A pesar de la crisis religiosa que afecta a varios países de Europa y de América la religiosidad popular se mantiene gracias al apoyo de muchas personas devotas, aunque con peligro de adulteraciones, Sobresale la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Históricamente se consolidó gracias a las revelaciones que en el convento de religiosas de la Visitación en Paray-le-Monial, Francia, recibió Santa Margarita María de Alacoque desde 1673 hasta su muerte en 1690.
En una de sus primeras apariciones Jesús le confió su intimidad: “Mi Divino Corazón, está tan apasionado de Amor a los hombres, en particular hacia ti, que, no pudiendo contener en Él las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame valiéndose de ti y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido a ti como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin de que sea todo obra mía".
Margarita María, cumpliendo las instrucciones de su confesor San Claudio Colombière, SJ, puso por escrito todas las revelaciones recibidas y comunicó el mensaje a las autoridades de la Iglesia para que aprobasen el culto al sagrado Corazón. En 1856 el Papa Pío IX extendió la fiesta del Sagrado Corazón a toda la Iglesia, mientras que en 1920 el Papa Benedicto XV proclamó santa a Margarita María.
Esta devoción tiene como elementos esenciales la consagración al Corazón de Jesús, la comunión reparadora de los nueve primeros viernes de cada mes y la hora santa en las vísperas. Adquirió una enorme popularidad, aunque a partir del Concilio Vaticano II, el proceso de secularización en occidente hizo que surgieran varias críticas.
Algunas de ellas se referían a la estética utilizada para presentar a Jesús con el pecho descubierto, mostrando su corazón con cierto aire dulzón. Otras indicaban que el corazón es simplemente un órgano corporal al que, aunque sea de Jesús, no le debe dar un culto, reservado sólo a su persona. Sin embargo cabe responder que la verdadera devoción es al mismo Jesús aunque en la imagen se muestre el corazón como símbolo real del amor inmenso con el que se ofreció en la cruz por nuestra redención.
El corazón no sólo es un órgano de vital importancia, sino que, además, es identificado popularmente como el centro de las emociones y de los sentimientos. Literariamente se indica “le dio un vuelco el corazón” al recibir una fuere emoción. La cardiología moderna, muy relacionada con la psicología y la psiquiatría, considera al corazón como órgano clave para sentir las emociones. En la Biblia se recogen expresiones referidas al “corazón de piedra”, contrapuesto al “corazón de carne” (Ez 11, 19).
La esencia de la devoción al Corazón de Jesús, muy unida a la Eucaristía, debe ser la “cristificación” o sea la identificación con el Salvador en su modo de ser y de actuar, tal como reza una jaculatoria ya clásica: “Haz nuestro corazón semejante al Tuyo”. Para ello hay que esforzarse en conocer realmente a Jesús en los Evangelios según la enseñanza de la Iglesia, pidiéndole insistentemente su Espíritu (Rúaj) de Santidad para que seamos “cristificados” o sea para que adquiramos las mismas actitudes y virtudes de su corazón bondadoso, justo y misericordioso.
En su catequesis del 9 de junio de 2013 el Papa Francisco se refirió a esta devoción, relacionándola con la Divina Misericordia: “Esta ‘compasión’ es el amor de Dios por el hombre, es la misericordia, o sea la actitud de Dios en contacto con la miseria humana, con nuestra indigencia, nuestro sufrimiento, nuestra angustia. El término bíblico ‘compasión’ evoca las entrañas maternas: de hecho, la madre experimenta una reacción exclusivamente suya frente al dolor de los hijos. Así nos ama Dios, dice la Escritura. Y ¿cuál es el fruto de este amor? ¡Es la vida! Jesús dice a la viuda de Naím: ‘¡No llores!’, luego llamó al muchacho muerto y lo despertó como de un sueño (cfr. Lc 7, 13-15). Pensemos en esto. Es bello. La misericordia de Dios da vida al hombre, lo resucita de la muerte. El Señor nos mira siempre con misericordia, nos espera con misericordia. ¡No tengamos miedo de acercarnos a Él! ¡Tiene un corazón misericordioso! Si le mostramos nuestras heridas interiores, nuestros pecados, Él nos perdona siempre. ¡Es pura misericordia! No olvidemos esto: es pura misericordia”.
El Papa concluyó recordando la fiesta del Corazón de María, que se celebra el sábado siguiente a la fiesta del Corazón de Jesús: “¡Vayamos a Jesús! Dirijámonos a la Virgen María: su corazón inmaculado, corazón de madre, ha compartido al máximo la ‘compasión’ de Dios, especialmente a la hora de la pasión y de la muerte de Jesús. Que María nos ayude a ser mansos, humildes y misericordiosos con nuestros hermanos”.