OMAR QAMASA GUZMAN BOUTIER
Los presidentes de Argentina y Venezuela, Mauricio Macri y Nicolás Maduro respectivamente, presentan sorprendentes similitudes, en cuanto al manejo de la crisis económica por las que atraviesa cada uno de estos países. Es también cierto que las coincidencias abarcan al ámbito del manejo consiguiente de la política interna. Estas similitudes pueden encontrarse a pesar de las diferencias que se presentan tanto entre ambos países, como incluso entre ambos gobiernos. Con todo, las similitudes nos remiten grandemente a una misma manera de gobernar y ejercer el poder político, es decir, a una concepción o patrón de gobierno.
Para desarrollar esta idea vamos a circunscribir la reflexión en los dos elementos adelantados: crisis económica y política interna. Lo que de entrada importa es partir de la importancia de la autodeterminación de lo interno en cada país para, luego de ello, entender su vinculación con el exterior y no a la inversa; que sería el caso si explicáramos ambas variables -crisis económica y política interna- como resultado de las presiones externas. De hecho, para Macri la crisis económica argentina se explicaría en gran medida por los coletazos de la guerra comercial entre Estados Unidos (EEUU) y China, mientras que para Maduro lo haría por la guerra económica que el imperio habría declarado a Venezuela.
En ambos casos, el indicador que mejor ilustra la crisis económica es la inflación. Mientras ésta ha alcanzado en Venezuela cifras verdaderamente astronómicas, en Argentina se encuentra muy por encima de lo estimado por el propio Macri. En ambos casos la inflación ha sido impulsada por la devaluación de sus respectivas monedas. A pesar que se trata de estructuras económicas muy distintas, tanto Venezuela como Argentina han sufrido la presión del dólar a punto tal de poder ser afectados también en el futuro inmediato con la suficiente fuerza como para poner bajo sospecha la estabilidad de la macroeconomía misma, en cada uno de estos países. Lo curioso es que tanto para el gobierno de Macri como para el de Maduro, la conducción que imprimen para salir de la crisis les estaría, según aseguran, permitiendo avanzar por el camino correcto. Con esta valoración que cada quién hace de sí mismo entramos a la consideración del manejo político de la crisis.
Se entiende que este manejo es de vital importancia para que cualquier plan económico pudiera tener éxito. Ello quiere decir que la política (la situación política general de cada país y la conducción política particular de cada uno de los gobiernos) es un elemento (una variable, dicho en lenguaje académico) del que no se puede prescindir cuando se analiza la pertinencia de un programa económico. Por ello es absurdo circunscribir la viabilidad o no de cualquier plan económico solamente al debate técnico.
La crisis económica ha creado en ambos países un cuadro de tensión social que rebasa los estrechos marcos de los partidos políticos, para el caso, de oposición. Se trata de situaciones de tensión social que se expresa por canales diversos: organizaciones sociales, gremiales, colectivos ciudadanos, agrupaciones vecinales y sólo al último, por los partidos de oposición. La tensión social ascendente, a la vez, puede hacer fracasar la viabilidad del plan que se propone. Ante esta situación, tanto en Argentina como en Venezuela los gobernantes buscan chivos expiatorios a quien responsabilizar por la crisis. Sorprendentemente, en ambos casos los culpables son casi los mismos. Según trascendió a la prensa, en reunión de gabinete ampliado, el miércoles 12 pasado, Macri habría responsabilizado al “núcleo de poder” por no respaldar los esfuerzos del gobierno y al contrario, levantar olas en la ya tensa situación social argentina. Macri se refería básicamente a empresarios, dirigentes gremiales, líderes de opinión y Medios de comunicación. Que en Venezuela estos actores sean señalados por Maduro como responsables, es algo que solamente basta reiterar. Sin embargo de esta coincidencia, viene acotación otra, en lo político, de mayor importancia.
Siendo similar la manera en que cada uno de estos gobiernos reacciona frente a la crisis, se revela también la concepción de la política que subyace en ellos, más allá -claro- de los discursos ideológicos con los que revisten su accionar. Hablamos del aislamiento interno, como opción elegida para atravesar el período de la crisis. Esta opción es lo contrario a una política dialogal, en busca de consensos democráticos. Al contrario, en Macri y Maduro prevalece el criterio de la imposición (adornos más, adornos menos) a la sociedad, de sus respectivos planes económicos. Se trata, pues, de una visión autoritaria que, en último término, ignora los mecanismos democráticos en pos de la construcción de consensos nacionales, a fin de enfrentar la crisis. ¿Por qué? Aquí sí puede hablarse de diferencias, pero son diferencias que giran en torno a las mismas variables: la soberanía y la democracia. Es como si cada uno de estos dos presidentes se descubriera en el otro, por medio del espejo, mirando una imagen invertida.
Veamos. En Maduro la soberanía lo es todo y en Macri nada. El primero, por supuesto, confunde deliberadamente la soberanía nacional con la soberanía de su propio gobierno y en esta voluntaria confusión revela precisamente el divorcio de su gobierno con la voluntad mayoritaria venezolana. En estas condiciones no puede hablarse de soberanía nacional y ni siquiera de soberanía del gobierno, porque se trata de un gobierno preso de la protesta popular, obligado a mostrar su esencia autoritaria y a negar la democracia que la entiende como aspiración subversiva. La práctica de Macri, por su parte nos dice, a la inversa de Maduro, que para él, efectivamente, la soberanía no tiene valor alguno. Bajo este criterio, por tanto, entrega el diseño del plan de salvataje económico nada menos que al Fondo Monetario Internacional (FMI). Con la infundada esperanza que los centros financieros internacionales acudan en su ayuda, los tecnócratas argentinos se despojan de lo que resulta central en toda negociación internacional: la dignidad nacional. Así, los equipos técnicos de Macri inician entonces la peregrinación por el norte y alistan sus mejores miradas mendigantes de las que son capaces. Pero las cosas no únicamente no mejoran, sino incluso, de acuerdo a las propias previsiones del FMI, tenderán a tornarse un tanto más sombrías el próximo año.
En realidad las cosas no tendrían por qué haber sido de otra manera, porque para salir de la crisis, con miras de preservar, en lo que fuera posible, el interés nacional, lo menos que se podría esperar es que las políticas anti-crisis sean diseñadas en y por la nación, para luego negociar con los organismos financieros internacionales. Claro que para ello, lo primero es valorar, aún sea en lo mínimo, eso que se llama soberanía nacional.
Pero si Macri muestra su mayor debilidad en el tema de la soberanía, Maduro lo hace en el de la democracia; aunque también aquí mostrarán estos dos personajes coincidencias. En efecto, ambos en definitiva no tienen el menor interés, como dijimos, de lograr consensos en torno a una propuesta nacional anti-crisis y se entiende que un sistema político democrático adquiere sentido si permite la construcción de consensos y si estos consensos, por último, se plasman en políticas nacionales. Es verdad que Macri, en su conducta antidemocrática, no ha ido tan lejos como Maduro, cuyo desprecio por la democracia y por su propio país tiene, en definitiva, la grosería digna de un vulgar dictador. Para Maduro (de cuyo ejemplo se encuentran muy cerca Daniel Ortega de Nicaragua y Evo Morales de Bolivia), el haber destruido las instituciones democráticas y el violar los más elementales derechos humanos no es suficiente, no digamos ya para acallar las protestas que la crisis levanta hora tras hora en Venezuela, sino incluso para distraer la atención internacional con la toma de medidas que hasta la víspera las llamaba “neoliberales”. En un saltimbanqui integral decreta establecer el precio de la gasolina en su país, según los precios que rigen en el mercado internacional. Por su parte, también Macri tomó medidas que hasta hace poca las consideraba como verdaderos atentados comunistas contra la empresa privada. Se olvida de ello y ordena imponer un impuesto a los grandes exportadores privados, para que al menos de esa manera contribuyan en algo a combatir la crisis.
Sea como sea, lo que vemos es que a la práctica antidemocrática se llega por diversos caminos. Si el modelo político de base es antidemocrático no importa caminar por la derecha radicalmente liberal de Macri o por la izquierda, enajenada por la corrupción y la ineptitud de Maduro.
Omar Qamasa Guzman Boutier.