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Opinión

Los sepultureros

2 de Mayo, 2019
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OMAR QAMASA GUZMAN BOUTIER
Como salida de las tinieblas, una falsa “izquierda” en Sudamérica ha sepultado, por algún tiempo, el pensamiento social en la región, otorgando abundantes pretextos a la extrema derecha para intentar volver al control del poder. ¿Cómo fue posible que esa supuesta “izquierda” llegara al poder? Y a todo esto, ¿en qué consiste hoy en día el pensamiento social? Entre ambos cuestionamientos hay una relación dada por la democracia, entendida como autodeterminación y como sistema político. 

Por otra parte, las respuestas se encuentran en el triángulo conformado por las nociones de “falsa izquierda”, “pensamiento social” y “capitalismo”. Hablar de una falsa izquierda supone precisar al menos cuatro elementos. Primero, la no correspondencia entre postulados teóricos y clases sociales (la clase obrera) a las que estaban destinadas aquellas teorías (el socialismo científico). Segundo, la inexistencia de una organización política de izquierda con identidad ideológica y programática. Tercero, la conformación de niveles de dirección de esa falsa “izquierda” con miembros, en gran parte, de poca o ninguna experiencia política y finalmente, la institucionalización de relaciones de sujeción prebendal bajo los caprichos del principal dirigente de aquella “izquierda”. 

Más allá de las particularidades de lo que en cada época pueda entenderse por “pensamiento social” (habida cuenta que vivimos definitivamente en otra época) pueden identificarse algunos denominadores comunes. Sintetizando diremos que éstos siempre se han referido a la libertad, al respeto de la dignidad humana y a la transparencia en los actos de gobierno; después, cada época le añadió un programa específico, dependiendo de la clase social dirigente de las luchas sociales. Por ello, a la hora de la evaluación a estos gobiernos de “izquierda” en Sudamérica, destaca la contravención incluso a estos supuestos generales. El atropello a las libertades democráticas es una constante en Venezuela, como lo fue en Ecuador bajo Correa y como continúa siéndolo en gran medida en Bolivia; con la particularidad en este último caso los principales órganos democráticos (el poder judicial y el órgano electoral) no son sino manejados a control remoto desde el palacio de Gobierno con órdenes transmitidas a funcionarios títeres, encargados de maquillar los atropellos democráticos. Siguiendo con Bolivia, recordemos que el respeto a la dignidad humana es lo último que le ha preocupado el gobierno de Morales. Los ejemplos van desde hacerse amarrar los zapatos por un subalterno, hasta la humillación pública a la mujer, por parte de la dirigencia sindical del Chapare y del principal aliado de Morales en Santa Cruz, Percy Fernández. La transparencia en los actos de gobierno ha sido algo del todo desconocido en gobiernos de Venezuela, del Ecuador de Correa, de Bolivia, del Brasil bajo Lula  o de Argentina bajo los Kirchner. Al contrario, los actos de corrupción llevan a pensar que grupos delincuenciales, con gran influencia en esos gobiernos, han operado tras las paredes. 

Preguntarse en cómo pudo ocurrir ello es pues del todo pertinente. El contexto general de esta experiencia histórica está dado por la época de los cambios. Ésta se caracteriza por un cambio substancial en la composición orgánica del capital. Este cambio afectó al sistema capitalista y a la sociedad toda. En definitiva, puede resumirse esta influencia señalando que la composición social, así como las clases mismas, se han modificado. De hecho, para inicios del presente siglo ya en todo el continente, así como en todo el mundo, la clase obrera había dejado de ser considerada como una clase que aglutinara a las clases subalternas, es decir, la centralidad obrera había dejado de ser una realidad. Ello ocurrió por lo menos hace cuatro décadas. Hablamos, que la clase obrera había perdido su gravitación política. En segundo término, la composición misma de la clase obrera se ha modificado (y no nos referimos a tonterías tales como “obreros independientes”, para supuestamente describir este cambio) porque el proceso de producción ha abandonado sus últimos vestigios artesanales, para trocarse en producción maquinizada y últimamente robotizada. 

Esos cambios tuvieron una notoria influencia en el ámbito político. En principio, así como la clase obrera se ha modificado y ha perdido la centralidad proletaria, así también se ha distanciado del propio discurso político obrero de hace un siglo atrás. Este proceso de distanciamiento comenzó a nivel mundial al menos a inicios de la década de 1960. En concreto, decimos que propuestas clásicas como la dictadura del proletariado han cedido su lugar a propuestas como la defensa de la democracia. Se trata de un cambio que, sin embargo, no se ha operado en todos los ámbitos de la teoría social y de la teoría política y menos en los actores políticos. 

En tal sentido el cambio no se ha manifestado en la evolución de los grupos políticos expresivos del pensamiento obrero, es decir, en los partidos de izquierda. Lo que se ha presentado es una notoria disparidad entre partidos de izquierda y cambios operados. Así, en su gran mayoría, estos grupos de izquierda se mantuvieron anclados en el dogmatismo de la comprensión del mundo bajo un esquema maniqueo del blanco y negro. Por supuesto que los propios partidos de izquierda han sentido el efecto de los cambios, en términos de su desintegración y de la reducción de su militancia. Esta fase de crisis de los partidos de izquierda, pero, no significó que estos hubieran sido excluidos del juego en el campo político. En términos generales estos grupos se recluyeron grandemente en organizaciones no gubernamentales y organizaciones sindicales, desde donde continuaron en el juego. Con esa táctica elegida se testimoniaba tanto la disminución de la importancia de los grupos de izquierda, considerados individualmente, como el carácter mismo de la opción elegida. Se trató, en buenas cuentas, de una opción oportunista, que consistió en asentarse en organizaciones sociales pre-existentes (los sindicatos) para mantener vigencia, gracias a la convocatoria social de los sindicatos. 

Cuando la crisis económica y política nacional se expresó con gran potencia a raíz de las políticas radicales de libre mercado, generando la movilización de las clases subalternas, aquella táctica oportunista adquirió gran importancia política. Al final llevó a esas organizaciones, frente al vacío político creado por la crisis, a ocupar el centro del poder político. Con ello se abrió el abanica a las prácticas deleznables y al oportunismo se sumó el transfugio y la corrupción, elevada a su máxima expresión. Así, oportunistas de todo color y origen (que es como decir sin principios y valores), masistas abiertos y encubiertos -para el caso boliviano- terminaron haciéndose de todas las instituciones públicas, para articularlas en el atropello a la constitución política. Los tránsfugas, que entraron al parlamento con la sigla de un partido, no dejaron pasar la oportunidad para convertirse en fervorosos seguidores de Morales de la noche a la mañana. A su turno la corrupción, posible por la cobertura política del oficialismo en no pocos casos, ha mostrado una nota francamente delincuencial en el rostro de estos gobiernos. En todo esto, nombres tales como Costas del tribunal electoral, Zabaleta como ministro de Defensa o Zapata apenas sirven para ilustrar el cuadro. 

Con todos estos ingredientes, no sorprende que ninguna de esos gobiernos de “izquierda” de la región se percatara siquiera de los cambios que se dio en el contexto. A oportunistas, tránsfugas y corruptos, más ocupados en su extravío, no les interesó indagar acerca del sentido de los cambios. Lo cierto es, sin embargo, que los cambios en el sistema capitalista permiten destacar, paradójicamente, una mayor autonomía de lo político. Esto quiere decir que las contradicciones sociales, antes de impactar en el centro del poder, transitan por un espacio ampliado en el que no puede sino resaltar la necesidad de su procesamiento. Por ello adquiere la democracia representativa tanta importancia, ya que no puede procesarse el “ruido” de la sociedad sin mediaciones democráticas. 

Sin embargo, la paradoja sigue sin esclarecerse. ¿Cómo entender que, mientras el capital ha evolucionado haciéndose cada vez más estatal que social -según Zavaleta Mercado-, la autonomía de lo político adquiera mayor importancia? De acuerdo a nuestra comprensión, ello es así porque la evolución del capital ha permitido a éste adquirir una gran independencia con respecto a los gobiernos, a las ideologías e incluso (visto desde la economía política) a sus propios portadores sociales y puntualmente a los grandes capitalistas. 

Así las cosas, en este nuevo contexto todo parece indicar que aquellos gobiernos autodenominados de izquierda (Maduro, Correa, Morales Kirchner, Lula) han utilizado ese denominativo simplemente como una coartada, para encubrir equipos de gobiernos conformado por oportunistas, tránsfugas y corruptos. Ello explica que estos gobiernos dejen como herencia estructuras estatales desinstitucionalizadas, poderes judiciales sin ninguna independencia y organizaciones sindicales, en su mayoría, con direcciones acostumbradas a vivir de la prebenda. Dejaron a nuestras sociedades, con las condiciones para que el pensamiento social se exprese en lo inmediato por medio de la democracia representativa, totalmente diezmadas. Resulta irónico que precisamente estos gobiernos y partidos políticos se ufanen en rendir homenaje a las luchas sociales, así como a una izquierda, que en el pasado fue digno representante de la defensa de la dignidad humana, cuyos valores los pisotearon con entusiasmo. 

Omar Qamasa Guzman Boutier es escritor y sociólogo

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