MIGUEL MANZANERA, S.J.
Por Miguel Manzanera, SJ (*)
Del 11 al 13 de enero de 2010 participé en la Ciudad del Vaticano en la Asamblea Anual de la Pontificia Academia por la Vida, compuesta por profesionales de distintas áreas - filosofía, genética, medicina, derecho y teología entre otras
–, comprometidos en la defensa de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural. El tema propuesto para este año se refería a la ley natural en relación con la ética universal y particularmente con la bioética.
Se trata de un tema muy actual y pertinente, ya que en las últimas décadas se han aprobado leyes que, a pesar de tener legalidad por haber sido aprobadas “democráticamente”, carecen de legitimidad, precisamente porque son contrarias a la dignidad humana, uno de los postulados básicos de la ley natural.
Hay pensadores que niegan la existencia de la ley natural, argumentando que no se encuentra escrita en ninguna parte. Uno de los más connotados es el austríaco Hans Kelsen (1881 – 1973), fundador de la escuela del positivismo jurídico. Este autor considera la constitución política estatal como la base sobre la que en cada sociedad política se asienta la pirámide de normas jurídicas, jerarquizada de acuerdo a su respectivo rango.
Sin embargo, esa negación de la ley natural se debe rechazar, aunque primero hay que aclarar que la ley natural no es una ley similar a las promulgadas por las autoridades políticas. Ya Aristóteles, uno de los grandes mentores de la ética, se refería simplemente a “lo justo natural”, que brota de la naturaleza humana, contrapuesto a “lo justo normado”. Por eso San Pablo se refiere a la ley natural como “la ley escrita en el corazón del hombre” (Rm 7,1-8,16).
En su esencia la ley natural significa la potencialidad de todo ser humano para desarrollar su conciencia, tanto en el sentido teórico de buscar y encontrar la verdad, como también en el sentido ético de actuar correctamente, discerniendo entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. Esta capacidad constituye al hombre como un animal ético con dignidad propia, cualitativamente superior a todos los demás animales porque en él se revela la presencia del Espíritu divino.
El hombre, uno en cuerpo y alma espiritual, está impulsado naturalmente a la perfección de su ser no sólo en el sentido biológico, sino también y sobre todo en un sentido antropológico de crecimiento en la verdad, la bondad y la felicidad, que en la vida social implican la libertad, la equidad y la fraternidad, elementos clave de la felicidad.
Obviamente para poder desarrollar la capacidad ética es preciso que el ser humano, ya desde la niñez, sea educado rectamente por sus padres y docentes para aprender a controlar su carácter y a ejercitar su sentido ético según el principio de hacer el bien y de rechazar el mal. De aquí la importancia de una correcta pedagogía en la niñez y adolescencia, bajo la responsabilidad de los propios padres de familia, coadyuvados por la sociedad.
Ya desde tiempos inmemoriales las personas sabias han ido aportando elementos clave para la construcción de una ética natural universal. Muchas culturas han reconocido con diversas variantes algunas obligaciones y prohibiciones universales, entre las que pueden mencionarse el Decálogo judeocristiano y también la trilogía ética quechua, “ama sua, ama lulla, ama qhella” (“No robes, no mientas, no seas flojo”).
Un aporte reciente, muy valioso para la elaboración de la ética natural universal, ha sido la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada en 1948. En cambio, algunas posteriores declaraciones de “nuevos derechos humanos”, por ejemplo los derechos sexuales y reproductivos, al ensalzar el egoísmo y el hedonismo, no corresponden a la ley natural, ya que atentan a la dignidad natural de la persona y de la familia.
Particularmente el pretendido derecho al aborto anula frontalmente el precepto de “no matar” y con ello viola el derecho natural del concebido a la vida. Igualmente el derecho a la eutanasia niega el derecho a una muerte natural digna. De aquí la importancia que adquiere la ley natural, basada en la dignidad de todo ser humano, para orientar correctamente a la ética universal y específicamente a la bioética y a su plasmación legal en la biojurídica.
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(.) El autor es académico y teólogo