Ir al contenido principal
 

Opinión

30 años del Latinobarómetro

28 de Abril, 2025
Compartir en:

Los patrones invariables de cada año en la región: aumento de la desconfianza y de la insatisfacción política

Latinoamérica, esa dialéctica andante entre modernidad y tradicionalismo, mantiene todavía convicciones democráticas. En paralelo, es el lugar más desconfiado del mundo y el que mayor insatisfacción política produce entre sus poblaciones. ¿Cómo es posible esta contradicción?

Esa fue la principal pregunta del congreso celebrado en Casa de América - Madrid para conmemorar el 30 aniversario del Latinobarómetro, instrumento ineludible para analizar la región. 

La herramienta nació en 1995 con un grupo de politólogos y encuestadores que, encabezados por la economista chilena Marta Lagos, empezaron a tomarle el pulso al Estado de derecho y a la cultura política en Latinoamérica. “¿Por qué sobreviven las democracias a pesar de la desafección ciudadana? porque hay mucha gente que se enfurece frente a la violación de derechos, pero que no cuestiona la necesidad de que existan”, asegura Lagos. 

De todas formas, la fundadora (y actual directora) reconoce que se han exagerado las virtudes del sistema democrático como solucionador de problemas. Decía Raúl Alfonsín (primer presidente argentino pasada la etapa dictatorial): “con la democracia se come, se educa y se cura”. Este tipo de promesas generaron un desbalance entre la expectativa ciudadana con sus gobiernos, y lo que realmente obtienen.

 Yanina Welp, doctora en Ciencias Políticas, ofrece una respuesta desde el pragmatismo: “El sistema se mantiene porque las élites ven en él una forma pacífica de ir intercambiándose el poder”. La democracia sería, pues, la fórmula menos molesta para que los grupos de presión puedan garantizarse una mordida. 

¿Bienestar a cambio de libertad?

Inversamente, sectores populares alrededor del mundo apelan a ese mismo pragmatismo para alejarse del Estado de derecho. Sería ese el caso de varios países asiáticos. El diplomático español, Jorge Dezcallar, sostiene la existencia de un “contrato social” entre ciudadanos que toleran vivir bajo un autoritarismo, siempre y cuando les otorguen mejores condiciones económicas. 

¿Es posible que esa lógica se haya expandido a la región? En el Latinobarómetro de 2010, la democracia era considerada la mejor forma de gobierno según el 63% de los encuestados. Para 2023, el indicador caía hasta el 48%. Sin embargo, cuando la pregunta versa explícitamente sobre el autoritarismo, sólo se obtiene un 18% de respuestas favorables. 

Yanina Welp también ayuda a entender esta inconsistencia: “la gente sí está insatisfecha, pero no vislumbra alternativas reales”, manifestaba el día viernes en el congreso. En ese sentido, no existiría aquí una dinámica parecida a la de China o a la de Singapur. Se trataría de un hartazgo muy mal gestionado. La directora, Marta Lagos, ejemplifica: “Latinoamérica trata a la dictadura como a su amante y a la democracia como a su esposa”. Al mismo tiempo, apunta: “hay que recordar, en toda la zona hoy sólo tenemos dos dictaduras: Venezuela y Nicaragua”.

Ante la aseveración, otro ponente discrepaba. Michael Reid, encargado de América Latina para The Economist: “yo diría que hay cuatro: Venezuela, Nicaragua, Cuba…y El Salvador”. Debido al prorroguismo inconstitucional en el presente mandato, los salvadoreños ya no vivirían una democracia a pesar del gran apoyo a las políticas de Bukele. 

Fenómenos como este suelen denominarse ‘democracias censitarias’ o ‘autocracias electorales’. Son populismos legitimados por el voto pero inmediatamente supresores de toda institucionalidad. La fórmula: aprovechar la crisis de representación y el malestar de los sectores marginados para radicalizar un discurso de soluciones ultra presidencialistas, polarizantes, simples de comunicar, y aparentemente efectivas. 

Año tras año, el Latinobarómetro ha sido testigo estadístico del crecimiento de estos híbridos. Carlos Malamud, investigador del Instituto El Cano, plantea un breve repaso. En los 90, los tiempos del consenso de Washington habrían generado populismos del estilo Menem o Fujimori. En los 2000, el boom de commodities habría afianzado los populismos chavistas, evistas y correistas. Y hoy, el rechazo general al sistema de partidos arroja un “populismo poliamoroso desideologizado”. 

Lagos, por su lado, afirma que la constante es una “tensión de valores” en lo comercial y lo cultural. Latinoamérica siente que ha perdido en el proceso económico-globalizador, pero tampoco ha tenido éxito con las opciones alternas (ejemplo: los fallidos procesos de sustitución de importaciones). Además, siguen irresueltos los límites identitarios de la categoría ‘mestizo’ como elemento homogeneizante. Y todavía no sabe el latino, si es occidental o accidental. 

Aún así, el mecanismo mínimo electoral se mantiene sólidamente reivindicado, se sigue exigiendo un imperio de la ley, y no hay grandes reducciones en el activismo. “De la muerte y la política no se puede escapar. O ayudas a hacer política, o te la hacen”, dice el economista Albert Guivernau. Tal vez esta frase resuena instintivamente en nuestro imaginario colectivo. *Licenciado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, maestría en Periodismo Internacional.

El autor es licenciado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, maestría en Periodismo Internacional.