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Opinión

Trump, la guerra Rusia – Ucrania y Europa

23 de Diciembre, 2024
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La postura de Donald Trump respecto a la guerra entre Rusia y Ucrania fue siempre la de brindar un apoyo indirecto al dictador ruso Vladimir Putin. Ambos coinciden en el cuestionamiento a la Organización de Tratado del Norte (OTAN) y al apoyo que ésta presta a Ucrania. Esos cuestionamientos son, en el fondo, parte de la disputa en torno al predominio de los capitales globales, en el actual proceso de reordenamiento mundial. 

Este contexto subyace en el trasfondo de la espera por la asunción de Trump como próximo presidente de los Estados Unidos (EEUU) y su anunciado plan para lograr un rápido cese al fuego en la guerra. Lo que se aguarda, en realidad, es el impacto que el plan pudiera tener, tanto en los dos países en conflicto, como en Europa. La espera tensiona a todos (Rusia, Ucrania, Europa y EEUU) porque, más allá del plan mismo e incluso más allá de su recepción por todos los actores, lo que nadie puede asegurar es su viabilidad. La duda se asienta en los múltiples condicionamientos en los que se mueve la situación. 

La guerra, de hecho, se encuentra en una coyuntura en la que cada una de las partes busca optimizar las posiciones militares, ocasionando, en lo inmediato, verdaderos atrincheramientos, que también repercuten en lo político. Cualquier iniciativa por siquiera lograr aproximaciones entre las partes deberá sortear este primer obstáculo. 

En lo inmediato, es válido adelantar la poca modificación de la situación bélica y es probable que, al contrario, se agudicen las ansias por mejorar posiciones militares antes de las pretendidas conversaciones. Incluso, en caso que Trump chantajee a Ucrania con suspender la ayuda militar del todo, para presionarla, nada asegura que hipotéticas conversaciones se instalen. Recordemos que en el contexto de la OTAN, también Europa se encuentra involucrada en el pleito. 

Un segundo obstáculo se encuentra en el plano económico global y se refiere a las matrices que el reordenamiento mundial debería seguir. ¿Bajo la orientación de los capitales globales o de los capitales nacionales? Mientras los primeros se apoyan en las tendencias centrales de la estructura económica, los segundos lo hacen en la política actuando sobre la economía. La pregunta del millón gira, entonces, en torno a la capacidad que podría tener la política para revertir aquellas tendencias. 

Aquí se abren al menos tres perspectivas. Primera; que el intento fracase y sea la política la que, finalmente, termine acomodándose a la estructura económica. Segunda; que incluso siendo válido el anterior criterio, su concretización demanda un tiempo prolongado. Las posturas políticas de los países en guerra, sumadas al atrincheramiento militar, bien puede retrasar la evolución del plan Trump, hasta tornarlo algo de mucho menos valor al esperado. Finalmente, que sea, en efecto, la política la que determine a la economía y ésta se vea obliga a buscar formas de convivencia con la realidad política. En este caso hablaríamos de esfuerzos localizados y específicos, sin perjuicio de la evolución de los capitales globales; lo cual a su vez generaría otro tipo de conflictividades. 

En toda esta situación, Europa, como unidad contrapuesta a la política expansionistas medieval de Putin (tomar territorios por asalto, en total violación al derecho internacional) se ve ante un gran reto. En principio se trata de caminar sola, es decir sin la mano protectora de EEUU. Ponerse los pantalones largos significa tener la fuerza de mantener su propia capacidad militar de defensa, su propia industria de punta en tecnología militar y, claro, contar con los recursos necesarios para ello, entre otras. La crítica de Trump a la OTAN se presenta, desde este punto de vista, como una oportunidad para que Europa logre dar el paso hacia la madurez.

La exigencia de cobrar mayor independencia con respecto a las decisiones de Washington le viene por la perspectiva real que el hermano mayor le abandone. De por medio de encuentra la guerra de Putin y el plan de Trump para auxiliar al dictador, en su caída libre hacia el desastre. ¿Hasta qué punto es posible, por ejemplo, aceptar aquel plan, sacrificando a Ucrania? Pregunta pertinente, a la luz de la silenciosa actitud vigilante que mantienen países vecinos de Rusia e integrantes de la OTAN, como Lituania, Estonia, Polonia, Finlandia, entre otros. 

Es sabido que la agresión rusa a Ucrania es, en el fondo, una agresión a Europa. Los países vecinos de Rusia saben que, en la eventualidad que Ucrania quede abandonada, pueden correr la misma suerte. La unidad europea, pues, se encuentra en tensión y su resolución tiene, a no dudar, un valor estratégico. También es verdad que el propio objetivo de mantener la unidad se ha complejizado, por la aparición reciente de un actor con creciente importancia. Los cambios en Siria han permitido a Turquía adquirir un muy importante rol, en los esfuerzos por la nueva configuración de poderes en la zona. El interés por esa configuración es de todos: Europa, EEUU y el Medio Oriente. 

El sello de la importancia adquirido por Turquía se traslada, en parte, al contexto europeo, permitiéndole beneficiarse de una mayor relevancia. En el pasado inmediato este país se ha mostrado poco confiable para varios de sus socios en Europa debido, principalmente, a su reticencia a apoyar las sanciones en contra de la dictadura de Putin. Razones para que ahora el gobierno turco intranquilice a quienes no apoyan la política guerrerista de Moscú, por tanto, existen. 

Pero más allá de todas estas complejidades, propias de la guerra y en medio de un proceso de transformación del orden global, Europa tiene un reto aun mayor. En definitiva, lo que hoy se juega es la mantención del prestigio o la “marca” europea. Prestigio construido muy lentamente durante los últimos tres milenios, cuando el derrotado rey de Troya en un extremo del continente en lo que hoy es Turquía, huyera al actual territorio italiano y ahí refloreciera Troya, conocida bajo el denominativo de imperio romano. Entonces, la parte más al norte, cruzando los Alpes, era conocida como el Abendland -tierra de gente incivilizada-, en el mundo griego. Con el tiempo el imperio romano “civilizó”, conquistas mediante, gran parte del continente, incluyendo las islas británicas. 

Los oscuros tiempos de la edad media no evitaron que el legado romano, con sus luces y sombras, continuara su desarrollo. Al final, los impulsos de aquella evolución desgastaron los lazos oscurantistas del medioevo, dando lugar al humanismo y al renacimiento. Europa había dejado de ser aquel Abendland a la que despectivamente se referían los filósofos griegos clásicos para, con la ilustración devenir, ya en los siglos XVI y XVII, en el alter, para el resto del mundo. El exacerbante eurocentrismo de los siglos XVIII, XIX y XX no alcanzó para ignorar los brillantes aportes a la humanidad del mundo árabe en las matemáticas y en la medicina; del mundo asiático en la medicina holística, del maya y del andino en la astronomía y la agricultura, etc., etc. La luz del conocimiento, en nuestro planeta, siempre ha encontrado la forma de continuar iluminándonos, desde cualquier punto de las latitudes. En su dinámica, incluso, hasta podría encontrarse una suerte de simultaneidad y rotación. 

Visto así el cuadro es poco probable que a corto plazo (¿todo el 2025, por ejemplo?), puedan alcanzarse acuerdos para un efectivo cese al fuego entre Rusia y Ucrania. Incluso en el extremo que Rusia, súbitamente, alcance triunfos militares arrolladores (cosa del todo improbable, en el estado actual de fuerzas), Putin no podría imponer sus condiciones para las negociaciones, porque el tablero de esta partida no es local (Rusia – Ucrania), ni regional (Europa), sino global. En ese orden, la derrota del terrorismo islámico en el Medio Oriente, ha debilitado la presencia rusa en el mundo, al anular a uno de sus importantes aliados. 

El autor es sociólogo y escritor