Niñotoy Jesusito, Papa Noelcito, o quien esté cargo de las listas de Navidad, estito quiero: Aceitito, huevito, tomatito y papelito para mi porompompón. Fotocopias de mi carnetcito y foldercitos amarillitos, para darles gusto a los zánganos de Impuestos y otras reparticiones estatales, repletas de chupa medias y amarra huatos del jefazo de turno (sin importar el partido).
También quiero otros regalitos: una bolsita repleta de antidepresivos que me ayudarán a combatir la desesperanza frente a los obvios bloqueos, paros y huelgas que harán los evistas, como medidas para proteger a su jefazo. Sí, ese mismo, el amante de las quinceañeras.
Igualmente quiero otro regalito: una lista de música buena onda, para las interminable filitas de gasolinita, que tendré que hacer el 2025.
una lista de música relajante y zen, para las interminables filitas de gasolinita, que tendré que hacer este año. Y por favor, no te equivoques, te pedí dolarcitos y me trajiste dolorcitos (de cabeza y de estómago de tanto ver las noticias de esta comarca). Dame platita para pagarle a los paquitos de turno, esos que piden inspección técnica y dejan circular latas humeantes y chirriantes, pero como reciben sueldito del sindicatito, biencito llenan las calles de chutitos y robaditos, y la gente tontita le dice transporte “público”, creyendo que “es de todos”.
Esito no más quiero. Porque pedir paz, unidad, un alto a las empresas estatales, y su debido cierre, es para dejarlo a las pocas neuronas que sobreviven en esta caquistocracia.
Nosotros vemos, hemos visto y, veremos el descalabro (una vez más) de bolivianos ambiciosos, crueles y corruptos, que de tanto en tanto apuestan por creer en huevadas como el socialismo, el populismo, el modelo plurimulticuliproductivo o cualquier estupidez en la que existe un aparato estatal, que se cree Robin Hood y termina mal administrando las riquezas del país.
La pura verdad, mis regalitos, los auténticos, los que vienen del corazón, tienen que ver con un impresionante egoísmo. No es que me valga madres los acontecimientos de Medio Oriente, la guerra en Ucrania, o los conflictos en Siria, y ande pidiendo paz para el mundo.
Pero esta vez quiero regalarme, a mí y a los míos, así como a los amables lectores que me siguen desde hace mucho, o a los que me leen por primera vez, un momento de serenidad. Recordando que la verdadera riqueza no está en lo que posees, sino en lo que das desde el alma.
Dejemos que la bondad sea tu lenguaje universal, que tu mirada irradie compasión y tus palabras sean susurros de aliento. La paz no es un destino lejano, sino un sendero que construimos con cada acto de amor y comprensión. Enciende dentro de ti una luz que no se apague, una llama de esperanza que inspire a los demás a caminar juntos, más allá de las diferencias, hacia un mundo donde la unión sea nuestra fortaleza. El 2025 la vamos a necesitar más que nunca porque “año electoral” dixit y saldrán los “salvadores” a endulzar a la gente con promesas, mientras la realidad, sin importar el color político, muestra que seguiremos haciendo fotocopias de carnet “saecula saeculorum”.
Que esta Navidad te regale la claridad de ver lo esencial: la conexión con quienes amas, la gratitud por lo que tienes y el anhelo de un mañana más justo y sereno. Respira, suelta, y abre tu corazón. La serenidad ya está en ti; compártela con el mundo. Con infinito amor tu amiga columnista.
La autora es periodista