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Opinión

El oficialismo en su punto más crítico

2 de Septiembre, 2024
ERICK R. TORRICO VILLANUEVA
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Entre los pasos que da y las circunstancias en que se mueve, el oficialismo sólo parece avanzar hacia un punto crítico que, en función de que continúe acumulando yerros, podría constituirse en un momento de quiebre final.

Designado casualmente para la función presidencial y con un inicial caudal electoral “prestado”, el actual gobernante y jefe de ese grupo está enfrentado a una creciente variedad de dificultades y a una progresiva caída de la confianza ciudadana en su gestión, que por cierto no era mucha cuando la comenzó en 2020.

Su temprana aspiración continuista, precedida de su casi sorpresiva decisión de librarse de los hilos con que estaba atado, le llevaron a una optimista sensación de empoderamiento que, por lo que acontece hasta ahora, va camino de desvanecerse.

A la conformación de un equipo ministerial de base “andino-céntrica” y con destacados ejemplos de limitada capacidad técnica y política se añade, en la estructura de gobierno, la presencia de un segundo de a bordo sumido en sus propias fantasías, así como de un conjunto de asesores, voceros, autoridades de segundo y tercer nivel, asambleístas o de diplomáticos de reciente factura que no tuvieron inconveniente alguno en abandonar sus anteriores lealtades a fin de seguir ocupando posiciones que, por lo visto, parecen resultarles redituables.

El meollo de los problemas oficialistas internos, empero, deviene de la pugna por la candidatura presidencial 2025 del llamado Movimiento al Socialismo (MAS), que además implica la progresiva disputa por la jefatura y el control de esa organización. De ahí se derivan otros inconvenientes para el sector del MAS que gobierna, como la reducción de su fuerza parlamentaria inaugural, la fractura de las organizaciones sindicales y sociales que le otorgan barniz de arraigo popular y su cada vez más evidente necesidad de buscar consensos mínimos con quien le sea posible –empresarios privados incluidos– para sustentar lo que más o menos puede decidir.

Por si fuera poco, el escenario de una economía fuera de control y en intensivo deterioro que confronta hoy el país no encuentra otros responsables que los mismos que asumieron el poder y se reproducen en él desde 2006 –con el breve intervalo del gobierno transitorio de Jeanine Áñez­–, lo que cierra el círculo de un fracaso que aún no se quiere admitir: el de un modelo económico-político instrumentado sobre la base del extractivismo y el clientelismo. Así, frases tales como “desarrollo para vivir bien”, “mandar obedeciendo”, “respeto a la Madre Tierra”, “estamos saliendo adelante” o “somos el gobierno de la industrialización” no resisten la contrastación con los resultados concretos de la aplicación de aquel modelo.

Imposible de atribuir a alguna acción efectiva de los opositores, el marco general del desasosiego oficialista está representado por esa situación de crisis que tiene como marcas más visibles la abrupta caída de los ingresos estatales, el incremento cotidiano del costo de vida y una carestía variada en ascenso, aspectos éstos que son generadores y alimentadores de un proceso de descontento social que ha empezado a manifestarse, todavía sin articulación, en distintas formas de protesta.

Mientras tanto, preocupados ante todo por hallar el modo más apto de salvarse del incordio en que se les ha convertido el exgobernante que fugó en noviembre de 2019 y que se considera propietario de la sigla y la candidatura del MAS, en el gobierno sólo atinan a desentenderse del desastre en curso, a tratar de hallar culpables que no sean los de las imágenes que les devuelven los espejos o a recurrir a determinadas fórmulas distraccionistas (“golpe de Estado fallido”, “referendo consultivo”, etc.) para desviar la atención de la ciudadanía.

Tampoco el entorno internacional se les muestra favorable y menos con unos actos de política exterior rústica que reverencian a los nuevos imperios ruso y chino, colocan a Bolivia en la periferia latinoamericana antidemocrática y aspiran a mantenerla sujeta a ciertos malandrines y bravucones que hay en la zona.

Indecisión, incompetencia, falta de recursos, debilidad, incoherencia, oposición intestina, demagogia, deslegitimación, testarudez y aislamiento son, entre otros, elementos que están en vías de converger en un único cauce. Si eso sucede, y si insiste en ratificar su incapacidad para superar el punto crítico presente, el oficialismo difícilmente evitará terminar alineado en contra de su propio discurso, como ya sucedió en tiempos del gasolinazo (2010), la represión a los indígenas (2011) o el desconocimiento de la voluntad ciudadana expresada en el referendo constitucional de 2016. 

El probable cierre de este ciclo, como permiten anticipar antecedentes conocidos, anuncia que podría implicar una especie de revival neoliberal de origen endógeno, en otras palabras, supondría la conversión del pretendido socialismo del MAS en su opuesto aborrecido. Así de decisivo se perfila el momento actual.

El autor es especialista en comunicación y análisis político