En estos últimos meses hemos estado imbuidos en debates “apasionados” sobre lo acontecido en Bolivia, mayormente por las redes. No es menor el término apasionado, pues hacemos referencia a la carga emocional que le hemos puesto a las diferentes posturas y posicionamientos. Para colmo además del tejido social desgarrado que ha dejado el conflicto, se han dado fracturas en las relaciones más cotidianas, y cercanas, o sea “sobre lo llovido mojado”. Al parecer lo micro y su resquebrajamiento, era un reflejo de lo macro y la irreconciliable polarización. La violencia fue la muestra más cruda de la disipación de los elementos comunes que compartimos como seres humanos.
En este contexto no es menor la forma y mecanismos en los que se han construido las verdades en plural. El hecho concreto existe, la construcción e interpretación del mismo es lo que impide que exista LA verdad, o una única verdad. Y precisamente una de las tantas batallas que hemos y seguimos librando, ha sido la discursiva que consiste en que una se imponga sobre la otra.
Así nos hemos estado moviendo entre las lecturas de ¿Golpe de Estado o insurrección?, ¿fraude o no fraude?, ¿lucha por la democracia, o golpe gestado?. ¿Contingencia o injerencia de EEUU en la posesión de Añez como presidenta? ¿defensa de la democracia o derrocamiento al “indio”? ¿”qharas” versus “indios”? y los ejemplos dicotómicos pueden prolongarse. De manera activa, la intelectualidad extranjera, de pseudoizquierda, jugó un rol de decirnos lo que pasaba en el país, digno para el análisis de cómo se ejerce la colonialidad del saber en el continente.
Para acercarnos de la manera más fiel, rigurosa, y objetiva, es lícito y necesario reclamar el dato, el acercarnos al hecho empírico, para poder comprender y explicar el hecho social. Es decir, ante todo como cientistas sociales, debemos realizar trabajo de campo, hablar con los actores, recabar documentos, puesto que sino desembocamos en meras especulaciones, encasillamientos de la realidad y en definitiva, en medias verdades. De forma clara, Gadamer sostiene que “lo decisivo, el núcleo del investigador científico, consiste en ver las preguntas. Pero ver las preguntas es poder abrir lo que domina todo nuestro pensar y conocer como una capa cerrada y opaca de prejuicios asimilados, lo que constituye al investigador como tal, es la capacidad de apertura para ver nuevas preguntas y posibilitar nuevas respuestas”. Además es imprescindible una postura ética puesto que, querer y pretender forzar la realidad a determinado esquema de pensamiento, no condice y no es justo con los acontecimientos vividos, los actores y la historia de nuestro país.
A esto se suma la falta de humildad intelectual, la apertura a matizar y enriquecer el hecho social, que nos salvaría de maniqueísmos al que estamos acostumbrados. Por último, podríamos considerar aquello que Gadamer sostenía, “(...) lo más asombroso en la esencia del lenguaje y de la conversación es que yo mismo tampoco estoy ligado a lo que pienso cuando hablo con otros sobre algo, que ninguno de nosotros abarca toda la verdad en su pensamiento y que, sin embargo, la verdad entera puede envolvernos a unos y otros en nuestro pensamiento individual”. La verdad se construye a partir del diálogo, de la apertura a la escucha del otro, y de la humildad intelectual. De lo contrario, seguiremos defendiendo verdades a medias.
Gabriela Canedo es socióloga y antropóloga