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Opinión

El dios de los ateos

14 de Noviembre, 2017
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IGNACIO VERA
En realidad, en este mundo no debería haber ateos, si es que ellos se precian de ser sensatos y muy cuerdos, dado que el ateísmo es un acto de una fe quizá más ofuscada y terca que la que vive como fuego ardiente en el pecho de los que creen en la Divinidad. Pero este mundo no es de lógicos sino de disparatados. El ateísmo es una contradicción en sí misma. La incoherencia se presenta en todo su esplendor en la misma doctrina que niega lo divino, y el sinsentido —o estulticia— cobra aún mayor importancia cuando se quiere poner al ateísmo como doctrina filosófica de alto razonamiento. Os diré por qué.

La fe es la certeza de la existencia de algo que no puede ser visto ni comprobado por los sentidos del cuerpo. En otras palabras, la fe es la afirmación categórica de lo no-comprobable para la sensibilidad física.

El teísta afirma que Dios existe, pero no puede evidenciar esa existencia. El ateo niega la Divinidad con la misma intensidad y pasión con las que el teísta lo afirma, y, por dialéctica filosófica de contrarios o mitades, es lo mismo que si el incrédulo afirmara una cosa o un hecho, y la afirmación fuera ésta: «Hay carencia de un Dios creador y rector de toda la naturaleza». Ahora bien: ¿puede el ateo, o el que tiene en su mente esa frase, probar lo que asevera, que ciertamente es importante?, es decir, ¿puede demostrar la imposibilidad de la existencia de un Dios, puede probar el vacío de una Divinidad? Hacer eso para el escéptico sería tan imposible como para el creyente demostrar la validez de su Dios.

Habiendo hecho ese sencillo pero profundo razonamiento, se llega a la conclusión definitiva de que el ateo cree con todas sus fuerzas en algo que no puede comprobar, lo que demuestra la fe que envuelve al incrédulo, fe casi tan mística, religiosa y extática como la que abriga el alma del creyente, solo que esta fe del ateo está encerrada en su mente, o en su razonamiento, pero es fe al fin y al cabo (dado que ni por la lógica se puede rebatir la ausencia de un Dios, como se dirá al final de este artículo), mientras que la del deísta está contenida en su corazón.

En todo caso, si se clasificara a las personas en dos grupos de, primero, quienes tienen alguna fe y, segundo, de quienes no la tienen, solamente debiera haber dos categorías: las teístas y las agnósticas. Un buen materialista en realidad tendría que ser un buen agnóstico, dado que al afirmar que solo existe materia en el universo, está creyendo que no hay nada metafísico sin poder llegar a comprobar su afirmación, y está cayendo en lo que critica con todo su ímpetu, o sea, en la baladí seguridad de decir que existe algo que en realidad no se puede comprobar. Un agnóstico pone en duda la existencia de Dios, pero lo hace sabiéndose incapaz de hacer cualquiera comprobación, y esto es lo más cuerdo y lógico desde el punto de vista del escepticismo.

Lo que se agita en realidad en el espíritu del ateo —espíritu que también es negando por él mismo sin poder llegar comprobar que no existe— es una especie de enfurruñamiento contra lo divino, y desde una perspectiva freudiana, en el fondo de su conciencia tiene a Dios como real, pero no lo acepta, ora por rebeldía, ora por algún hecho nefasto acaecido en su vida, ora por cualquiera otra cosa que no es motivo de análisis aquí. Podría decirse que es un demonio el que le hace negar lo metafísico, ¡y ese mismo demonio es la prueba de que existen seres allende las fronteras materiales!

Ahora bien; se ha hablado hasta aquí de la fe, cuya función es la afirmación de algo que no puede ser comprobado, y los creyentes y catecúmenos se sirven de este don para la creencia en el Dios. Pero lo cierto es que la lógica y el racionalismo no están peleados con la afirmación divina, a despecho de algunos creyentes ciegos que creen que a Dios solamente se llega con la fe. «El corazón inteligente adquiere la sabiduría, el oído de los sabios busca la ciencia». (Pr. 18: 15).

La lógica cartesiana para la demostración de la existencia de Dios es exquisita y casi no deja un solo intersticio para la refutación de los escépticos. Dice Descartes (parafraseo las palabras del pensador galo escritas en su Método del Discurso, sin cambiar un solo grado de la dirección de la precisión de sus pensamientos): Si yo, ser imperfecto, tengo en mí la idea de la perfección intelectual y espiritual; si yo, miserable y tacaño, tengo la intención de la virtud; si yo, alma impura, tengo la aspiración de la constante ascesis, ¿cómo puede no haber Nadie que haya puesto en mí todas esas ideas que no tiene relación con un ser mortal, finito e imperfecto como el que soy yo?

Ignacio Vera Rada es estudiante de latín en la Universidad de Salamanca
Twitter: @ignaciov941

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