OMAR QAMASA GUZMAN BOUTIER
La relación entre política y corrupción es ampliamente conocida y abarca a partidos de todas las tendencias ideológicas; desde la derecha hasta la izquierda a lo largo y ancho del mundo. En todos los casos el fundamento para esa relación es, por supuesto, la acumulación de capital y de poder. Entre los partidos de derecha, la justificación para ello es grandemente, política. En esta perspectiva la corrupción fue, de hecho, un mecanismo de articulación estatal, aunque a la larga desarticulara al propio Estado. Entre los partidos de “izquierda”, la justificación es ideológica y tienda a justificar en los hechos, la corrupción en tanto mecanismo de ascenso social. Estas aclaraciones nos servirán para delimitar este artículo en los marcos de los gobiernos autodenominados de “izquierda” en Suramérica.
En nuestro continente estas organizaciones políticas se han encaramado sobre el descontento social que las rígidas políticas económicas de ajuste estructural habían provocado. El proyecto radical de libre mercado motivó vastas protestas sociales, sobre las cuales cabalgaron a última hora los hoy gobernantes partidos de “izquierda”, amparados en un discurso antioligárquico y antimperialista. Opiniones muy simples, colindantes con la mala intención, hablaron entonces de gobiernos “socialistas” y “progresistas”, para referirse a los gobiernos presididos por un campesino cocalero (Bolivia), un dirigente fabril (Brasil) o un trabajador del transporte público (Venezuela). Pero surge la pregunta, ¿cómo pudieron estas administraciones devenir en blanco de acusaciones sólidamente fundadas de corrupción, al mismo tiempo que adoptan prácticas autoridades? Intentemos una respuesta observando primeramente el ámbito ideológico y luego el social.
Para los fines de estas líneas vamos a entender por ideología no una falsa conciencia como sugiere Marx, ni un sistema de ideas en el sentido de Gramsci, sino, en un sentido más lato, una visión del mundo y del poder. En este orden distinguiremos la ideología de emisión (lo que dicen estos partidos) de la ideología interna (que es la ideología de la clase o sectores sociales a los que representan en el poder) y de la ideología general (que es la ideología de una sociedad y de su Estado). Aunque estas ideologías se diferencian, todas ellas se remiten en última instancia a la visión de su sociedad. En este orden, la ideología de emisión permite la legitimación de los gobernantes y la cohesión de los adherentes, pero no expresa la ideología interior ni tampoco, necesariamente, la ideología general. Todos estos gobiernos autodenominados de “izquierda” emitieron un discurso anticapitalista, antimperialista, socialistas y hasta indigenista y popular, más como un mecanismo de legitimación, pero no como un instrumento ordenador de las políticas de gobierno. El mecanismo ordenador de estos gobiernos (su ideología interior), al contrario, se enmarca en todo lo contrario de la ideología emitida. ¿Esquizofrenia?
En absoluto. Lo que sucede es que los sectores sociales a los que representan son, en términos generales, sectores emergentes de las clases medias: burocracias estatal y sindical, campesinos, sectores de servicios, importadores. Ello explica el que entre los rubros más beneficiados por las políticas de estos gobiernos se encuentren los importadores, sectores de servicios, la construcción, la banca. Ningún observador serio pensará que los gobiernos de Evo Morales, de los Kirchner, de Correa, de Lula o de Maduro sean socialistas o simplemente de izquierda. En el caso boliviano, además, nadie podría sostener que se trata de un gobierno presidido no por un indígena; si nos atenemos a la orientación antindígena de Morales, plasmada en el poco interés que presta a las TCO´s o el desconocimiento a la autorepresentación indígena, entre otros. Es que la orientación campesina -a la que representa Morales- es centralmente antindígena.
Claro está que todos estos gobiernos, falsamente llamados de “izquierda”, pertenecen a la ideología general de sus respectivas sociedades. Hay que decir que las sociedades latinoamericanas son, en el fondo, conservadoras. La misma experiencia de los gobiernos que comentamos demuestra que en el continente se cree más en el excedente económico como palanca de la independencia y desarrollo nacionales, que en la reforma moral e intelectual. Este hecho, además del carácter conservador de estas sociedades, nos remite a la cultura política, poco democrática, que portan. Se trata de una herencia colonial, de contenido autoritario y centralista. A lo largo de nuestra historia, el jaloneo entre proyectos nacionales de corte proteccionista y o de liberalización han marcado la búsqueda del desarrollo, sobre esa cultura política heredada de la colonia.
Ahora pueden entenderse las prácticas corruptas de masistas, kirchneristas, seguidores del PT, chavistas y otros. En todos los casos, la justificación proveniente de la ideología interna es muy simple: como se trata de enfrentar a las oligarquías y al imperialismo debe procurarse el respaldo económico de la administración de la cosa pública, aún con prácticas no santas. Atribuir la lluvia de denuncias sobre estos gobiernos a la conspiración imperialista es sencillamente infantil. Además no debe olvidarse que estas administraciones corruptas acontecen en el marco mundial de la modificación del capital y consiguientemente de las sociedades. De hecho, sería absurdo sostener que los gobiernos presididos por partidos comunistas (China, Vietnam, Cuba) desarrollen políticas económicas socialistas. Al contrario estos países, con mayor o menor éxito, compiten en el mercado mundo con políticas económicas de corte liberal. Son liberales en lo económico pero antidemocráticos en lo político. Lo mismo ha sucedido en nuestro continente, con el añadido de la corrupción en proporciones llamativas. Aquí, la corrupción es, además, funcional para el ascenso social, en el marco de la renovación y rotación de las clases dominantes.
Omar Qamasa Guzman Boutier