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Opinión

El periodismo que se pierde

12 de Mayo, 2025
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Perder al periodismo es algo sumamente grave para cualquier sociedad. Pero el común de la gente en Bolivia no da señales de estar percatándose de ello

En los últimos años, diversas razones han llevado al periodismo nacional a una situación de retroceso que debiera preocupar al conjunto de la población, pues tal cosa implica el aumento de los riesgos que amenazan a los derechos y las libertades.

El acceso cotidiano a información noticiosa libre, pluralista, completa y confiable, base de la participación ciudadana en los asuntos públicos, hace parte central de esas prerrogativas.

Lamentablemente, como resultado de una acumulación de circunstancias de orden político, económico, profesional, tecnológico y cultural, esa posibilidad de informarse se está viendo cada vez más afectada en el país.

Desde la política, hace casi veinte años que las autoridades de los diferentes niveles de gobierno y sus organizaciones afines se ocupan de querer controlar la labor periodística o al menos de desacreditarla. En un caso, sea mediante la proposición e incluso la adopción de normas restrictivas o el uso discrecional y condicionador de los fondos de la publicidad oficial, se pretende direccionar o acallar las voces informativas. En el otro, con recurrentes declaraciones descalificadoras, agresiones de distinto tipo, persecución judicial y acciones de propaganda o desinformación, se busca desincentivar, marginalizar y polarizar la labor de los informadores.

Lo económico, a su vez, lleva el día a día de la crisis a los medios periodísticos, cuyos ingresos por venta de espacios publicitarios, ejemplares y suscripciones se han reducido de manera alarmante. Este hecho se ha traducido en un brusco achicamiento de las plantillas de personal, disminuciones salariales, cambios en las modalidades de publicación (de impresa a virtual, por ejemplo) y aun cierre de determinados medios, con el penoso resultado de una inestabilidad institucional y una inseguridad laboral crecientes.

El ámbito profesional tiene sus propios problemas, que comprenden la deficiente formación técnico-humanística que se brinda en la mayoría de las más de cuatro decenas de carreras universitarias del ramo, la merma progresiva de la jerarquía y el reconocimiento sociales del periodista, el desencanto de las nuevas camadas de periodistas con la compleja realidad del área, el deterioro de la calidad informativa y la consiguiente caída de la credibilidad ciudadana en los medios noticiosos y en sus operadores.

Se suman a esto las consecuencias de la acelerada incorporación de las tecnologías informativo-comunicacionales digitales en la vida cotidiana de la colectividad, que se expresan, en el periodismo, en el abandono paulatino de los soportes tradicionales de publicación de noticias y su reemplazo por los espacios digitales que, obviamente, exigen nuevas destrezas y tienen sus propios públicos conformados por miembros de las generaciones Y (“millennials”, de 1981 a 1996), Z (“centennials”, de 1997 a 2009), Alfa (de 2010 a 2025) y Beta (de 2025 en adelante). Esto supone un factor de recambio generacional y otro adicional de reducción de personal, al tiempo que una fragmentación “especializada” y una mengua cuantitativa (y cualitativa) de las audiencias.

Por último, lo cultural remite a las pautas sociales contemporáneas en que no se hace esfuerzo alguno por distinguir la “información” en general o la misma “desinformación” de la “información noticiosa” y en que tampoco se asigna valor particular a esta última.

Casi sesenta años atrás, el canadiense Marshal McLuhan destacaba cómo la imprenta había transferido la fuente de la verdad del “oír” propio de los pueblos con cultura oral al “ver” de las sociedades asentadas en la palabra escrita. Ese ver fue más tarde el de la fotografía, el del cine y, al final, el de la televisión. Con ésta, hacia mediados del siglo XX, la información periodística se fue haciendo espectacular y se produjo lo que el exvicepresidente estadounidense Albert Gore llamó a inicios del siglo XXI “el ataque contra la razón”, esto es, la derrota de la lógica en la formación de las opiniones colectivas y en los consiguientes procesos de toma de decisiones, con el triunfo de la emocionalidad, la espontaneidad y la conveniencia urgente. 

Ese fuerte golpe al periodismo y su influjo posible en la percepción y comprensión de los acontecimientos noticiosos fue reforzado en años recientes con las potencialidades de la Internet y las tecnologías digitales, a lo que desde hace bastante poco se añaden las de la inteligencia artificial.

Con todas esas variables en juego, es claro que se viene registrando una innegable pérdida en el periodismo, en Bolivia y más allá también. 

Hoy son contados los medios de prensa (impresos) en el país, así como no son tantos los de radio o televisión que cuentan con periodistas y con espacios noticiosos profesionales. Y los más serios que habitan la web, aparte de pocos, están obligados a moverse al borde del sacrificio y la sobrevivencia.

De todos modos, el daño mayor lo han sufrido los periódicos, cuyo número, alcance y aun calidad se han contraído de forma notable. 

Siquiera hasta finales de la década de 1990, Bolivia tenía más de una veintena de diarios en que los lectores podían hallar una variedad de contenidos sustanciales, en particular los fines de semana. Además de las noticias habituales, las páginas de esa prensa se nutrían de materiales, secciones o suplementos especiales sobre literatura, historia, política, economía, deportes, temas femeninos y luego de género, música, arte, televisión, temas infantiles y juveniles, filosofía, ciencia y tecnología. 

Casi todo eso ha desaparecido. Los públicos actuales, entrampados en asuntos fugaces, triviales y mejor si escandalosos, aparentan no tener ni la más mínima sospecha al respecto.

Hay que evitar que el periodismo continúe en esa ruta de pérdidas. Todavía se está a tiempo.

El autor es especialista en comunicación y análisis político

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