ELIZABETH PEREDO BELTRÁN
Elizabeth Peredo B.*
Que tragedia la que ha vivido el país. Cuanta tristeza en las familias bolivianas. Y que gran complejidad se nos presenta con las protestas de la minería cooperativista en las carreteras.
En cierta forma es el extractivismo que muestra su peor cara, su rostro más salvaje. La protesta de mineros forjados en una cultura machista de violencia, explotación y depredación, la muerte de manifestantes en medio de las carreteras y la trágica y horrenda muerte de un viceministro, son la síntesis de la crueldad y el desprecio por la vida que subyace al extractivismo exacerbado por políticas de estado que han puesto sus más altas apuestas en la extracción de recursos para tener mas y mas dinero como expresión y sinónimo de "ciudadanía, progreso y crecimiento". Esto, hay que decirlo, sumado al populismo irresponsable en el ejercicio del poder que fortalece una cultura política anti democrática, irreflexiva, caudillista..., se ha convertido en una bomba de tiempo.
El país tiene aún la respiración contenida en la pena por un conflicto que ha cobrado de manera aberrante vidas humanas, son demandas de un sector que siendo parte de las alianzas sindicales que apoyan al gobierno, hoy claman con la crispación propia del capitalismo salvaje libertad para el capital, libertad para hacer contratos con transnacionales, tener acceso irrestricto a más tierras en el Altiplano y en la Amazonía, se oponen tenazmente a la sindicalización y exigen prebendas y facilidades en la adquisición de insumos y maquinarias para la actividad minera a pequeña escala, la peor de las peores porque no está regulada como debería.
Pero, ¿acaso estas exigencias salieron de la nada? No fueron los cooperativistas los mas beneficiados con una serie de medidas, entre ellas la Ley Minera en 2014 que –aunque cuestionada hoy por ellos mismos en su ambición- debilita la ya menoscabada minería estatal y permite la expansión de la minería cooperativista? Actualmente los cooperativistas superan los 115.000 frente a 7.500 trabajadores de la minería estatal y 8.000 de la minería privada- y, hoy junto a la presencia de grandes transnacionales como la Sumitomo, la Glencore, Pan American Silver y otras grandes en negocios con la minería estatal, hay otras empresas mineras (ahora igualmente sometidas a los vaivenes de los precios internacionales) que buscan su tajada aliándose con los cooperativistas probablemente por el grado de desregulación que éstos gozan. ¿Acaso las facilidades contenidas en esa ley para sobreexplotar la tierra, con mínimos requisitos ambientales, concebida para desarrollar una minería “pequeña” pero muy contaminante, una norma que les permite gozar inclusive de la posibilidad de cambiar los cursos de agua para beneficiarse, que les mantiene en relaciones de sometimiento laboral y lucro, que prolonga la huella trágica de la explotación de los trabajadores mineros, no tienen consecuencias en fortalecer una mentalidad depredadora y violenta?
Por supuesto habrá que buscar las raíces profundas de esta horrenda violencia en explicaciones históricas, sociológicas, antropológicas, de la psicología de masas o las ciencias políticas, pero… ¿No ha sido la política estatal la que ha permitido crecer a este sector bajo parámetros prolongados de miseria y explotación?¿No han sido estas leyes las que han debilitado los mecanismos de consulta previa a las comunidades indígenas medrando sus posibilidades para preservar sus territorios de agricultura rural tradicional frente a la expansión de la minería contaminante?¿No es la expansión de la explotación minera a pequeña escala la que está destrozando los ayllus y comunidades indígenas convirtiéndolas en simples campamentos mineros? ¿No es curioso que los propios peones salgan a vociferar a las carreteras por su “derecho” no sindicalizarse? Y por último, ¿acaso no fue el propio gobierno el que autorizó en algún momento el uso de la dinamita para las protestas sociales? Este deterioro de las bases democráticas, de consensos sociales y estructuras para cuidar el bien común, esa violencia que se extiende y generaliza a otros sectores sociales y gremios, esa violencia machista de la que también son víctimas las mujeres que mueren en manos de hombres violentos e irracionales es inaceptable y tiene enormes consecuencias en la sociedad. A este paso, quién quedará en pie para seguir con los ideales que alguna vez inspiraron un cambio social?
Lo que se ha vivido en Bolivia es la expresión mas triste de un autosabotaje del proceso de cambio, constituye una enorme frustración para la gente y un enorme desafío para las próximas generaciones que deberán curar profundas heridas y estructuras sociales para restaurar el tejido social, la capacidad de ideales de libertad, justicia, respeto, dignidad, amor y confraternidad en nuestro país.
*Psicóloga Social, investigadora y analista independiente.