OMAR QAMASA GUZMAN BOUTIER
La debilidad y el desprestigio de la Organización de Estados Americanos (OEA) han provocado que la opinión de este organismo no tenga ninguna relevancia, en la política interna de los países miembros. La actuación de su Secretario General, Luis Almagro, ante países que viven diversos grados de debacle democrático, como Venezuela, Nicaragua y Bolivia, ha contribuido a su debilitamiento y desprestigio. Por ello la gravitación de la OEA, en estos países, es prácticamente nula. Desarrollemos estas ideas generales a la luz del proceso electoral boliviano.
El binomio debilidad – desprestigio, en esta oportunidad forma una unidad, es decir tienen un mismo origen. Ese origen es la propia OEA; particularmente la Secretaría General de este organismo y su titular. La debilidad de la OEA no es resultado de actividades de boicot o de confrontación de alguno de sus países miembros. Más bien diríamos que esa debilidad responde al momento histórico -o coyuntura larga- que vive el hemisferio. En una primera fase de esta coyuntura tenemos el inicio de un momento caracterizado por el advenimiento de gobiernos autodenominados como “socialistas” en América Latina; ello cuando recién principiaba el presente siglo. A esta fase le siguió otra (ya a mediados de esta década), con la novedad de la derrota de la gran mayoría de aquellos gobiernos. Más allá de la falsedad que en ellos la autodenominación de “socialistas” representaba o de los elevados niveles de corrupción -que colocaron a estos gobiernos colindantes con la delincuencia- lo que destaca, para el tema, es la falta de propuesta de esos gobiernos para la OEA. Esa pobreza propositiva es una de las causas de fondo que debilitó al organismo del hemisferio.
Esta causa se mantuvo en la segunda fase de la coyuntura larga, es decir, en el período actual caracterizado, como dijimos, por el repliegue de tales gobiernos. En esta fase, la falta propositiva continúa arrastrándose y a ella se suma, desde la administración de los Estados Unidos a la cabeza de Donald Trump, manotazos diplomáticos mediante, una que otra idea de volver por lo menos seis décadas atrás y considerar a los países del río Bravo para abajo, como su patio trasero.
La pobreza propositiva de todos lados ha contribuido entonces a la debilidad de la OEA; situación a la que debe sumarse la propia actuación del organismo frente a problemas políticos y democráticos en algunos de sus países miembros. Los casos de Venezuela y Nicaragua ejemplifican ello, pero además ejemplifican también las razones de la falta de proposición, ante el atropello a la democracia. Comencemos por esta última parte, antes de referirnos a los dos países.
En el fondo, la falta de proposición respecto a la OEA, en el período en el que la mayoría de los países latinoamericanos eran gobernados por aquellos autodenominados “socialistas”, respondía a una visión política e ideológica respecto a ese organismo. El posicionamiento y atrincheramiento ideológico de esos gobiernos, fue de hecho un instrumento que en un principio disminuyó la propia importancia del organismo, incrementando, en contrapartida, coyunturalmente la importancia de varios nuevos organismos regionales y sub-regionales (Unasur, Alba, Cela, etc.) creados al fervor del momento.
En un segundo momento, aquél atrincheramiento se mostró en la paralización de la OEA, ante el atropello a la democracia y a los derechos humanos en Venezuela y Nicaragua (eran los tiempos en los que acá, en Bolivia, Evo Morales daba rienda suelta a su convicción antidemocrática y autoritaria), y si bien es cierto que el bloqueo a cualquier condena a los gobiernos de ambos países contribuyó a incrementar aún más el debilitamiento de la OEA, es también verdad que la debilidad de la organización dio lugar también de inmediato a su desprestigio.
La ineficiencia de la OEA ante los gobiernos de Maduro y de Ortega explica, pues, en gran parte el inicio de su desprestigio. Sin embargo, hay que decir que se trató de actuaciones distintas, ante cada uno de estos dos gobiernos. Mientras que, a nombre de la OEA, Luis Almagro condenó duramente a la dictadura de Nicolás Maduro, frente a Daniel Ortega bajó, de manera casi inexplicable, de tono. Esta incoherencia muestra a todas luces que la actuación de la OEA y su Secretario General, frente a gobiernos por igual antidemocráticos y responsables de crímenes contra su población, sembró grandes motivos para la desconfianza e incrementó los grados de debilidad del organismo. La tendencia de esa conducción incoherente se ratificó, a los ojos de la población boliviana, con el apoyo de Luis Almagro a la candidatura inconstitucional del gobernante Movimiento al Socialismo (MAS).
El momento en que Almagro le tendió la mano a los atropelladores de la democracia en Bolivia, sin embargo, llegó muy tarde para Evo Morales y el MAS. El valor democrático del referéndum del 21 de febrero (21-F), que rechazó la repostulación inconstitucional de Morales, aumentó la certeza de su importancia; fenómeno que ya se había extendido a la mayoría de la población cuando Almagro vino en apoyo a Morales. El 21-F fue una derrota que las pulsiones dictatoriales del MAS se resistieron a aceptar, lo que solamente contribuyó a incrementar la fuerza democrática del país.
Con la balanza definitivamente inclinada contra la candidatura inconstitucional del MAS, el burdo apoyo de Almagro a la violación al orden democrático-constitucional en Bolivia no tiene ningún efecto positivo, en favor del candidato trucho, como en secreto seguramente esperaban el MAS y Almagro. Al contrario, esta nueva provocación a la mayoritaria opinión democrática del país, reafirmó el valor del 21-F, manteniendo la llama de las plataformas ciudadanas que no dejan de destacar su importancia para la vida democrática.
Por otro lado, paralelamente se extiende el desprestigio de la OEA y de su Secretario General, Luis Almagro, en la opinión pública boliviana. El evidente atropello a la democracia por parte del candidato trucho y de Almagro -su último padrino- restan pues confianza y credibilidad a la OEA, en el país. En este sentido, preguntarse por la función que cumplirán los “observadores”, que Almagro prometió a su candidato enviar, es del todo pertinente. Se trata, por tanto, de una desconfianza que nos remite a la propia transparencia del proceso electoral, comandado por los allegados del MAS que tomaron las instituciones públicas, principalmente el Tribunal electoral y el poder judicial. Hablamos de la viabilidad de un fraude electoral, es decir de la intención de desconocer, una vez más, la voluntad democrática mayoritaria de la población, como ya sucedió con el desconocimiento de los resultados del 21-F; pero ese es ya otro tema, del que comentaremos en su momento.
Omar Qamasa Guzman Boutier es escritor y sociólogo