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Juana de Arco fue lanzada a la hoguera. Esta campesina analfabeta afirmaba oír voces divinas que la impulsaban a ayudar a Francia para expulsar a los ingleses. Contribuyó a importantes victorias en la Guerra de los Cien Años. Poco después terminó capturada y los ingleses la acusaron de herejía por afirmar recibir revelaciones divinas y por usar ropa masculina, lo que iba contra la moral cristiana. Juana murió quemada viva ante una multitud.
Corrió la misma suerte Anna Göldi, una campesina suiza cuya única culpa fue conocer las hierbas y los remedios naturales. Fue acusada de realizar brujería y magia negra. Bajo tortura, confesó ser una bruja y haber hecho un pacto con el diablo. Fue decapitada y quemada en la hoguera.
Esto sucedía a inicios de la Edad Moderna: la brujería era el pretexto, la misoginia, la verdadera razón. La “cacería de brujas” fue una época de oscurantismo y disciplinamiento de las mujeres. Las “brujas” se convirtieron en los chivos expiatorios perfectos que justificaban la violencia contra aquellas mujeres que representaban una amenaza al orden establecido.
Si la “cacería de brujas” se produjo hace siglos, en la actualidad las estrategias de disciplinamiento y control de las mujeres continúan y son tan nefastas como las que las precedieron. Estas se expresan en feminicidios, violencia sexual, persecución y judicialización de mujeres que protestan a manera de “marea verde” por sus derechos. Cada expresión es cruenta, injusta y misógina.
A un mes de iniciado el 2025, se han cometido casi una decena de feminicidios. Desde la vigencia de la Ley 348, Bolivia registra 1.162 feminicidios con base en los datos proporcionados por la Fiscalía General del Estado. Si un feminicidio es una tragedia no permitamos que miles se conviertan en una simple estadística.
La segunda forma de ejercicio de poder patriarcal es la violencia sexual en todas sus formas hacia niñas, adolescentes, jovencitas, adultas o ancianas. El abuso sexual en sociedades patriarcales no se debe a un "impulso incontrolable" del varón, sino que responde a una estrategia de dominación y control. El abuso sexual es una manifestación del poder y no simplemente un acto de deseo.
El patriarcado es implacable con nosotras. ¿Cómo escapar de un ambiente en el que cada punto cardinal muestra un horizonte de violencia? En muchas relaciones existe violencia sexual e incluso estupro. Tal es el caso reciente de una alumna menor de edad y su profesor, varias décadas mayor que ella. O el caso del diputado y la auxiliar de determinada Comisión, quien denunció haber sido acosada sexualmente por él. Sin embargo, el parlamentario se valió de su investidura e influencia para interponer una denuncia contra Rosa (la auxiliar) quien fue recluida en la cárcel de manera preventiva durante cinco años. O el caso de la relación del expresidente Morales con adolescentes, en las que el estupro era un “secreto a voces”, que no escandalizó a nadie. En todos estos casos de abuso y violencia sexual lo central es el abuso de poder.
Finalmente, está la persecución y judicialización por parte de la alcaldía de Cochabamba a activistas feministas que realizaron un acto de protesta pacífico en el monumento a las Heroínas de la Coronilla. El “disciplinamiento” y lección que se les quiere dar es a través de la criminalización, e incluso infundiendo miedo a las mujeres activistas de diversos colectivos, para que no osen realizar futuras protestas. La amenaza a estas mujeres, con la detención, el arresto y la penalización de cárcel es una forma moderna de echarlas a la hoguera.
Las “brujas” de aquel entonces no eran hechiceras, sino mujeres cuyo conocimiento y autonomía incomodaban al poder. Las mujeres de ahora, si osan emanciparse, perturbar a los poderosos y hacer tambalear el patriarcado, son violadas, asesinadas, perseguidas, criminalizadas y castigadas. Las “brujas” nunca quemaron a los hombres ni a los poderosos, en cambio, éstos sí las arrojaron y continúan lanzándolas a la hoguera.
La autora es socióloga y antropóloga