OMAR QAMASA GUZMAN BOUTIER
No es que compartamos la visión simplista del desarrollo lineal de la historia y menos la visión circular de la misma (que no lleva a nada), para señalar que la apuesta de Donald Trump es una apuesta perdida. Esta afirmación se asienta en el supuesto del desarrollo en espiral de la historia (expuesta en nuestra aún inédita “Una aproximación a la historia en espiral”), en el entendido que hay una directriz en el desarrollo de la historia, marcada por la evolución y a su vez por periodos de retornos, a lo largo de esa trayectoria evolutiva. El conflicto evolución-retorno, en el caso que nos ocupa, es posible observarlo con claridad en el campo de la economía, por ser el escenario en el que Trump apuesta sus cartas.
Decir que vivimos en una economía global supone admitir, en el plano conceptual, que se trata de un instrumento de mayor utilidad para el análisis general de la economía internacional y no tanto para el análisis particular de un país dado. No consideramos, por ello, el escalonamiento que se opera en el nivel productivo de la economía, desde el plano internacional hasta el local, tal como Zavaleta -recuperando el aporte de Horst Grebe- hiciera para objetar la noción de mercado mundial utilizada por Wallerstein. Nos parece que con la reformulación del concepto, en la actualidad, éste no trata de describir la emisión de un modelo productivo desde los países desarrollados y/o la recepción de tal modelo, por parte de los países dependientes. No lo hace, precisamente por el carácter global de la economía.
Es verdad también que cuando hablamos de economía nos referimos a componentes tales como la producción, los mercados, las finanzas; todos ellos hoy globalizados. La producción globalizada es posible gracias a dos hechos. Primero, porque la relación entre tiempo y espacio productivo se ha modificado gracias al desarrollo de nuevas tecnologías, como la cibernética, la robótica y la nanotecnología. En la actualidad se puede hablar de una producción globalizada en términos de un proceso no secuencial sino paralelo. Resulta comprensible que esta nueva modalidad organizativa de producción determine la forma de su comercialización, adaptando los mercados al modelo. A este fenómeno lo llamamos “mercado global”. Ello no quiere decir que sólo exista un mercado, sino que el mercado está pensado en términos globales. Por otra parte y en base a los mercados nacionales, los bloques comerciales, es decir los mercados regionales, expresan la dinámica del mercado global, a la vez que vinculan a los mercados nacionales con éste, en términos -ahora sí- de la escala de cada economía nacional.
Por tanto, los mercados nacionales mantienen su importancia para la composición del mercado global. Está claro que la concurrencia a la economía internacional no podría realizarse en interés de una nación, si ésta no hubiera desarrollado, en lo previo, su propio mercado interno y su propio Estado nacional. Son condiciones mínimas para participar en las relaciones económicas internacionales con la perspectiva de no servir a intereses de otros Estados. En realidad todo país tiene un grado, alto o bajo, de dependencia al mercado internacional y lo que las políticas soberanas de los Estados buscan, es que en esa interrelación no sean desarticuladas ni el mercado interno ni la soberanía nacional.
Subrayemos, por otra parte, que la economía global tiene, claro, en la producción su mayor impulso. Específicamente en la producción respaldada por las nuevas tecnologías. Frente a este sector, el sector tradicional de la producción, asentado principalmente en la explotación e industrialización de los recursos naturales no renovables, pierde cada vez más su importancia. El nuevo elemento dinamizador de la economía internacional hizo que ésta evolucionara a economía global; evolución facilitada por las nuevas tecnología en las comunicaciones y los transportes.
La distinción entre nuevas formas de producción y producción tradicional nos sirve para reflexionar en torno a Trump. Su política proteccionista y aislacionista puede entenderse como el intento de la industria tradicional para reposicionarse, durante la actual fase de cambio de la economía internacional, con el respaldo del poder político y militar norteamericano. A diferencia de otros enfoques, pensamos que no debe considerarse al proteccionismo de Trump como un fin en sí mismo, sino como un mecanismo para retomar el liderazgo en la economía mundial. Pero, si en la economía Trump representa estas pulsiones, en lo social expresa a los sectores más conservadores y racistas de la sociedad norteamericana. Los supremacistas blancos, como base social interna expresan, al igual que en la economía, también a un sector en declive. Debido al impacto de la economía norteamericana y a su peso político internacional, puede decirse que el “modelo Trump”, representa al mismo tiempo a sus similares de Europa. La ola conservadora que recorre Inglaterra, Francia, Alemania, principalmente, puede pensarse desde la crisis que conlleva todo periodo de transición, como el que vivimos.
Las perspectivas de este proyecto no se encuentran, ciertamente, predichas de antemano, aunque ni el retorno del modelo tradicional de producción, ni el de la supremacía blanca resultan realistas como propuesta viable. Entonces, ¿qué sentido tiene esa agresiva política racista y proteccionista si al final no será viable? Más allá de los deseos de Trump, la tendencia de la economía global no podrá revertirse, pero es posible pensar en cuatro posibilidades que el impacto del proyecto Trump podría causar. Primera, que la derrota de Trump posibilite la conversión de la sociedad norteamericana hacia una perspectiva aperturista y de tolerancia; segunda, la reconfiguración de la economía global, aunque abierta y tolerante, sin embargo portando mayores restricciones nacionales en términos del comercio mundial y de las políticas migratorias; tercera, la reconversión abierta de la economía global hacia patrones proteccionistas y de intolerancia social y finalmente, una prolongada pugna entre las políticas proteccionistas y las aperturistas, generando el estancamiento de la economía global. En esta última posibilidad podría verse el aumento del surgimiento de bloques regionales. Con todo, en cualquiera de los casos el sacudón llamado Trump puede entenderse como el aleteo desesperado del ahogado.
Omar Qamasa Guzman Boutier.