“La mayor operación israelí sobre Gaza, en Palestina, consistió en 50 bombardeos, por aire y tierra en 40 minutos. En esta han muerto más de 100 palestinos gran parte niños y niñas y algunos israelíes. Existe desproporción en los medios, las razones y los muertos. Hay una política asesina contra Palestina durante décadas. Un odio del Estado de Israel hacia Palestina. Netanyaju lleva adelante una política de apartheid y existe una violación sistemática contra los palestinos”. Reportó Tv Público, en español.
En Colombia, casi cinco decenas de muertos, más de 100 desaparecidos, a partir de las protestas contra la reforma fiscal que el gobierno de Duque pretende llevar a cabo. Los titulares en la prensa internacional no han sido muy esperanzadores y un profundo desamparo nos invade.
En este contexto es tan pertinente el pensamiento de Humberto Maturana, biólogo, filósofo, escritor y premio nacional de ciencias en Chile, que hace unos días dejó este mundo. Teórico de la biología del amar, sus ideas y preceptos desarrollados nos interpelan en un contexto en el que la historia se sigue escribiendo con sangre, ira y odio. ¿Cómo se puede entender su teoría de la biología del amar en un panorama de guerra y manifestaciones violentas?
El científico considera que el amor es la emoción fundamental que hace posible nuestra evolución como seres humanos. Pero ojo, el amor entendido no como sinónimo de bondad o generosidad, sino haciendo alusión a un fenómeno biológico. En este sentido, habla del “amor” como “la emoción que especifica el dominio de acciones en las cuales los sistemas vivientes coordinan sus acciones de forma tal que trae como consecuencia la aceptación mutua, y que constituye los fenómenos sociales”. Maturana dirá que los seres humanos somos intrínsecamente amorosos, por tanto, el amor es una manera de vivir en sociedad. Esta emoción surge cuando al interactuar con otras personas, no importa quienes sean ni su lugar en la comunidad, las consideramos como un legítimo otro, que puede coexistir con nosotros.
Amar, entonces, es el fundamento de la vida social al aceptar la existencia de los demás, sin querer anularlos o negar su propia visión del mundo. Tomando como referente este principio, y en retrospectiva viendo la historia hasta la actualidad, llena de sangre y banalidad, podemos constatar que esta posibilidad se ha extraviado, pues en todos los campos y facetas de la vida prima la negación del otro, llevando a invalidarlo hasta su exterminio, como ocurre en estos momentos en la franja de Gaza o en Colombia.
De igual modo, esta negación de la alteridad, sucede en las teorías políticas, religiosas e ideológicas, que nos llevan a fanatismos y nos impiden la reflexión y la apertura a escuchar y considerar elementos que el otro emite. Maturana indica que si una persona pertenece a una comunidad humana y quiere conservar la reflexión, el encuentro, se tiene que estar dispuesto a ampliar la mirada.
Con todo, surge la pregunta ¿cuándo se da la ruptura con esa esencia intrínseca amorosa de la especie humana?, el científico señala que el ser humano no nace bueno, nace amoroso, lo que implica tener confianza en el espacio en el cual uno se encuentra y moverse sin exigencias, ni expectativas. Todo inicio es un punto de partida para posibilidades que van apareciendo en la historia. Todo comienzo: un gatito recién nacido, una planta creciendo, un bebé, nos invitan a la reflexión que tiene que ver con la belleza, con nuestra biología, que evoca y gatilla la respuesta acogedora, pero también sucede que traicionamos estas posibilidades y potencialidades amorosas del ser humano, pues enseguida tejemos teorías, constructos explicativos que justifican la discriminación y negación del otro. El poder, el querer ser dueño de la verdad, el dominio, la propiedad, y el placer de sentirse servidos serían algunas de las causas para que se produzca tal ruptura de la intrínseca esencia amorosa que llevamos.
A pesar de que Colombia y Palestina, no son los mejores ejemplos de esta esperanzadora teoría, Maturana, invita a recuperar la posibilidad de seguir evolucionando como especie. Es imprescindible rescatar nuestra primigenia condición humana que posibilita la cooperación, el respeto y en definitiva la reproducción afable del sistema en el que vivimos.
Gabriela Canedo Vásquez es socióloga y antropóloga