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Opinión

Presidente chiquito

25 de Enero, 2025
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Hace varios años que no acudo al Parque Urbano Central para adquirir miniaturas en la fiesta de alasita, porque considero que es una tradición devaluada y que la Unesco debería revisar la calidad de la celebración para evaluar si debe o no mantenerla en su lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, donde fue inscrita el año 2017 al cabo de una ardua negociación diplomática. La gente se olvida que no es la feria de alasita propiamente dicha la que figura en esa prestigiosa lista de la Unesco sino, como dice la declaratoria, los “recorridos rituales en la ciudad de La Paz durante la Alasita”, que no es lo mismo. Es decir, la Unesco reconoció a “la comunidad de practicantes y depositarios de esta tradición cultural (que) abarca un número considerable de partes interesadas, y los habitantes de la capital boliviana (que) participan ampliamente en su celebración, sea cual sea su condición social”, pero se cuidó bien de no evaluar la festividad o la calidad de la artesanía, que ha bajado de manera continua a lo largo del tiempo. 

Dejé de ir a alasita cuando constaté que había más muñecas Barbie, más peluches, más gallos, tigres y sapos chinos, que artesanía boliviana. Cuando me contaron que los ekekos los fabricaban en Puno, tuve una reacción alérgica contra nuestros artesanos por flojos y faltos de creatividad. Sin embargo, aunque he dejado de ir al Parque Urbano Central, admito que suelo acercarme en la zona sur a la plaza de la iglesia de la Exaltación en Obrajes, donde también se mantiene esta costumbre descentralizada, al igual que en muchos otros barrios de esta ciudad que ha duplicado su población en tres décadas. 

Este año fui con el propósito específico de conseguir algo más valioso que diminutos quintales de azúcar, botellas de aceite o cholets de colores estrafalarios. Fui en busca de un presidente, uno chiquito, chiquito pero justo, chiquito pero honrado y honesto, chiquito pero confiable, chiquito pero decidido a brindarle al país mejores días sin mentirle a los bolivianos. Me regresé decepcionado porque a ningún artesano se le ocurrió crear esa figura que tanto necesitamos en Bolivia. Ni siquiera vi un solo ekeko tradicional, ni uno, para tomarle una foto. Ya no hay ekekos, así de simple. El dios de la abundancia que era el emblema principal de la tradición de alasita ha desaparecido y ha sido reemplazado por horribles culebras, sapos y gallos chinos, que la gente compra sin saber exactamente de qué se trata. Al ekeko lo enterraron esta vez para siempre, lo cual me hizo recordar una experiencia propia. 

El año 2009 varios colegas organizamos un evento internacional sobre comunicación participativa y fue un evento importante ya que pudimos convocar a expertos de todos los países de la región y algunos de Europa. Se nos ocurrió contratar a un artesano para que fabricara 40 ejemplares de un “ekeko de la comunicación” que, en lugar de estar cargado con casas, autos, un colchón, fideos, harina, azúcar, aceite y dólares, llevara más bien objetos que simbolizan la comunicación: una radio, un periódico, un altavoz, una grabadora y una cámara fotográfica, para regalar a nuestros invitados internacionales. Aunque la comunicación como proceso humano no es tan fácil de representar como los medios de información, la idea fue bien recibida por los invitados extranjeros que se llevaron orgullosos a sus países respectivos el ekeko de la comunicación participativa. 

Supuse que el artesano de marras iba a tomar al vuelo nuestra idea y dedicarse a crear ekekos temáticos que sin duda tendrían éxito en la feria de alasita, no solamente con visitantes extranjeros sino también bolivianos. Imaginé al artesano elaborando un ekeko de la medicina, otro de la arquitectura, otro de la música, y uno sobre el deporte, en suma, un ekeko para cada profesión o sector de actividad. Sin embargo, mi suposición se reveló un sueño guajiro ya que probablemente ese mismo artesano dejó de fabricar ekekos por completo. 

El ekeko murió en su versión tradicional, de la misma manera que muchas de nuestras tradiciones están moribundas y ni siquiera se conservan como folklore, menos aún vivas. Sólo algunas iniciativas excepcionales, como la de Mujeres Creando, contribuyen a prolongar la tradición e innovarla, aún cuando las ekekas feministas, cuyo valor simbólico es indudable, no sean creaciones de notable habilidad artesanal. 

Lo que sí persiste y toma cada vez más fuerza en el país son las festividades bailables, las famosas “entradas” de carnaval, universitaria o del Gran Poder, porque generan muchísimo dinero (y toneladas de basura y centenares de borrachos tirados en las aceras como bultos hasta el día siguiente). Tampoco hay mucha creatividad en esas “entradas”, porque lo que parece importar es la “salida”, la borrachera colectiva. “Si me emborracho es con mi plata…” parece el nuevo himno nacional, coro general. En esos días de farra no se ve por ninguna parte la crisis económica, y los mismos gremialistas que se quejan por centavos en el aumento de algún producto, ostentan toda su riqueza de trajes y joyas en fiestas que duran varios días. 

Nuestra tradicional feria de alasita ha sido avasallada. Todo lo que queda ahora en miniatura son billetes, sobre todo dólares y euros, ya que la moneda boliviana se ha depreciado primero en el Banco Central de Bolivia, y luego en el imaginario colectivo. Para la alasita se imprimen billetes del mismo modo que lo hace el Estado para mantener la ilusión del cambio fijo. También se encuentra en abundancia pasaportes y pasajes para viajar al exterior porque en la situación en la que está el país yo también quisiera irme, y como les he dicho a mis amigos mi destino sería Bután, por dos razones: la primera porque es el único país del mundo que tiene un ministerio de la Felicidad, y la segunda, porque allá no tienen ni idea de que Bolivia existe. 

En fin, salí otra vez frustrado de la feria de alasita de este año, mi único consuelo hubiera sido comerme un diminuto anticucho con la poca carne que no exportamos a China y la papa que importamos del Perú (porque hasta eso somos incapaces de producir). Así, tristemente, terminaron otra vez mis ilusiones: no pude encontrar un presidente chiquito, por lo menos un candidato sin cola de paja para las próximas elecciones. 

El presidente que tenemos actualmente es minúsculo, se ha encogido por mediocre y mentiroso, y aunque sigue de vendedor de ilusiones por casi 20 años, ha llevado el país a la bancarrota con su demagogia barata. Ni siquiera sirve para economista de alasita. 

El autor es escritor y cineasta 

@AlfonsoGumucio