El 6 de agosto la Iglesia Católica celebra la fiesta de la Transfiguración del Señor que para muchas personas creyentes pasa desapercibida, aunque encierra un gran significado teológico. Esta fiesta conmemora el suceso narrado en los tres evangelios sinópticos (Mt 17, 1-8) y en la 2ª carta de Pedro (2 Pe 1, 16-17). Jesús en la cima de un monte se transfiguró delante de sus tres apóstoles más queridos. Cambió de figura, mostrándose gloriosamente con una túnica blanca resplandeciente.
A cada lado de Jesús y hablando con él aparecieron Moisés y Elías, personajes importantes en la historia en el monte del pueblo de Israel. Moisés era el líder elegido por Dios, quien le entregó el Decálogo de los 10 mandamientos, mientras que Elías fue el gran profeta que combatió la idolatría y a sus falsos sacerdotes, En esa escena en el monte se oyó una voz que salía de una nube, refiriéndose a Jesús con estas palabras: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escúchenle”.
Jesús se manifestó con el resplandor de su divinidad únicamente ante tres de sus apóstoles: Simón, Santiago y Juan. El apóstol Simón fue elegido por Jesús para ser Pedro o sea la Roca sobre la que Jesús quiso edificar a su Iglesia. Los otros dos apóstoles eran los hijos de Zebedeo, a quienes Jesús les puso el nombre de “Hijos del trueno” por su carácter explosivo. Según la tradición Santiago predicó en España, siendo luego el primer apóstol mártir en Jerusalén. Juan era “el discípulo amado” a quien Jesús, a punto de morir en la cruz, le confió a la Virgen María como madre.
De esta manera Jesús se mostró con el resplandor de su divinidad a los tres apóstoles designados para ser las columnas de los demás apóstoles. Después de la muerte de Jesús en la cruz ellos se mantuviesen firmes como responsables de la naciente Iglesia.
Este episodio tiene un enorme significado para comprender la identidad de Jesús, quien normalmente se identificaba como el Hijo del Hombre y evitaba designarse como el Hijo de Dios, ya que hubiese provocado un rechazo en las autoridades judías. Pero el evangelio de Juan define claramente su identidad divina: “Y vimos su gloria, gloria como Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.” (Juan 1, 14),
La tradición ha situado la transfiguración en el montículo Tabor de 575 ms. de altitud, situado a unos 17 kilómetros al oeste del Mar de Galilea, no lejos de Nazaret. En ese lugar más tarde fue construida una antigua capilla bizantina. Para celebrar ese milagro, en la época de las Cruzadas en el siglo XII se edificó una iglesia y mucho más recientemente en 1924 los franciscanos construyeron un hermoso templo.
La fiesta de la Transfiguración se ha asociado al título del Divino Salvador con el que se proclamó a Jesús en la gran batalla de Belgrado contra los turcos. Bajo el comando de Juan Hunyadi el ejército cristiano, a pesar de su inferioridad numérica, supo defender con éxito la ciudad de Belgrado atacada por los poderosos otomanos musulmanes. Valientemente Hunyadi consiguió liberar a Belgrado el 6 de agostó de 1456. El Papa Calixto III reconoció que el Divino Salvador había “salvado el mundo” y proclamó el 6 de agosto como fiesta de la Transfiguración como se celebra hoy.
Providencialmente también la historia de Bolivia se relaciona con la fiesta de la Transfiguración. El Acta de Independencia del Alto Perú, fue firmada el 6 de agosto de 1825. La representación soberana del Alto-Perú, reconoció “su responsabilidad para con el cielo y la tierra”. “Habiendo implorado, llena de sumisión y respetuoso ardor, la paternal asistencia del Hacedor santo del orbe se erige en un Estado soberano e independiente de todas las naciones”. Termina el acta recordando “el sostén inalterable de su santa religión Católica y de los sacrosantos derechos de honor, vida, libertad, igualdad, propiedad y seguridad”.
Esta maravillosa coincidencia de fechas invita al pueblo boliviano a celebrar ambas conmemoraciones para que, respetando la libertad religiosa, Bolivia reconozca a Jesús como el Salvador. Tal como hizo Jesús, debemos poner en práctica la opción preferencial hacia las personas indefensas y necesitadas, tanto en el orden material como en el espiritual. Tenemos que comprometernos a ayudar a las familias a mantenerse firmes en la fidelidad conyugal y el amor a sus hijos y a promover la justicia social y la paz, siguiendo el ejemplo del Divino Salvador.
Miguel Manzanera, S.J.