OMAR QAMASA GUZMAN BOUTIER
Contra viento y marea (y lo principal, de espaldas a la realidad), el país se ve obligado a recorrer un inicial desprolijo cronograma “electoral”, diseñado por el Tribunal Supremo Electoral (TSE), cuya fase final deberá concluir con las elecciones nacionales del próximo año. Como era de esperar, la realidad se manifiesta entonces desbordando por todo lado el envase tan esforzadamente construido por el órgano electoral. Las denominadas “elecciones primarias” hasta ahora han ratificado lo que todos sabían, excepto el TSE: la pobre existencia de los partidos políticos. La ilusión de la democratización de una de las principales instituciones del sistema político democrático (o sea, los partidos políticos) se ha disuelto a fuerza de las miles de denuncias presentadas por ciudadanos que figuraban como militantes en los partidos…, aunque sin haberse inscrito nunca a los mismos. Más allá de lo irrisorio de este hecho, el motivo preocupante que destaca es el referido a las “fallas” que se muestra en el manejo del padrón electoral; mucho más si, como se supone, ese padrón deberá a su vez servir a las elecciones nacionales. Pero, claro, nada de ello importa al TSE, empeñado en cumplir las elecciones primarias, previstas para el 27 de enero próximo. Por supuesto que no se trata de un ilimitado amor que en este tribunal se profesa a la democracia, sino, antes, de los esfuerzos por no irritar la planificación que, por su parte, tiene el partido de gobierno -el Movimiento al Socialismo (MAS)- para formalizar la inconstitucional candidatura Morales-Linera, ante el TSE.
Con todo, Bolivia ingresa con el inicio del cronograma electoral a una nueva coyuntura política, sea o no reconocida por parte del TSE la inconstitucional candidatura del MAS. Una coyuntura, como vemos, nacida ya con irregularidades en su primera etapa, consistente en la “democratización” de la vida de los partidos políticos. Pero la manera en que este país se acerca a la nueva coyuntura es, a su vez, algo que se venía venir. Esto, porque todo el proceso de las primarias se encuentra antecedido por una onda larga de concentración y abuso de poder por parte del gobierno. En esta onda destacan la desinstitucionalización del Poder Judicial, del ministerio Público, de la Defensoría del Pueblo, sin contar con el debilitamiento y desprestigio institucional de la Policía o la judicialización a las protestas sociales, la vigilancia y persecución a opositores políticos. Es indudable que estos manotazos a la democracia que reparten los hombre de Evo Morales, ha creado un clima de intranquilidad en las instituciones estatales y el TSE, por lo visto, no es ajeno a ello. Se diría que con mayor o menor disimulo, todas las instituciones terminaron por acomodarse a la agenda gubernamental, a fin de viabilizar la inscripción de la inconstitucional candidatura masista, para las próximas elecciones nacionales.
En efecto, la pasividad (por decir lo menos) que mostró el TSE desde hace meses, cuando en el MAS se levantó una verdadera tontería a título de “argumento” para imponer el desconocimiento a los resultados del referéndum del 21 de febrero del 2016 (aquello de que “la reelección es un derecho humano”), fue resultado, antes que de la prudencia, del cálculo de los tiempos políticos por parte del tribunal electoral, para encontrar la manera de acomodarse a la violación a la Constitución Política del Estado (CPE). Se venía, por tanto, venir lo que parece el incumplimiento constitucional también por parte del órgano electoral. Para maquillar con una suerte de distracción esta conducta, las denominadas elecciones primarias fueron instrumentalizadas de acuerdo a los tiempos políticos requeridos desde el palacio de gobierno. Claro que en todo ello se contó con el acompañamiento de la prensa para-oficial, a fin de brindar la cobertura “informativa” necesaria como para darle la seriedad y credibilidad al plan “re-elección inconstitucional” del MAS.
Sin embargo todo este infantil proyecto comienza a derrumbarse y lo hace, precisamente, en el momento en el que principia una nueva coyuntura política. En realidad los cálculos en el gobierno fueron tan desastrosos que instrumentalizaron las acciones de las instituciones y los tiempos, para un mismo momento: dilación en la decisión del TSE, vigilancia y seguimiento a opositores y comunicadores (algo que ya lo insinuamos en una anterior columna) por medio de la policía, según un audio filtrado y difundido por las redes sociales y finalmente, pantomima de elecciones primarias. ¿A qué se debe el comienzo del derrumbe de este plan?
Desde nuestro punto de vista ello se debe al alto espíritu democrático con el que cuenta la sociedad boliviana. El espíritu democrático de esta sociedad se ha instaurado con fuerza desde fines de la década de 1970 y a lo largo de estas ya cerca de cuatro décadas se ha enriquecido en múltiples sentidos, aunque de manera desigual en los diferentes sectores sociales. En conjunto se trata de una verdadera acumulación en el seno del pueblo, para decirlo en lenguaje zavaletiano. Esta adquisición política-social permitió atravesar momentos tan difíciles como el período del radicalismo del libre mercado (comúnmente conocido como neo-liberalismo), los tiempos de la llamada “guerra por el agua”, la “guerra del gas”. Tiempos de convulsión en los que le permitió enfrentar y derrotar no sólo políticamente a un gobierno (el de Sánchez de Lozada) que había desplazado nada menos al ejército para doblegar a una ciudadanía resueltamente decidida a defender sus recursos naturales, sino también posibilitar que los beneficios de aquellos recursos naturales sirvieran como palanca para la democratización social (aquí el concepto, claro, en sentido weberiano). Y ese mismo espíritu democrático derrumbó constantemente las nada disimuladas prácticas de control político del actual gobierno del MAS; derrotó cuanto intento antidemocrático de institucionalizar la violación a los derechos y libertades ciudadanas ensayadas por el oficialismo, en particular durante los últimos cinco años.
Las sucesivas derrotas democráticas del gobierno de Evo Morales, en el referéndum de febrero del 2016, en las “elecciones” para el Poder Judicial y en toda iniciativa presentada para amañar la democracia, son el resultado directo de la democracia como valor, acumulada en el seno del pueblo. Ante la desinstitucionalización impulsada por el gobierno (acto que es, para el Estado, como arrancarse los ojos), la sociedad se vio obligada a moverse de manera casi subterránea, orientada por sus ansias democráticas. Esporádicamente, pero, dejó en claro su voluntad democrática; sin embargo, ni aun así quiso entender el gobierno, enceguecido por su esquema dictatorial, tales mensajes.
Entonces, ¿por qué extrañarse que esa misma voluntad, nunca doblegada, desde el silencio que le brinda la seguridad de su certeza, comience a echar ahora abajo el castillo de naipes que busca contrarrestar la democracia, institucionalizando la dictadura del MAS? Lo cierto es que la tensión entre dictadura y democracia aumenta a medida que el tiempo transcurre. En esta situación, las piezas menores -o peones, en nuestro imaginario tablero de ajedrez- se encuentran en una muy incómoda situación. Llamados a cumplir con los deseos de la antidemocracia que, eventualmente, ocupa el gobierno y en medio de la vigilante presencia democrática de la sociedad, apenas atinan a dar tropezones. Unos, desde la comandancia general de la policía, ultimando los detalles para salir a la caza de todo ciudadano de espíritu democrático (según se deduce del audio difundido por las redes sociales) y otros, desde el órgano electoral, prefieren hacerse a los desentendidos, mirar a otro lado y ofrecer un acto que se acerca a la teatralización, aunque muy del agrado del MAS, para distraer a la ciudadanía con elecciones primarias en los partidos políticos. Lo peor de esta acción es que conlleva a levantar motivos para sospechar que se trata de un árbitro que, en las elecciones nacionales próximas, bien puede ofrecer mayores motivos como para descreer de su imparcialidad. Más allá de todo, dijimos, comienza una nueva coyuntura, en la que el potencial democrático, como es natural, se expresa en múltiples opciones, mientras que la antidemocracia se halla arrinconada en la oscuridad que a las ansias totalitarias caracteriza.
Omar Qamasa Guzman Boutier