Próxima a conmemorar los doscientos años de su vida como nación independiente, Bolivia se apresta a afrontar un tiempo que bien puede implicar la continuación o el cierre del lapso de transición política iniciado en 2019 y, en este último caso, la eventual apertura de un nuevo ciclo histórico.
Si con el sociólogo Renzo Abruzzese se reconoce en el ya extenso trayecto del país el ciclo inaugurado por la Revolución Federal de 1899 y el que fue abierto por la Revolución Nacional de 1952, como “dos momentos que contienen un proyecto de Estado y sociedad capaz de organizar el conjunto del aparato político y administrativo en función de una visión y una narrativa históricamente determinada”, cabe entender también que el ciclo nacionalista revolucionario se encuentra en su punto de terminación.
Y el significado de esta situación se aclara con otro aporte que hace este analista, relativo a la identificación de semiciclos, o sea de dinámicas que se dan en el interior de cada ciclo a partir de las fuerzas, ideas y acciones divergentes que se presentan en él, “contradicciones internas” dice el autor, las que sin embargo no modifican lo sustancial de la fase general a que corresponden.
Abruzzese anota que durante el subsistente ciclo del Estado de 1952 se ha tenido cuatro semiciclos: el revolucionario (1952-1964), el militar (1964-1982), el democrático (1982-2006) y el etnocéntrico (2006-2019), siendo este el que finaliza la “misión histórica” del proyecto estatal modernizador con la inclusión a la política de las “grandes mayorías” antes marginadas. Sobre esto hay que hacer un par de puntualizaciones: 1) el horizonte nacionalista revolucionario aún no está clausurado; 2) la movilización nacional ciudadana de octubre-noviembre de 2019 abrió una etapa de transición que continúa en curso.
Por estas razones es dable afirmar que el país atraviesa un período de cambio, el cual todavía puede demorar en su concreción definitiva –quizá una gestión de gobierno más– y posee el potencial para poner en marcha una superación final del modelo estatal que principió en abril de 1952, aunque esto dependerá tanto de los actores que tomen la dirección del proceso correspondiente como de la proactividad que despliegue la ciudadanía.
En este marco se debe comprender que, pese a sus pretensiones y grandilocuencia, la fórmula del “Estado plurinacional” no pasó de ser una ficción dado que no representó, en los hechos, una alternativa de fondo frente al esquema que prevalece desde mediados del siglo XX, pues solo introdujo un matiz étnico en tal estructura. De ahí que hoy esté despejada la ruta para la germinación posible de un diseño histórico distinto.
El más reciente protagonista de los acontecimientos políticos principales, el llamado Movimiento al Socialismo (MAS), fue el ejecutor del colofón que se esperaba de la revolución modernizadora que se instaló hace 52 años y completó con ello su propio tiempo vital, aunque continúe resistiéndose a asumirlo.
El derrumbe de esa organización corporativa en 2019 se expresó primero en su dimisión del gobierno y la fuga de sus cabecillas y entorno. Cinco años más tarde, sus pugnas intestinas han puesto en evidencia su irreversible desarticulación y su fracaso en la administración de lo público, hechos ambos que sellan su inviabilidad o, más formalmente, su inadecuación para el decurso que se viene.
Como sostiene Luis Tapia, sociólogo de visión marxista y gramsciana, el MAS, que antes de acceder al poder tuvo un cariz izquierdista, ya en función gubernamental desempeñó un papel típicamente derechista en los planos de la política y la economía, hasta quedar reducido a “intelectual orgánico débil del capitalismo” con su intensa y extensa producción normativa que creó “condiciones favorables para la expansión y la explotación transnacional en territorios indígenas, para la expansión de la agroindustria, para la explotación minera, (…) así como para el capital financiero”.
De esa forma, a pesar de su a veces radical discurso antioligárquico, antiimperialista y anticapitalista, hizo contribuciones fundamentales para “la reproducción ampliada capitalista del polo empresarial burgués” y el consiguiente proceso de acumulación, quizá porque su composición social de base se nutre de propietarios de tierra (cocaleros y avasalladores), explotadores de minas (“cooperativistas”) y comerciantes de diversa magnitud.
Esa actuación, junto a la vigente propuesta oficialista de la “sustitución de importaciones” que había sido planteada a fines de la década de 1940 para insertar con cierto equilibrio a América Latina en los circuitos del capital, muestra con claridad que el modelo del MAS no difería del que fue trazado por el Estado nacionalista revolucionario que esta al borde del adiós.
El inicio del tercer siglo boliviano a partir de agosto de 2025 –mes en el que debieran ocurrir las próximas elecciones presidenciales– puede, entonces, traer consigo un movimiento efectivo de fundación estatal, un ciclo nuevo, pero algo de esa trascendencia no será alcanzable sin un programa y un liderazgo que comprendan y expresen semejante sentido histórico.
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