
Ha conmovido a toda la ciudadanía la tragedia vivida en Cochabamba, el pasado sábado 21 de abril de 2012, donde a consecuencia de una pelea de “artes marciales mixtas” (AMM) falleció el joven Mike Mittelmeier Canelas con apenas 20 años y un futuro prometedor. Elevamos una oración por el eterno descanso de este hermano nuestro y al mismo tiempo nos condolemos con su familia, desolada por esta irreparable pérdida que perdurará en sus corazones durante mucho tiempo.
Es preciso reflexionar serenamente sobre este -impropiamente llamado- “accidente mortal” y evitar que se repita. Según las noticias, se trataba de un encuentro con tres peleas “profesionales” bajo las reglas unificadas de las AMM. En la primera se enfrentaban el cochabambino, debutante en la categoría profesional, con un chuquisaqueño, Franz Barrera, más experimentado. Ambos representaban a sus respectivas asociaciones y se les consideraba promesas en este “deporte extremo”, donde se permite utilizar otros medios como patadas o golpes prohibidos en el boxeo usual.
Precisamente cuando estaban los dos tendidos en el suelo Barrera le dio una patada con el talón en la sien. Se levantaron y Mike en el momento de ser proclamado campeón se desplomó inconsciente. En el coliseo donde se produjo este incidente no había atención médica. Le llevaron a una clínica donde fue operado de emergencia por una severa hemorragia cerebral y al cabo de varios días fallecía. Omitimos entrar en detalles que posiblemente serán investigados para determinar responsabilidades jurídicas y en su caso penales, ya que el luctuoso hecho podría ser considerado como un homicidio culposo. Los organizadores del festival restaron importancia al incidente, indicando que fue a consecuencia del “infortunio”, ya que se trata de un deporte extremo, en el que los participantes están expuestos a serias lesiones.
Conviene iluminar este suceso a la luz de la ética cristiana tal como la Iglesia Católica expone en su Catecismo al explicar el quinto mandamiento “No matar”: “Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y conservarla para su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella”. “La vida y la salud física son bienes preciosos confiados por Dios. Debemos cuidar de ellos racionalmente” (CCE 2280 y 2288). No creemos que es éticamente razonable cultivar estos “deportes extremos”, así llamados porque sus cultores arriesgan excesivamente la vida y la salud. Ya el mismo boxeo, si bien es aceptado socialmente, expone a los boxeadores a golpes traumáticos que pueden llegar a consecuencias trágicas. Mucho más las AMM, el “Vale todo” o prácticas similares, donde se pueden emplear técnicas brutales. Los mismos peleadores se deshumanizan, ya que buscan anular al contrincante hasta ponerlo en estado de inconsciencia, como un triunfo llamado “cloroformo”.
A esta deshumanización contribuye también el ambiente en que se llevan a cabo estos torneos. Los enardecidos espectadores, en su mayoría jóvenes inmaduros, gritan y rugen animando a su peleador favorito a destruir al contrincante. Incluso se estila que en caso de debilitamiento de uno de los luchadores el árbitro pregunte al público si se suspende o continúa la pela. Por eso se ha comparado este tipo de luchas a las de los gladiadores romanos que terminaban matando al adversario vencido. En todo caso ya se ve cómo este tipo de espectáculos debilita los sentimientos humanitarios y alimenta los bajos instintos de brutalidad y de morbosidad hasta llegar al sadismo de disfrutar con la agonía de los infortunados moribundos. Creemos que no basta con reglamentar y exigir que los organizadores de estos eventos mantengan una atención sanitaria de emergencia para atender y trasladar eventuales “accidentados” a centros médicos. El Gobierno a través del Ministerio de Salud y Deportes tiene que revisar con más detalle la autorización para estas prácticas deportivas deshumanizantes, contrarias a la ética natural y a la ética cristiana. Tanto deportistas, como los padres de familia como la sociedad civil y la política deben promover los deportes sanos que favorezcan en nuestra juventud no sólo los valores de la disciplina y la fortaleza, sino también la solidaridad y la fraternidad, desarrollando así la salud integral -cuerpo, mente y espíritu- del hombre, imagen y semejanza del Dios de la Vida y del Amor.