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Opinión

Luego del tinku político

10 de Diciembre, 2019
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OMAR QAMASA GUZMAN BOUTIER

Resulta enriquecedor describir el análisis político del conflicto social que culminó con la renuncia de Evo Morales a la presidencia, desde la antropología andina. Desde esta óptica diríamos que en Bolivia hemos vivido un verdadero t´inku político. El t´inku es una pelea ritualizada, anual, en las comunidades andinas particularmente en el norte de Potosí y en el sur de Oruro, para procesar los desacuerdos y la violencia acumulada a lo largo de un año, ya sea al interior de la comunidad o entre comunidades. Se trata de un mecanismo étno-psicológico de las sociedades andinas para procesar los niveles de violencia acumuladas al interior de las comunidades; fenómeno se presenta, como se sabe, en toda sociedad humana. Con este mecanismo, sin embargo, el procesamiento permite que la violencia no desborde a la comunidad ni desestructure las relaciones sociales, por lo cual, luego del t´inku, sus miembros retoman las relaciones sociales armónicas. Como mecanismo social, por tanto, permite la administración de violencia social, sin que ésta llega a afectar al cuerpo colectivo.

En el t´inku político nacional que vivimos, alguno de los supuestos que orientan la pelea ritual, sin embargo, no se repitieron; principalmente los referidos al contenido con el que asisten los concurrentes al mismo. Se entiende que el t´inku tradicional es una pelea ritualizada a la que las partes asisten en condiciones similares, pero en el t´inku nacional que ahora observamos, el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) como una de las partes, asistió al mismo munido de toda clase de artimañas posibles, a fin de obtener ventajas. Lo que en la tradición de este tipo de peleas importa, antes de ganar las mismas, es la reafirmación y la valorización de la honra. A pesar de todas las artimañas, la derrota del MAS nos habla de la inutilidad del amplio despliegue de la prebenda, la corrupción, la violencia y el engaño en una disputa democrática. Todo ello se mostró inútil, porque faltó en los ex-gobernantes lo principal: la honra, como muy bien lo dijera la presidenta Jeanine Añéz. Sobre la importancia de esta ausencia volveremos más adelante.

Por ahora preguntémonos lo que significa el que, como sociedad, hayamos tenidos que acudir al t´inku político, para la resolución de nuestras controversias. Desde ya, el hecho refleja la inexistencia de mediaciones estatales capaces de recoger y procesar las demandas sociales, mucho antes de llegar a la confrontación. Hablamos, pues, del resultado provocado por la desinstitucionalización impulsada afanosamente por el gobierno de Evo Morales. El proyecto dictatorial y delincuencial de ese gobierno aspiraba, efectivamente, a tener una ciudadanía sin libertades democráticas, atemorizada por los impunes atropellos de los que el MAS hacía gala en todos los niveles de la sociedad; es decir, aspiraba a tener una sociedad resignada.

Sin embargo, ese absurdo e infantil cálculo político solamente pudo estar en la mente de un gobierno compuesto por hombres y mujeres “sin honra”, porque a la confrontación, o sea al t´inku político, la sociedad civil boliviana asistió munida de la certeza que ofrecen los principios y los valores de la democracia, por lo que se lucha. Por ello, además de la falta de honra, también se apreció en esas gentes un desconocimiento de la sociedad a la que gobernaban, así como elevados grados de menos precio a la misma. No es algo que deba extrañarnos, si recordamos algunas de las características de los hombres de Morales. Primero, tratándose de un gobierno presidido por un campesino productor de coca, o a secas, de un gobierno que tuvo en el campesinado su principal apoyo social, este desconocimiento fue reiterativo de lo que siempre se ha vivido en la sociedad boliviana en general.

En Bolivia, el desconocimiento de campesinos de raíz indígena a la lógica de vida de las clases medias y viceversa, ha sido una constante y refleja la distancia antes mental que social o racial. La novedad, en esta verdadera tradición nacional, radicó en que ese desconocimiento vino ahora del lado de un gobierno presidido por un campesino. Segundo y ahondando en la primera característica, añadamos alguna de las razones del menos precio a la sociedad. La delirante idea subyacente para ello era que las clases medias no tenían la misma tradición de huelgas, bloqueos y movilizaciones permanentes como los obreros y campesinos, fieles aliados del gobierno del MAS y organizados en sus respectivos sindicatos. Está claro que pudieron haberse ahorrado la tardía y desagradable sorpresa que les propinó, precisamente la movilización nacional inquebrantable y esas clases menos valoradas; podrían haberse ahorrado todo ello, de no haber destruido todas las mediaciones estatales, para no hablar ya de la insolvencia intelectual y analítica de los dirigentes y asesores de aquél anterior gobierno.

Si algo ha dejado en claro el t´inku que comentamos, es la evidencia del carácter indomable, guerrera (en palabras de Vargas Llosa) de la sociedad boliviana. Para decirlo con claridad; es algo propio de nosotros, los bolivianos y lo llevamos en nuestra genética, en nuestro ADN. ¿De dónde nos viene? Por supuesto que de la historia. Es la acumulación histórica, de muy largo aliento la que ha alimentado este signo y esa fuente se prolonga hasta nuestros días, por lo cual resultada explicativa tanto de aquél carácter guerrero, como de la radical defensa a la democracia representativa. Se trata de aprendizajes históricos que se asientan en distintos niveles de profundidad del tiempo. Para el primer caso, hay que remitirse al menos al siglo XVIII y la rebelión indígena; de ese acontecimiento heredamos lo que Zavaleta Mercado llamara la “escuela de Katari”. La asimilación de ese hecho histórico ahora conforma en parte nuestra forma de ser. A ello deben añadirse otros tantos legados dejados por acontecimientos tales como la guerra de la independencia y las republiquetas (1809 – 1824), la rebelión de Zárate Willka de fines del siglo XIX, la revolución de 1952, etc.

Pues bien, a esta característica se añade, decíamos, la defensa de la democracia representativa como una verdadera adquisición histórica. Esta conquista es la que dota de contenido, en la época en que vivimos, a la primera característica. En varias oportunidades hemos recordado que la comprensión del valor de la defensa de la democracia representativa puede situarse en la movilización popular de noviembre de 1979; oportunidad en que se constituye una multitud democrática y nacional. Con la última movilización de la sociedad boliviana se ha completado la comprensión de esa defensa, con nuevas consideraciones, referidas a la importancia de la independencia de poderes y a la división de poderes. Son estas últimas adquisiciones las que le dotan de sentido a la democracia representativa y puede decirse que, en conjunto, también robustecen la acumulación democrática histórica en la sociedad.

A manera de cerrar nuestro razonamiento, volvamos a los supuestos del t´inku. En el encuentro violento los concurrentes llegan, ciertamente, a conocerse y es ese conocimiento mutuo el que posibilita constituirnos, en tanto sujetos, uno ante el otro. No por nada se dice que un adversario digno es merecedor de respeto. Por otro parte, de hecho, el reconocimiento del otro en tanto sujeto es la condición básica para una interrelación dialogal y de respeto mutuo. Lo es, porque ese reconocimiento conlleva el reconocimiento de la dignidad que porta todo sujeto. Así de profundas pueden llegar a ser las consecuencias del t´inku político vivido, para las relaciones intersubjetivas en nuestra sociedad.

Que para la valoración del reconocimiento de este potencial democrático conspiren interferencias secundarias, es algo casi natural. Nos referimos al pataleo, hoy convertidas en verdaderas payasadas, de Morales, Copa y en general, de todo el MAS, reducido luego de conflicto a simple remedo de partido político. Sus manotazos por entorpecer el proceso de la recuperación de la democracia son los signos de la incapacidad que siempre tuvo este partido para vivir en un ordenamiento democrático constitucional. 

Omar Q. Guzmán es sociólogo y escritor

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