Junto con el humo que inunda la atmósfera producto de la quema de los bosques bolivianos, calcinados por la expansión de la frontera agrícola en los territorios indígenas de tierras bajas, ingresa a la ciudad de La Paz la “marcha” orquestada por Evo Morales con una sorprendente, pero reiterada, persistente, caprichosa, digamos… berrinchosa demanda de habilitarse para gobernar nuestro país.
El político está convencido desde hace algunos años de que su reelección es un derecho humano, que es el único que puede gobernar Bolivia, que al ser indígena representa a todos los pueblos indígenas del país, pero también está convencido que el faccionalismo es el escenario perfecto para imponerse, que la política es cosa de machos, que la violencia es el camino y que el berrinche debería institucionalizarse como forma privilegiada de hacer política y tomar las grandes decisiones de una nación.
Para ello no escatima en nada, una buena corte de acompañantes, zapatos para la ocasión, unos buenos lentes para el sol y, por si acaso, un coche y un sombrero estilo ganadero para completar el atuendo que ha sustituido a la entrañable chompita a rayas rojo, blanco y azul que lo caracterizaba en tiempos pasados y que hoy ha quedado plasmada en un gran muñeco de plástico inflable para las concentraciones en su apoyo.
No se convence de que la gente ya le dijo “NO” cuando hizo un referéndum para legitimar su reelección infinita, que aún queda en la memoria el fraude electoral de las elecciones de 2019, no recuerda bien el curso de los acontecimientos que lo llevaron a renunciar y escapar al extranjero en 2019 y amenazar a la ciudad de La Paz con cercarla y matarla de hambre. Para estos políticos parece que cada nuevo capítulo empieza desde cero. Como si ayer no hubiera pasado nada, como si la historia comenzara con cada líder que se erige en este país de machos al poder, como si las circunstancias en las que nos encontramos ahora fueran mera casualidad y no consecuencia de un devenir y enlazamiento particular de acontecimientos.
Pasa lo mismo con los incendios. No hay memoria -hablo de la memoria institucional- de lo que sucedió el año pasado y cada año se ve a funcionarios correteando de un lado a otro para ver si logran poner combustible a las pocas cisternas que tienen las regiones; mientras que en el año no se ocuparon de sancionar, delimitar, controlar, preveer, hacer gestión para garantizar los derechos de la Madre Tierra y la vida digna y en paz de los pueblos indígenas de las tierras bajas establecidos en la Nueva Constitución.
La vida política nacional actual se ha hecho cupular y plagada de traiciones y contra traiciones. Gobiernan los poderosos, los ricachones, las nuevas élites. Es lo que recordarán las jóvenes generaciones de bolivianos y bolivianas que desde principios del Siglo XXI han visto el atropello de la democracia, la pelea de las instituciones, del ejército y la policía, de los políticos entre ellos. Esta nueva “manera de hacer política”, la del berrinche, se va institucionalizando desde arriba hacia abajo, como una cascada de prácticas abusivas, del jefazo al jefecito, del jefecito a sus subalternos y de los subalternos a sus… a los que puedan.
El periodista Andrés Gómez Vela se preguntaba en estos días: por qué estas dos facciones -si son de un mismo partido político- se pelean, porque están enfrentadas si son lo mismo, todos ellos seguidores de Maduro, Ortega, Putin... ¿Por qué pelean? Creo que lo que vemos hoy es en parte la expresión de que el MAS ha fracasado. Es un cierre de ciclo estrepitoso. Sus dos facciones a punto de desbarrancar Bolivia y sumirla en una violencia política sin horizonte de país, ni proyecto futuro, ni horizonte de sociedad posible. Es una ausencia dramática de capacidad de gestión de los grandes problemas que nos aquejan. Una enorme debilidad para garantizar las bases democráticas de la vida en sociedad que ha dado paso al personalismo y el egocentrismo. Pero sobre todo actúan así porque, en el fondo, buscan sentar precedente de un "modo de hacer política" totalmente contraria a la tradición de auto gobierno y organización social, inclusive la de la protesta: gregario, sin deliberación ni consensos, sin piense, sin sensibilidad; todo vale para tener el poder, siempre al borde de la crispación y, sobre todo, sin contribuir a las agencias que emergen desde la vida cotidiana.
La mayoría de la gente responde a la crisis con dignidad, en las ciudades, en las comunidades, desde los territorios, organizándose para apagar los incendios, para gestionar la vida; desde el trabajo, desde las mujeres que -como en la pandemia de la covid19- resistimos, nos quedamos de pie para arreglar las cosas, para recomponerlas, para sanarlas... Al menos en esos espacios pequeños, territoriales, cotidianos.
El poder que se enfrenta a sí mismo está centrado en el deseo del patriarca, que decide lo que piensa que es bueno para otros sin preguntar, ni mirar, ni sentir, ni pensar. Golpeando a ciegas cargado de adrenalina como si así consolidara alguna fuerza y ganara algo de respeto. Lo que vemos es una política patriarcal profundamente narcisista, rumbo a la barbarie y el autoritarismo. La política del berrinche. Es una pena que rifen la vida de este país por mezquindades personales.
La autora es Psicóloga Social