OMAR QAMASA GUZMAN BOUTIER
Julio, y en menor medida octubre, es el tiempo para La Paz en el que el gobierno central y el gobierno municipal despliegan amplias campañas publicitarias para promocionar las obras urbanas que presentan como “regalos” a la ciudad. No se trata de un ilimitado amor que los gobernantes sienten por la ciudad, sino de acciones orientadas principalmente al incremento del capital político partidario propio y solamente en segundo orden, a la atención de las necesidades urbanas. Por supuesto que la intervención de los gobiernos tendrá como referencia a los siempre abundantes requerimientos urbanos. En las siguientes líneas observaremos cómo algunas intervenciones del gobernante Movimiento al Socialismo (MAS) en la política urbana de la ciudad sede de gobierno, ha destruido lo poco que quedaba de uno de sus mayores patrimonios: la vista paisajística del ambiente natural que rodea a La Paz. Nos referimos a la red de teleféricos; proyecto que los hombres de Morales promocionan como un logro histórico.
Aunque la problemática urbana involucra relaciones tales como modelos económicos vigentes a nivel nacional y procesos específicos de urbanización, migración y urbanización, hasta antes de la revolución de 1952 no podía hablarse en Bolivia de la existencia de políticas urbanas propiamente. Durante los primeros cuatros años de la revolución, estas políticas tendrán un carácter popular; luego (1956 – 1964) asumirán características promocionalistas, en correspondencia a la etapa de la conversión de la revolución a patrones conservadores, aunque todavía bajo modalidades populistas. Con el advenimiento de la restauración reaccionaria, a la cabeza de la dictadura del general René Barrientos, las políticas urbanas serán orientadas bajos los criterios de “orden” y “progreso”, presentados como principios interpretativos nacionalistas. Este nuevo elemento sobrevivió a Barrientos y abarcó toda la primera mitad del período del nacionalismo militar, o sea hasta 1971.
En el período de la burocracia del autoritarismo militar que representó la dictadura de Banzer (1971 – 1978), la política urbana tuvo un carácter básicamente “tecnocrático modernista”. Después, los siguientes cuatro años serán el tiempo de la inestabilidad política y social, hasta que Bolivia lograra estabilizar su democracia, en octubre de 1982. En este período de convulsión, la política urbana no tuvo cambios substanciales y únicamente con la democratización de los gobiernos municipales a partir de fines de la década de 1980, podrá hablarse de un cambio de importancia. Aquella democratización representó una palanca para el desarrollo institucional de los órganos directamente responsables de las políticas urbanas.
Bajo las urgencias derivadas de la aplicación de políticas “neoliberales” y el desmantelamiento de la pequeña base industrial de La Paz, las políticas urbanas se orientaron globalmente a los problemas de la infraestructura urbana en las áreas céntricas. Sin embargo los efectos de esas políticas urbanas serán del todo inútiles ante la terciarización de la economía boliviana y el incremento del pequeño comercio, así como de los sectores de servicios (principalmente el autotransporte público), aumentando la presión sobre la infraestructura urbana. El desarrollo de la estructura actual de La Paz, como centro político administrativo y ahora casi como un gran bazar, es en gran medida el resultado de las políticas urbanas de las tres últimas décadas.
Lo interesante es observar que a lo largo de todos los procesos, las políticas urbanas no afectaron uno de los más valiosos patrimonios de esta ciudad: la vista panorámica del paisaje natural. Si algo le daba un sello distintivo a La Paz eran precisamente estos elementos, porque el ambiente natural y la manera en que los asentamientos humanos ocuparon el lugar, nos hablaba de una ciudad andina. La combinación de ambiente natural y asentamiento humano constituye la geografía humana, por cuanto el espacio geográfico por sí solo significa poco cuando analizamos fenómenos urbanos. Por ello, es en la interacción de ambos elementos donde se expresa la visión que orienta a los grupos humanos en su asentamiento, en un determinado espacio geográfico.
Lo que en La Paz tenemos, es que las políticas del desarrollo de su estructura interna mantuvieron, más allá incluso de los jalones que las olas migratorias y los procesos de urbanización significaron, como referencia a la característica más notoria del ambiente natural, como son los contrastes paisajísticos de los nevados, principalmente el Illimani. Tal es así que entre los primeros diseños urbanísticos este supuesto será notorio. En lo que puede considerarse la primera obra urbana de magnitud, para introducir a la ciudad a la modernidad urbana, tenemos la apertura de la avenida Illimani (impulsada por Mariano Melgarejo, para congraciarse con la población paceña). Esta obra fue concebida teniendo como referencia precisamente la vista del Illimani, a fin de destacar su majestuosa presencia en el paisaje urbano. Lo mismo ocurrirá con las avenidas Montes, Camacho y muchos años más tarde, con la plaza Villarroel, la avenida Busch, el parque Triangular, la avenida Saavedra, en la zona de Miraflores. En todos estos casos el paisaje fue un elemento central de los diseños urbanísticos.
Podrá criticarse, por razones ideológicas, los períodos históricos en los que se realizaron ambas olas modernizadoras de los diseños urbanos que tomamos como ejemplo (el primero correspondiente al liberalismo de fines del siglo XIX e inicios del XX y el segundo al nacionalismo revolucionario de la post-guerra del Chaco), pero la verdad es que el principio que hemos comentado se mantuvo. También puede decirse que se trata apenas de un consuelo, teniendo en cuenta lo que el liberalismo de entonces significó para este país: el haber estructurado una sociedad segregacionista. Sin embargo, en lo que específicamente a diseño urbanístico se refiere, se preservó la característica en la que se apoya mayormente la identidad paceña. Es probable que para ello, además de la imponente presencia del ambiente natural que rodea a la ciudad, hubieran intervenido ideas-fuerza que orientaron aquellos diseños. Ello, teniendo en cuenta los aportes de Arturo Posnasky y otros. Estos estudiosos, a su vez, se alimentaban de las investigaciones en torno al legado de Tiahuanaco; temática en la que además eran pioneros. Con todo, también para inicios del siglo XX y al igual que ahora, estaba planteado el reto de relacionar modernización de la ciudad con preservación de sus características andinas. Como se observa, en esa ecuación, al menos se valoraba entonces la importancia de la riqueza paisajística.
Es sugerente que en la actual ola modernizadora, la intromisión del gobierno central en la administración de problemas urbanos (responsabilidad que, en primer lugar, corresponde a los municipios, recordemos) hubiera dado fin con el respeto a lo poco que aún quedaba de la riqueza paisajística. Lo es, porque de un gobierno campesinista podría esperarse algo de respeto a la riqueza paisajística y, por tanto, al medio natural que rodea a la ciudad. Sin embargo, observando con mayor detenimiento, la destrucción de lo poco que quedaba de esa riqueza mediante el caótico cableado de la red del teleférico (asemejando a las zonas del centro de la ciudad a un gigantesco campamento minero), esa destrucción resulta coherente con la mentalidad que Evo Morales representa. Ello quiere decir que por medio del gobierno, las élites campesinas han dado rienda suelta a sus impulsos depredadores y anti-indígenas. Lo hicieron, corrompiendo a las representaciones indígenas del altiplano y destruyendo a las instituciones indígenas de las tierras bajas. En todo caso, estos ejemplos son solamente una pequeña muestra del desprecio que siente el gobierno del MAS por el patrimonio natural de este país.
Volviendo a la destrucción de ese patrimonio en el caso de La Paz, complementemos las razones que fundamentan los motivos del gobierno. Al margen del cálculo político y de las justificaciones de atender demandas urbanas como las del transporte público, existen otros motivos de mayor importancia. Las políticas que el MAS impulsa con respecto a los municipios de las ciudades, forman parte de la estrategia de centralización del poder. En segundo orden, expresan la visión desarrollista sin identidad, vigente en Bolivia como concepción para el desarrollo nacional desde hace medio siglo; pese a que ya entonces esta manera de entender las cosas asumía al desarrollo como su única religión. Fue esta misma visión la que demostró, a nivel mundial, su fuerza depredadora y destructora del medio ambiente. En el caso boliviano, durante el actual gobierno este tipo de proyecto de desarrollo se expresa en el atropello a los parques nacionales, como el TIPNIS. ¿Por qué, entonces, el gobierno del MAS debería respetar en La Paz, lo que a sus ojos representa algo sin ningún valor?
Lo cierto es que esa destrucción afecta a la población de esta ciudad, aunque en lo inmediato probablemente ella misma no lo perciba. Nadie puede esperar que el incremento de la contaminación visual, por el anárquico cableado del teleférico y la destrucción de lo poco de lo que esta ciudad disfrutaba (o sea, el mínimo de armonía visual entre ciudad y ambiente natural), no disminuyan las condiciones para una calidad de vida citadina. Claro que el proyecto del teleférico, particularmente en el centro de la ciudad, podría habérselo realizado de otra manera. No olvidemos que para el caso de la hoy demostrada como poco útil línea blanca del teleférico (que une la plaza Villarroel con el parque Triangular), distintas facultades de la Universidad Mayor de San Andrés presentaron varias alternativas. En todas ellas se evitaba la destrucción de ambas plazas, de la avenida Busch y por supuesto de la visión paisajística. Sin embargo, el MAS prefirió, urgido por sus ansias depredadoras, tomar el camino de la destrucción.
No es sólo por una añeja visión desarrollista, por lo que este partido se ensaña contra La Paz y en general, contra todo lo que representa un ambiente natural (llámense parques protegidos y pueblos indígenas en él o, como en este caso, ciudades). Hay razones más profundas que, en definitiva, tienen que ver con la historia de este país. Bolivia ha vivido, incluso desde la conquista misma hasta la mitad del siglo pasado, bajo un régimen segregacionista y la memoria, anclada en el inconsciente colectivo que ello dejó en los diversos grupos sociales, tiene mucho que ver con tales desprecios. En el caso de las élites campesinas debe considerarse, además, el proceso de (auto)negación a sus principales referentes culturales, para asimilar patrones culturales foráneos. Se trata de un tránsito inconcluso, que les deja en definitiva con referentes culturales muy debilitados. Este desarraigo cultural es algo que puede observarse, lamentablemente, en el comportamiento cotidiano de las nuevas generaciones de migrantes del campo. Se trata de un tema vasto complejo de por sí que, seguramente, lo comentaremos en alguna oportunidad.
Omar Qamasa Guzman Boutier