La Bolivia mayoritaria y silenciosa sigue desarrollándose bajo una dinámica propia a pesar del Estado, aunque este proceso es obnubilado por la coyuntura política y sus conflictos cíclicos, lo cual se traduce en relatos con una carga ideológica que desnaturaliza lo que se ve en la cotidianidad, encubriendo procesos que se expresan en la cultura material y los imaginarios de gran parte de la sociedad.
En este sentido, referirse a un proceso de “modernización endógena“ puede traer múltiples reacciones, especialmente en esferas académicas y en grupos de activismo político, los cuales mayormente asocian este proceso a la acción estatal y a las intelectualidades hegemónicas, lo que implica implícitamente asumir a la sociedad -especialmente de extracto “popular”- como un agente pasivo o conservador que debe ser moldeado según paradigmas planteados a miles de kilómetros de distancia.
La modernidad de corte occidental, impulsada por el Estado y sus agentes subsidiarios durante el siglo XX, no acabó de consolidarse por el mismo hecho de que implicaba guiar a un país imaginario a una meta ajena a las expectativas contextuales de la población. El mismo hecho de las características de las condiciones de reproducción de las elites, marcó -en ese entonces- diferencias insalvables con la población boliviana de extracto “popular”, cuyas condiciones de vida implicaban otras prioridades básicas.
Esa diferenciación y ausencia de lectura de la realidad mayoritaria, continúa hasta nuestros días, ya que segmentos de la clase media tradicional han abandonado el afán modernizador occidental para adentrarse en un afán posmodernizador también occidental (con sus ismos correspondientes), lo que contrasta con un proceso mayoritario que cobra fuerza especial -con sus luces y sombras- en las antiguas periferias, el mundo informal y en lo “indígena urbano”, una “automodernización” sin acción estatal ni guía intelectual, que se adapta a contextos que, a menudo, se consideran anacrónicos.
Bolivia es un Estado aparente cuyas élites políticas e intelectuales no concilian con realidades ampliamente difundidas y reproducen acciones que perpetúan taras que eternizan la postergación de un Estado pleno. Las disputas políticas ideológicas absorben tiempo y recursos y se han convertido en el fin mismo de la acción política lo que impide mirar más allá de la disputa y pensar en objetivos más trascendentes. Como consecuencia, la acción estatal se ha replegado y anquilosado, no es extraño que los grandes cambios se gesten en la informalidad, Bolivia –hoy- es lo que sucede más allá del Estado, en un silencio dinámico y de gran vitalidad.
La “automodernización popular” es un proceso enmarcado en el pericapitalismo, la urbanización, las migraciones internas, la movilidad social, la multilocalidad y un proceso intenso de acumulación de capital social y económico, los cuales influyen en la subjetividad social originando múltiples imaginarios que -como indicaba Zavaleta- pueden interpretarse como “abigarrados” a los ojos de la modernidad ortodoxa occidental, mas no necesariamente son inentendibles ya que son impulsados por una voluntad propia, pragmática y autónoma de la apertura al mundo (no exclusivamente a lo occidental) y la concreción de condiciones básicas de subsistencia adecuada a los tiempos actuales.
La subjetividad social no solo responde a fenómenos recientes y contemporáneos, sino también a frustraciones sociales fruto de acontecimientos de trascendencia histórica que impidieron una autodeterminación temprana. Los grandes movimientos libertarios de 1780 – 1781 al no tener éxito, postergaron el desenvolvimiento social pleno, orientándola hacia la resistencia y forjando con el tiempo una subjetividad social resiliente. Con los efectos de la Reforma Agraria del siglo XX y el proceso de urbanización, se hizo patente la adopción utilitaria de la modernidad -paulatina y selectiva- a la par de una reinvención continua enfocada inicialmente a la sobrevivencia y adaptabilidad ante cíclicos escenarios de crisis.
En la actualidad, Bolivia vive un proceso intenso de “acumulación” del ámbito “popular”, diferenciada de la acumulación realizada por las élites tradicionales durante la época republicana. Este proceso se enfoca en el capital económico y social expresándose materialmente -en una de sus dimensiones- en la imagen urbana, en las áreas de expansión de las ciudades. No es extraño que hasta en sectores periféricos la primera planta de las viviendas sea destinada a algún negocio particular, mientras las casonas (los mal llamados “cholets”) de los potentados económicos -el qamiri- estén destinados netamente a la producción. La vivienda, en este periodo, no responde a la premisa de “máquina de habitar” como en la modernidad occidental, sino en una “máquina de producir” propia de sociedades que ansían la satisfacción de necesidades básicas postergadas históricamente.
El ámbito donde se desenvuelve la movilidad social silenciosa es la informalidad, la cual -con sus luces y sombras- permite la fluidez de procesos (desburocratización) y recursos. La informalidad - como consecuencia de la ineficiencia estatal- es un escenario que demanda un carácter social basada en la resiliencia y adaptabilidad. Esta dimensión es el epicentro de la emergencia de nuevas élites sociales que no necesariamente tienen antecedentes en los caciques prehispánicos que sobrevivieron hasta la colonia, mas sí logran ser influyentes en capas media bajas y bajas de la población mayoritaria, esta cualidad marca una diferencia notable con las antiguas élites (hoy restringidas al entorno estatal y algunos sectores urbanos).
La imagen de la Bolivia del siglo XXI se gesta en silencio. No se basa en la occidentedependencia, sino en una visión más amplia y pragmática, a la luz de la emergencia de otras potencias (el siglo XXI es el siglo de Asia), occidente no es el horizonte es solo una opción. La Bolivianidad se reconfigura a la par, ya no anclada a un sujeto “mestizo” del siglo XX, tampoco restringida a lo “indígena” plurinacional, sino en una conexión fluida entre lo urbano y lo rural, entre lo andino y amazónico, entre lo moderno y lo tradicional, con miras a tener vigencia en el escenario local y mundial. Estas cualidades implican la viabilidad de rasgos culturales particulares que implican la continuidad de procesos civilizatorios que se truncaron durante la colonialidad, tanto externa como interna.
La automodernización vigente también implica la convergencia de imaginarios que son resultados de la urbanidad informal, así como de la migración y multilocalidad. El proceso de acumulación de capital económico es consecuencia y causa de imaginarios implícitos (la vigencia y expansión de la Alasita es solo una muestra); así también la profusión de profesionales de origen “indígena” demuestra un afán de acceder a más capitales -además del social- y sentar presencia paulatina en otras dimensiones más conectadas con el entorno global. La imagen urbana de las ciudades se inunda de estéticas que rompen con cánones impulsados desde la academia y formas de ocupación espacial capitalistas, con muchos aspectos comunes, desde Cobija hasta Villazón, desde El Alto hasta Santa Cruz.
El imaginario de Nación se construye paralelamente, una nación que se construye desde abajo, impulsada por múltiples factores históricos, económicos y culturales. La “automodernización popular” es la fuerza que posibilita la construcción de una “Modernidad Boliviana” enmarcada en las modernidades múltiples, una construcción de nación sin correlación institucional en el Estado, tarea pendiente como necesaria, si se quieren superar construcciones ideológicas ancladas en los racismos, regionalismos, caudillismos, patrimonialismo de Estado y otros problemas aún vigentes.
Guido Alejo es arquitecto y analista