Defensoría de la Niñez y así llegó al refugio que acoge a personas víctimas de trata y tráfico: Munasim Kullakita.

Recuerda que al principio tenía miedo de que se repitan los golpes en ese lugar, pero al ingresar se dio cuenta de que había más chicas que pasaron por situaciones similares a la suya, y que le ofrecían ayuda.

Ya son tres años que está en ese refugio. Recibe capacitación y talleres de prevención. Comparte su cuarto con dos chicas.

En total, en el hogar son 16 jovencitas que fueron rescatadas de redes de trata y tráfico y de círculos viciosos como el alcohol y las pandillas.

La casa de acogida está ubicada en la ciudad de El Alto, su nombre significa “Quiérete hermanita”. Ayuda a las jóvenes a salir de las redes de trata y tráfico y les otorga los recursos necesarios para que se vuelvan mujeres independientes.

El refugio es parte de los trabajos de la Diócesis de El Alto y cuenta con el apoyo de instituciones de países como Alemania, España y Bélgica. Munasim Kullakita trabaja en la temática desde hace una década y en ese tiempo ayudó al menos a 78 niñas por año a salir de la violencia sexual comercial y de la violencia intrafamiliar.

Munasim Kullakita actúa con un modelo innovador que involucrar a toda la comunidad para que se vuelvan actores en la lucha contra la trata y no solo espectadores.

“El hogar es un espacio que arranca un proceso respetuoso, armónico con la persona, donde logramos reinsertarlos. Desarrollan habilidades y cuentan con un entorno seguro, de confianza, de diálogo y cariño que es lo que muchas (afectadas) no han podido tener”, dice a ANF el director de la fundación, Ricardo Giavarini.

El hogar 

Algunas de las niñas están en la sala, otras en la cocina y otras en la panadería haciendo sus quehaceres. Todos los días se ponen un reto diario para ser mejores personas y por la noche dialogan entre ellas para evaluar si lo cumplieron.

Son seis dormitorios con juguetes y peluches de las niñas, una habitación para las educadoras, una sala, una cocina, un cuarto para el trabajo psicológico, entre otros. En las paredes hay muchos recortes, dibujos y avisos de las amparadas.

Las jóvenes reciben talleres, hacen deporte, aprenden a hacer manualidades en goma eva, cuentan con profesores para seguir estudiando y tienen una panadería donde elaboran galletas de almendra para proveer al subsidio de lactancia.

Un grupo entra a la panadería a las 07:30 de la mañana y trabaja hasta el mediodía. Mientras ríen y juegan, las jóvenes van cortando la masa de las galletas en moldes redondos. Cada una recibe un sueldo por esa labor.


 
Trabajo en los colegios 

La fundación también realiza trabajo de prevención en los colegios que están en El Alto: en lugares neurálgicos como Senkata, cerca de la 12 de octubre, y Villa Ingenio, donde tratan que toda la comunidad, directores, profesores, estudiantes, puedan conocer y actuar sobre la temática.

Es así que se crea confianza en los estudiantes para que puedan hablar sobre sus problemas y evitar ser vulnerables a las redes de trata y tráfico de personas, que buscan entre sus víctimas, a jóvenes con problemas familiares o económicos.

Centro de Escucha 

Cerca de La Ceja de El Alto, la fundación habilitó el Centro de Escucha, donde las personas pueden ir a hablar con psicólogos y recibir apoyo. Además funciona como un espacio de cohesión de la comunidad y donde se capacita a las personas y se charla sobre la violencia comercial infantil y la violencia intrafamiliar.

“Se trata de involucrar a la gente y así que todos nos interesemos y cambiemos la manera de ver y abordar el tema”, señala Giavarini.

Centro en Tilata 

El Centro en Tilata, cerca de Viacha, es la última fase de la ayuda a las niñas que ya crecieron y que deben ser independientes. Las jóvenes que perdieron el contacto con su familia o que no pueden regresar al núcleo familiar porque son vulnerables a volver a caer en las redes de trata, son candidatas para ir a ese lugar.

Además la fundación tiene y busca convenios con empresas y universidades para conseguir fuentes de empleo y hacer a las jóvenes independientes económicamente para que puedan cumplir sus sueños. Actualmente hay 10 adolescentes en el centro.

Al menos 6 de las 10 jóvenes que entran al centro se reinsertan en la sociedad con un trabajo propio y con ciertas habilidades que aprendieron en el refugio. Cuatro de ellas, en algunos casos, vuelven a las redes de trata, a las pandillas o a las drogas, según las estadísticas de la fundación.

Fernanda está ahorrando el dinero que gana con las galletas que elabora para comprar un terreno en Mapiri a sus padres. Aunque ella no puede volver a su hogar, porque no existen las condiciones, siempre piensa en su familia. “No quiero que pasen lo mismo que yo, aquí hay mucha violencia”, expresa.

/YSM/LFCB/

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