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Opinión

El litio: ¿espejismo del dorado extractivista que resurge? ¿Otro mal negocio?"

13 de Febrero, 2025
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Epígrafe. En resumen, y para no hacerle perder el tiempo al lector que vino buscando una respuesta contundente: No, no vale la pena explotar el litio en las condiciones actuales. No tiremos por la ventana el dinero que no tenemos. Es, simple y llanamente, un mal negocio: económico, social y ecológico. 

Ahora bien, para quien quiera entender las razones detrás de semejante afirmación, una breve digresión es necesaria.

Este 2025, a 200 años de la fundación de Bolivia, el espejismo extractivista sigue más firme que nunca en nuestro imaginario colectivo. Nos han repetido tantas veces desde niños, que somos un país “rico en recursos naturales”, con mucho potencial que nunca se concreta. Esta narrativa ha calado tan hondo que resulta casi imposible concebir un modelo de desarrollo que no esté atado al extractivismo. En otras palabras, el ‘’desarrollo de Bolivia’’ pasa, si o si, por la explotación de nuestros recursos, con en el mejor de los casos, algún nivel de procesamiento o industrialización, para su posterior exportación a los mercados globales.

La maldición de los recursos naturales no es solo parte de la historia oficial de Bolivia, sino también de los relatos y memorias de las familias que, en algún momento, se vieron atrapadas en sus ciclos de auge y caída. Plata, quina, goma, estaño, y ahora, gas y oro, han dejado su huella en la historia de regiones enteras, en migraciones, en fortunas efímeras y en tragedias. Hoy, el final del ciclo del gas se vislumbra cada vez más cercano, con cada nueva inversión de exploración y promesa de hallazgos que nunca se concretan.

Como un apostador empedernido que alguna vez tuvo un golpe de suerte, pero lo perdió todo en el afán de repetirla, Bolivia se aferra ahora a una nueva esperanza: el litio. Una apuesta que sigue una vieja lógica, tan sencilla como peligrosa: aunque conlleve la destrucción de ecosistemas enteros, el saqueo de recursos hídricos en zonas áridas, y aunque las mayores ganancias terminen en manos de socios capitalistas extranjeros, frente a una crisis económica y financiera en gestación, si todo ello puede hacer algo de platita —aunque sea poca—, ¿por qué no apostar otra vez a la vieja receta que nunca ha dado los resultados prometidos?

¿Es realmente así? ¿Vale la pena explotar el litio en Bolivia? ¿Y si no, por qué no?

Para comenzar, es fundamental comprender que existen dos contratos de explotación del litio. El primero, suscrito con un consorcio chino, fue aprobado el pasado 7 de febrero en comisión por diputados de las fuerzas políticas MAS, CREEMOS y Comunidad Ciudadana. Este acuerdo ahora se encamina hacia la votación en la Asamblea Legislativa. Por otro lado, el segundo contrato, suscrito con un consorcio ruso, aún espera su ratificación en el órgano legislativo.

Del segundo contrato, el menos avanzado, se dispone de escasa información. Sin embargo, a grandes rasgos, se trata de la instalación de una planta de Extracción Directa de Litio (EDL), con una inversión proyectada de 975 millones de dólares. Esta planta contará con una capacidad de producción anual que irá incrementándose de manera progresiva hasta alcanzar las 14,000 toneladas. Para quienes deseen profundizar en este tema, sugiero la lectura del boletín digital Tunupa N° 128 de la Fundación Solón, titulado ‘Las Matrioskas del Litio Boliviano" y el boletín digital 04/2024 ‘’Contrato URANIUM ONE GROUP – YLB: Extracción sin soberanía y aspectos por considerar’’ del CEDIB.

Del primer contrato, el más avanzado y sobre el cual se dispone de mayor información, nos detendremos con más detalle, aprovechando que sus condiciones guardan una notable similitud con las del segundo. A grandes rasgos, se trata de la instalación de otra planta de EDL que contempla una inversión inicial de 1,030 millones de dólares, junto a costos de mantenimiento estimados en 480 millones de dólares. La planta proyecta una capacidad de producción anual de 25,000 toneladas de carbonato de litio.

Esta inversión, así como los costos de mantenimiento, son asumidos inicialmente por el consorcio chino, pero posteriormente reembolsados por el Estado boliviano bajo una tasa de interés anual desmesurada del 12%, como si se tratase de una deuda. En lo que respecta a las ganancias, el panorama resulta aún más preocupante. El proyecto contempla precios promedio por tonelada de carbonato de litio, proyectados para los próximos 36 años, entre 24,600 y 26,100 dólares. En consecuencia, los primeros 20 años estarían dedicados exclusivamente al reembolso de la inversión y de la deuda, sin que el Estado boliviano obtenga beneficio alguno.

Además, el año pasado la producción de Litio en el mundo se redujo a mitad, dado los bajos precios que no permiten su rentabilidad. El precio actual del Carbonato de Litio está por debajo de 10 000 dólares por tonelada y el costo de producción de la planta de EDL china está cerca de los USD 13 430 dólares por tonelada. Aunque generarían ventas de 250 millones de dólares, eso implicaría también pérdidas de más de 85 millones de dólares. Además, en caso de que los precios suban, hay explotaciones de Litio listas para reanudarse.

El panorama global del mercado del litio no es tan alentador como lo indica Francesco Zaratti. Aunque es difícil prever con certeza más allá de un horizonte de 5 a 10 años, las expectativas actuales indican una creciente demanda impulsada por el sector de baterías eléctricas, pero también una sobreoferta mundial proyectada hasta 2029. Las estimaciones para la próxima década prevén precios que no superarían los 20,000 dólares por tonelada. 

El año pasado, la producción mundial de litio se redujo a la mitad debido a los bajos precios, que hacen inviables muchos proyectos. Actualmente, el precio del carbonato de litio se encuentra por los 10,000 dólares por tonelada, mientras que los costos de producción de la planta de Extracción Directa de Litio (EDL) china rondan los 13,430 dólares por tonelada, lo que generaría pérdidas. Además, si los precios llegaran a subir, existen operaciones de litio listas para reactivarse, lo que podría limitar cualquier aumento sostenido del precio.

Las regalías departamentales y municipales del 3%, con una producción plena y un precio de 24,600 dólares por tonelada de carbonato de litio, generarían 783 dólares por tonelada, equivalentes a unos 19.5 millones de dólares anuales. Sin embargo, con los precios actuales, estas se reducirían a 300 dólares por tonelada, apenas 7.5 millones al año. En comparación, el turismo en el Salar de Uyuni —que podría estar en riesgo—, que recibe 150,000 visitantes extranjeros con un gasto promedio conservador de 200 dólares, genera cerca de 30 millones de dólares anuales, el doble que las regalías del litio a precios actuales. 

Emerge aquí la disyuntiva sobre quién se beneficia realmente de estos ingresos. La venta de 250 millones de dólares en litio, aunque deficitaria, atraería inversión privada, generando en el corto plazo un flujo de divisas que el gobierno necesita, pero que a largo plazo se convertiría en deuda pública. En cambio, el turismo, sin idealizarlo por la desigual distribución de sus beneficios y otros males que conlleva, produce ingresos directos en las comunidades del Salar de Uyuni, donde hay pocas alternativas económicas. Además, se trata de un sector históricamente abandonado, con un presupuesto estatal de apoyo que, incluso en sus mejores años, apenas alcanza los 10 millones de dólares anuales. Esto, a pesar de que en Bolivia el 72% de los ingresos laborales generados por el turismo son percibidos por mujeres, empero, sin que ello haya logrado reducir la persistente brecha salarial de género

Otro elemento extremadamente preocupante es el daño ecológico. Los proyectos extractivistas suelen justificarse bajo la falacia de que "los daños ambientales se compensarán", algo que en Bolivia nunca ha ocurrido. Los impactos en las cuencas hídricas y ecosistemas del Salar serán irreversibles, con costos de remediación que superarán cualquier ganancia proyectada. Solo para la planta de EDL china, se requerirían 2 millones de m³ de agua al añoequivalente al consumo anual de una ciudad intermedia de 50,000 habitantes, como Yapacaní, Viacha o Guayaramerín. Esto afectaría los cursos de agua, poniendo en riesgo bofedales y la fauna que depende de ellos, además de implicar la extracción de aguas subterráneas sin estudios sobre su capacidad de recarga ni su impacto ecológico.

En un ecosistema árido como el altoandino del Salar de Uyuni, esta extracción podría ser desastrosa, afectando la agricultura de quinua, amaranto y la ganadería de camélidos. A esto se suma la problemática de las aguas residuales sin tratamiento adecuado, la ausencia de medidas de mitigación y la falta de presupuesto para remediación, configurando un escenario de tragedia ecológica. Basta recordar el Rally Dakar, que en nombre del turismo atravesó esta región, dejando a su paso un daño irreparable a varios sitios arqueológicos y pocos beneficios, un claro ejemplo de cómo incluso el turismo puede convertirse en una actividad extractiva.

Bolivia se encuentra, una vez más, atrapada en la ilusión del ‘’progreso extractivista’’. Mientras los ecosistemas del Salar enfrentan amenazas irreversibles y las comunidades locales, sin ser tomadas en cuenta, piden alternativas que les beneficie realmente, la promesa de riqueza con el litio se diluye en cifras de deuda, pérdidas y saqueo de recursos. La pregunta no es solo si debemos apostar al litio, sino si tendremos el coraje de romper el ciclo histórico que nos condena a depender de falsas esperanzas minerales. A veces es más difícil de soñar más allá de lo que nos han dicho que era posible, pero en esta distopia a la que nos encaminan, resistir es también imaginar un futuro distinto.

El autor es periodista de datos y Economista Ambiental

Esta columna de Opinión fue publicada originalmente en www.revistanomadas.com.