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Opinión

Reflexiones desde la cuenca Taquiña

28 de Febrero, 2020
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GABRIELA CANEDO
Hace unos días nuevamente la mazamorra se apoderó de Tiquipaya, como hace dos años. La cuenca involucrada es la de la Taquiña, que tiene una extensión aproximada de 11 kilómetros y está ubicada en la cordillera del parque Tunari. Cuenta con 20 afluentes, que desembocan en el río del mismo nombre que transcurre desde la cordillera hasta la avenida Ecológica.

Recuerdo de niña que en época de lluvia, ya de hecho la avenida ecológica y el Cruce de la Taquiña solían anegarse, el agua seguía su cauce y los vecinos grandes y chicos nos movilizábamos para combatir que el agua se entrase a las casas. Sin embargo, los desastres no eran para nada comparables con los que las lluvias ocasionan en la actualidad. ¿Qué es lo que está pasando?, el clima está cambiando es la respuesta común. Sí, pero también otros factores influyen como la urbanización testaruda en zonas prohibidas como en la torrentera del río.

Transportémonos a la cuenca Taquiña, desde allí la vista de lo que ocurre es distinta. Si por Tiquipaya amainó la lluvia, en el sector de la cuenca, sigue lloviendo, esto ocasiona que haya agua por doquier que la cuenca contiene cual recipiente. Si antes el agua de lluvia tenía la oportunidad y el tiempo de penetrar en la tierra, humedecerla de acuerdo al ciclo normal, hoy en día las lluvias inician en diciembre, siguen en enero, y en febrero loco se agudizan, la tierra cual esponja que ha absorbido el agua en demasía se remoja, la cuenca no puede retener y cual gota que derrama el agua del vaso,  la cuenca cede. El derredor de la cuenca esta desierta, sin duda la deforestación ha ocasionado la pérdida de árboles de los que las raíces actúan como dique de contención. La deforestación implica el cambio del uso de suelo, a un uso agrícola, lo que ocasiona que la tierra se ablande.

El río principal, Taquiña y sus afluentes, corren por su cauce. Cumplen con su papel natural seguir su curso. Pero no corre solo agua, sino que la tierra remojada se desliza, de ahí nace la mazamorra que arrasa con todo lo que encuentran a su paso, la cantidad de agua, barro, piedras es tal que no tiene piedad con nada ni nadie. Recordemos, hace dos años anegó viviendas, al extremo de cegar la vida de personas y animales. Seguimos bajando y siguiendo el curso del río, se puede observar que el lecho de éste se encuentra plagado de viviendas que fueron construidas de manera irregular, por tanto será difícil a futuro evitar desastres como los que cada vez enfrenta Tiquipaya. El río no cambiará su cauce, lo que toca a las autoridades de manera seria es primero hacer un manejo correcto del sistema de cuencas, aunando esfuerzos para resolver el problema de los asentamientos en zonas de riesgo. 

La furia de la naturaleza, es la revancha con el ser humano, que deforesta, abre caminos, amplia la frontera agrícola, construye de manera terca e implacable en la ribera del río, no hace un manejo de cuencas, ni cuida sus torrenteras, es decir, es el desquite contra la intervención dañina del ser humano. Si bien se requiere trabajar tanto en la parte alta de la cuenca para prevenir la amenaza, también es imprescindible trabajar en la parte baja para reducir la exposición de las personas al riesgo de inundación. Mientras tanto el peligro se mantiene latente pues la predicción del tiempo indica, que aún quiere llover sobre mojado.

Gabriela Canedo es socióloga y antropóloga

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