OMAR QAMASA GUZMAN BOUTIER
El mundo -y claro, Bolivia- han conocido en demasía el advenimiento de dictadores, con la consiguiente presencia de numerosos e incondicionales servidores a su disposición; es decir, de peones. Al igual que en el juego de ajedrez, estos últimos cumplen varios encargos, con la finalidad, en última instancia, siempre de beneficiar a la pieza mayor, o sea, para el caso, a los aspirantes a dictador. Es una relación enfermiza, aunque de beneficio pasajero mutuo. La concentración de poder que el dictador demanda presupone el atropello de las libertades ciudadanas y el sometimiento de todos, por las buenas (vale decir, por medio de la prebenda) o por las malas (el apresamiento y aún la desaparición de disidentes). Por más curioso que parezca, todo ello se complementa con el espíritu del peón. Más que de conciencia desdichada en éste, hablaríamos de una “conciencia” a disposición (lo cual es ya un contrasentido de términos). Una conciencia alquilada, con la ventaja, además, de beneficiarse de los espejitos y los collares de fantasía que deja la prebenda, sin asumir responsabilidad alguna de los actos que cumplen por encargo.
Resulta innecesario discutir si en Bolivia se ha llegado hoy tan lejos como para hablar de un dictador, porque los signos de estos tiempos marcan una tendencia que va del autoritarismo, la antidemocracia, hacia un régimen dictatorial. Nadie debería sorprenderse de ello, porque ésa ha sido la dirección que desde el gobierno se ha impreso al proceso político boliviano durante los doce últimos años. El esquema dictatorial del gobernante Movimiento al Socialismo (MAS) supuso la desinstitucionalización del aparato estatal, la judicialización de las protestas sociales, la destrucción de los sindicales y organizaciones indígenas, vía corrupción o simple y llana represión. Esta estrategia se mantuvo grandemente en los niveles de la dirigencia de la sociedad; sin embargo, a medida que corre el calendario, comienza a desplazarse hacia sectores cada vez mayores de la población.
La aprehensión de Chambi, un albañil, en Potosí (por el sólo hecho de haber recordado que Bolivia dijo no a la re-elección, en el referéndum del 21 de febrero del 2016) en ocasión de aniversario de ese departamento, es por eso tan expresiva de la tendencia que subrayamos. Por un lado, la represión a la libre expresión del que debería gozar la ciudadanía y por otro, la funcionalización de instituciones del Estado como la Policía y la Fiscalía, para ese despropósito, con el fin que estas instituciones barnicen con visos de legalidad los atropellos. En realidad, aquella detención es la muestra de las consecuencias finales que ocasionó el desconocimiento, por parte del gobierno, a las instituciones democráticas, en las esferas lejanas a la vida cotidiana de la mayoría de la población. De esa manera, efectivamente, la noche comienza a avanzar hasta alcanzar a moros y cristianos, de forma similar a como lo graficaba el poema de Bertolt Brecht, a inicios de los tiempos del fascismo alemán. El cálculo del gobierno es que cunda el miedo y la resignación en la ciudadanía, en vista de la predisposición de los peones que, a la cabeza de las instituciones señaladas, se empeñan en sancionar a todo ciudadano que se oponga a la pérdida de su libertad, a la habilitación de una candidatura inconstitucional (la de Morales y Linera, precisamente) para las próximas elecciones nacionales y, por supuesto, a la corrupción como mecanismo del ejercicio del poder.
Son los peones, pues, quienes cumplen gustosos el trabajo sucio que demandan estos atropellos. Como se ha visto, el requisito para esta poco agradable labor, es contar con un alma sumisa y servil. Pero lo que el cálculo del gobierno no quiere considerar, es que todo ello se mueve en la superestructura: en la superestructura sindical y en la superestructura estatal. En este nivel, ciertamente, las pretensiones del gobierno parecen tener sentido; sin embargo, apenas se siente el acecho de la sociedad, estos infantiles sueños se desvanecen y entones las cosas comienzan a complicarse para el MAS.
La presencia vigilante de la sociedad en defensa de la democracia tendrá múltiples efectos en todos los campos y sobre todos los propios actores. No solamente porque desbarata la mentira de la pretendida representatividad que, por medio de una dirigencia sindical corrupta, aferrada a la prebenda, intenta hacer creer que es el “pueblo” quien apoya el atropello a la Constitución Política del Estado que pretende el gobierno de Morales, sino porque también servirá para dejar al descubierto (incluso hasta para los más incrédulos) una institucionalidad estatal igualmente articulada por medio de la corrupción y consiguientemente, antidemocrática. Se entiende, por tanto, que instituciones como la Policía, la Fiscalía o la Defensoría del Pueblo sean tan diligentes en cumplir con el sueño del gobierno, de cancelar las libertades democráticas. En este orden, la presencia de la sociedad motiva y revela, en contrapartida, el nerviosismo del gobierno; lo que conlleva a que se incrementen las pulsiones autoritarias que anidan en el palacio de gobierno. La aprehensión de Chambi lo ejemplifica.
Tal nerviosismo, por supuesto, eleva también las amenazas a las libertades ciudadanas elementales, ejercidas en la cotidianeidad, por cuanto incrementan las acciones de vigilancia y control que ensaya el gobierno, contra la ciudadanía que se resiste a aceptar la inconstitucional candidatura oficialista. Esto quiere decir, por lo tanto, que los valores y principios de la democracia, en este período de la historia boliviana, se preservan y recrean en la sociedad y no en el Estado, teóricamente democrático.
Visto así el cuadro, la disputa entre el proyecto dictatorial que impulsa el MAS y la preservación de la democracia afincada en la sociedad, mostrará, a corto plazo, la caricaturización del sistema democrático, con la consiguiente tensión política y social, a causa del espíritu democrático que prevalece en la sociedad y las inclinaciones antidemocráticas del Poder Ejecutivo. En este tenso contexto, es de esperar dos núcleos de conflicto para el partido de gobierno, debido a la quimera de doblegar el espíritu democrático del pueblo.
Este espíritu de la sociedad, sin embargo, impactará en las propias instituciones del Estado, incorporando a éstas al universo diseñado por los efectos de la contradicción entre dictadura y democracia. En este caso, la corrupción y la prebenda como mecanismos de articulación del proyecto dictatorial de Morales alcanzarán sus límites (es decir, sus posibilidades últimas), como proyecto viable. Es también de esperar, empero, que en una situación tal, los agentes del MAS, en función de peones en el tablero del juego del poder, incrementen su espíritu servil, agudizando la caza a cualquier voz crítica, en sus respectivas filas. Vale decir que sobre los funcionarios públicos, honestamente demócratas, penderán no una sino varias mordazas, a fin de mantener alejados los incómodos ecos de la sociedad.
Omar Qamasa Guzman Boutier