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Opinión

Donald Trump: Juega “al gallina” con el mundo

9 de Marzo, 2025
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Donald Trump ha vuelto a la escena política y en un mes de su nuevo mandato ha puesto el mundo patas arriba. Ante este escenario, todos se preguntan: ¿Está Trump insensato? ¿Qué pretende? ¿Tiene lógica lo que hace?

No sé si actúa con insensatez, pero sí sé que sus pretensiones son claras y objetivas bajo la premisa de que “los países no tienen amigos ni enemigos, sino intereses” (sin efectuar una valoración axiológica de esas pretensiones); y, por supuesto, también hay lógica en sus acciones.

La teoría de juegos, en específico la combinación del juego del gallina y la negociación asimétrica, son dos herramientas útiles para entender esta mezcla de bravuconería y cálculo frío que caracteriza la política exterior de Trump. Ambos modelos explican cómo aprovecha el poder relativo de Estados Unidos y su disposición a asumir riesgos extremos para forzar concesiones y, así, lograr sus objetivos en última instancia.

El juego del gallina (game of chicken en inglés) se refiere a dos participantes que conducen sus vehículos uno hacia el otro. El primero en claudicar (chicken out) es el que pierde, mientras que quien mantiene la posición obtiene los beneficios. El juego se basa en crear una presión extrema hasta que el oponente desista. El éxito depende de una amenaza creíble de desastre para forzar al adversario a ceder.

En ese marco, analicemos lo que hizo y hace hoy Trump con Canadá y México. En 2018, amenazó con enterrar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) si no aceptaban renegociarlo. Dado que el costo de un colapso comercial para ambos países era catastrófico, por su alta dependencia económica con EE. UU., la amenaza funcionó. México cedió, aceptando modificaciones en el Tratado, que incluyeron reglas más estrictas, desde regulaciones en los salarios en la industria automotriz, hasta el acceso a su sector lácteo.

Hoy, Trump vuelve a hacer lo mismo, pero con una diferencia, ya no se limita a amenazar, sino que, de entrada, castiga imponiendo aranceles del 25%, esperando que Canadá y México se sometan a sus designios. Ambos países han respondido anunciando la elevación de aranceles a EE. UU., y las economías de los tres países deberán asumir los costos de este juego. Sin embargo, Trump sabe que existe una asimetría en la tolerancia al riesgo; ya que es evidente que la economía estadounidense supera enormemente a la canadiense y la mexicana, por lo que estos últimos tienen más que perder en un conflicto y, en teoría, son ellos quienes están llamados a desistir.

Trump, además, refuerza la apuesta utilizando la técnica de la escalada pública de amenazas. Anuncia escenarios extremos para crear una narrativa de “todo o nada” y refuerza su credibilidad basada en su historial de cumplir promesas, aunque parezcan irrealizables, como por ejemplo salir del Acuerdo de París, lo que provoca que los rivales tomen en serio sus advertencias.

A pesar de que la elevación de aranceles ha sido postergada por un mes para México y Canadá, sus autoridades corren diligentemente para contentar a Trump, pues la espada de Damocles que pende sobre sus cabezas los mantiene aterrorizados.

Puede que no nos guste, pero Trump tiene bien presente que, en un mundo desigual, EE. UU. puede imponer sus términos a los débiles si explota su ventaja. Sabe, además, que la negociación asimétrica no se basa en el consenso, sino en la imposición. Así, cuando Trump retira el apoyo militar a Volodímir Zelenski por negarse a suscribir un acuerdo sobre la explotación de tierras raras, no está negociando ni pidiendo cooperación, está exigiendo sumisión.

Sin embargo, en el juego del gallina, también existe la posibilidad de que el débil - a pesar de los enormes costos - mantenga la posición y resista, o que el poder no sea marcadamente asimétrico, como ocurre en el caso de EE. UU. vs. China. En este escenario, el juego del gallina puede llevar a un estancamiento por la rigidez de las posturas, generando enormes pérdidas para ambos bandos, una escalada no deseada del conflicto y un riesgo imprudente para la estabilidad global.

En síntesis, la estrategia diplomática de Trump, basada en la intimidación y la imposición, puede lograr victorias inmediatas, pero este éxito es peligroso. Erosiona la confianza en Washington y motiva que incluso sus aliados más fieles se distancien, generando políticas para reducir la dependencia. Al final, en el ajedrez geopolítico, donde las alianzas y la credibilidad son reinas, no siempre el fin justifica los medios.

El autor es economista y diplomático