Tenía 12 años de edad y se llamaba igual que el Evo, solo que era niña y pobre, tenía epilepsia y nunca había recibido un tratamiento por su padecimiento, compartía una cama vieja e insalubre con al menos 3 miembros de su familia y probablemente no había comido buena fruta, ni cereales, ni tomado un buen desayuno en toda su vida. La encontraron muerta en un rincón del cuarto. Se murió de hambre, con la pancita vacía y los huesitos de su malogrado cuerpo a la vista, delatando los días grises de su infancia y el abandono de un estado que ahora sólo se mira el ombligo. Era una niña pobre de la Ciudad de El Alto.
Y no es que quiera agregar más tragedia a la de una niña muerta por hambre. Eso tampoco quería nadie cuando la pequeña Patricia fue asesinada por su madrastra y su padre a golpes en un contexto de precariedad, violencia y abandono un tiempo atrás, también en El Alto-. Ni cuando el bebé Alexander murió hace unos años por desatención estatal inadmisible en un centro infantil en La Paz. Pero es que estamos hablando de un país de ingresos medios que en los últimos años hace gala de su crecimiento económico.
Quizá Eva pudo haber llegado a crecer sobreviviendo las adversidades y hasta eludir la violencia de la que son víctimas tantas niñas y jovencitas en El Alto. Tal vez con mucha suerte y sacrificio, habría llegado a ser bachiller y –aunque poco probable- llegar a ingresar a la universidad o a una escuela técnica. Tal vez –soñemos- se hubiera trasladado a alguna ciudad para estar mas cerca a un centro de estudios que le conviniera y hasta tendría que haberse tragado los malos chistes del Evo. Ese poderoso señor -el de las “tetillas suculentas”-, el que parece no percibir que ofende la dignidad de las niñas y las jóvenes de este país al decirles en sus discursos públicos que cuando se alejan de sus casas y van a un centro de estudios no sea pues para aprender a “multiplicarse” (cuidadito no?) porque al parecer lo que “él ve” es que “se multiplican como conejos”, se embarazan. El que ofrece millones cuando hay alguna tragedia que parece tocarle como la de esta niña; entonces promete hacerse cargo de las penas, como si el dinero saliera de sus bolsillos. Lo hace mientras su gobierno gasta millones en edificios estatales y sedes de uso privilegiado para sus grupos afines. Lo hace mientras sus ciudadanos desaparecen. Si, eso mismo: desaparecen de los registros, de las planillas de empleos, de los sistemas de seguros, de las listas en las escuelas y hasta de las cifras de la muerte, porque muchas muertes y tragedias ni se denuncian por miedo a no encontrar justicia, por el miedo a las venganzas, por la modorra y el desaliento que trae consigo la precariedad, la burocracia, la violencia y la pobreza.
Bolivia está ubicada en el puesto 108 en la clasificación de países por Indice de Desarrollo Humano (IDH) entre un conjunto de 194 y según un estudio de la UNICEF de 2013 en el puesto 64 en los países por la cantidad de número de muertes de niños junto a países otros asiáticos y africanos. La cercanía a las cifras de Haití nos persigue. La muerte de niños en Bolivia por causas que se podrían prevenir como la desnutrición infantil alcanza el 18% en menores de 5 años; los recién nacidos mueren en un porcentaje mayor a otros países de la región, las muertes de mujeres por causas vinculadas a la salud materno infantil es la más alta de América Latina después de Haití y -aunque curiosamente seguimos sin tener cifras oficiales-, cada 3 días muere una mujer o una niña por causas de violencia de género. Son cifras que asustan.
La muerte de una niña por hambre es la señal mas triste y contundente para cualquier gobierno, es la evidencia de su fracaso. Es una muestra lamentable de un Estado que, aunque no queramos aceptarlo, se desmorona en sus tejidos más débiles y sensibles aunque su gobierno y muchos otros, a pesar de ello, celebran el crecimiento económico como si estuvieran celebrando el Año Nuevo, e insistan en guiar sus acciones por la política proselitista y pongan el dinero público allí donde no va a multiplicar bienestar sino frustración y despojo.
Este y otros hechos demandan a la sociedad boliviana a reaccionar porque no solo se trata de una tragedia que se repite, por donde se lo vea, sino de un hecho -ni aislado ni circunstancial- que no se va a arreglar con acciones de frívola “caridad”– mucho menos las que vienen del propio gobierno- sino con políticas de largo plazo y amplio alcance, con decisiones radicales que inviertan en las personas, en su bienestar, en su seguridad, en su alegría.
Por Elizabeth Peredo