
Los avances en neurociencia y el reconocimiento de los derechos de la infancia han transformado la forma en que entendemos el desarrollo infantil, impulsando a muchas familias a replantear sus estilos de crianza. Esto ha generado un cuestionamiento profundo al modelo tradicional autoritario, basado en órdenes, castigos y obediencia ciega. Sin embargo, en el intento de alejarse de ese estilo, algunas familias han adoptado una crianza permisiva, sin límites ni estructura clara.
Esta polarización plantea una pregunta clave: ¿Es mejor criar con respeto o mantener la "mano dura"? La respuesta no está en los extremos. Tanto el autoritarismo como el permisivismo pueden resultar perjudiciales para el desarrollo emocional de niñas, niños y adolescentes. El desafío es encontrar un equilibrio que les brinde seguridad emocional, lo que implica amor incondicional, sí, pero también límites claros y coherentes.
Cambiar implica dejar atrás prácticas conocidas, lo cual puede generar inseguridad. Para lograr una transformación real en nuestra forma de educar, necesitamos revisar conceptos fundamentales, como el
verdadero sentido de la disciplina. Muchas personas aún la asocian con castigo, pero su origen latino —disciplina— significa enseñar, guiar, instruir. Su raíz discipulus se refiere a quien aprende, no a quien debe ser castigado.
Recuperar este significado nos permite entender la disciplina como una herramienta de acompañamiento respetuoso, que pone límites desde el amor, enseña con firmeza y genera conexión. Así llegamos a un modelo de crianza democrático, que equilibra estructura y autonomía, respeto mutuo y conexión emocional.
Los límites claros no restringen la libertad: la protegen. Ofrecen a los niños la confianza de explorar el mundo sabiendo que cuentan con una guía firme y amorosa. Desde esta mirada, la disciplina enseña habilidades esenciales: autorregulación emocional, empatía, tolerancia a la frustración, responsabilidad y resolución de conflictos.
Si logramos asumir este cambio de paradigma, estaremos ayudando a nuestras hijas e hijos a crecer en bienestar, construyendo relaciones sanas y aprendiendo a vivir con equilibrio y confianza. Enseñar, en lugar de castigar, no solo forma mejores personas, también llena de amor esa mochila emocional que los
acompañará toda la vida.
La autora es consejera en crianza