La resurrección de Jesús es la clave para comprobar la autenticidad de su vida y de su enseñanza. Si no hubiese resucitado, habría pasado a la historia como uno más de tantos charlatanes embaucadores que se autoproclaman enviados de Dios. En aquel tiempo existía dentro del judaísmo una posición contrastante en torno a la resurrección. Los saduceos negaban la existencia del alma humana y consecuentemente también la resurrección de los muertos (Mt 22, 29-33). El Sumo Sacerdote Caifás y su antecesor Anás pertenecían a este grupo aristocrático sacerdotal, muy influyente en el Sanedrín o Consejo Superior que condenó a Jesús. Ésta fue una de las razones no declaradas de la condena a Jesús que abiertamente proclamaba la resurrección (cf. Hch 4, 1s).
Por el contrario el grupo de los fariseos, aunque entre ellos había personas excesivamente legalistas e incluso hipócritas, admitían la resurrección de los muertos en base a ciertos preanuncios en las Sagradas Escrituras. La creencia en la resurrección abre a una visión más plena de Dios no sólo como omnipotente con poder sobre la vida y la muerte, sino también y sobre todo como “omni-justiciero” que juzgará a vivos y muertos. De no ser así muchas personas malvadas burlarían no sólo la justicia humana sino también la justicia divina. En la resurrección cada persona recibirá la recompensa o el castigo según sus obras.
El Señor resucitó y se apareció a los discípulos, pero algunos se resistieron a creer que verdaderamente era Él. Para vencer esa incredulidad, Jesús, como excelente pedagogo, salió al encuentro de sus discípulos, tocándoles, abrazándoles y comiendo con ellos. De esa manera Tomás aceptó la resurrección del Maestro.
Hoy en día muchas personas, incluso creyentes, se resisten a creer en la resurrección. Esa incredulidad se basa en la experiencia de ver cómo todo cadáver es materia inerte y se corrompe. ¿Cómo es posible que pueda recomponerse y revivir? Esa dificultad únicamente se resuelve por la fe en la resurrección de Jesús, quien como hizo con Tomás, viene hoy al encuentro del hombre moderno ofreciendo una prueba cada vez más evidente de la resurrección.
Nos referimos a la Sábana Santa, también conocida como la Síndone de Turín. Los análisis del carbono 14 que situaban su datación en la Edad Media han sido desvirtuados por haberse realizados sobre remiendos posteriores. En la actualidad muchos científicos reconocen que hay una altísima probabilidad, casi total, de que la Sábana Santa envolvió el cadáver de Jesús.
Pues bien, recientes investigaciones científicas de John Jackson y Eric Jumper, doctores en ciencias físicas de la NASA, sostienen que la silueta del crucificado en la Sábana fue causada por una radiación instantánea producida por una energía poderosa que brotó del cuerpo de Jesús. “Los hilos no están carbonizados, sino superficialmente chamuscados, y por la penetración de la quemadura podemos medir la fracción de segundo que duró la radiación”.
Con ello la hipótesis de la resurrección, como reencarnación del alma de Jesús, potenciada por la energía de la Rúaj Divina, en el cuerpo inerte, adquiere una inesperada confirmación. Una vez más se muestra la paciente pedagogía divina que, saliendo al encuentro de la incredulidad moderna, ofrece pistas científicas que ayudan a creer que Jesús resucitó según las Escrituras.