La Paz, 20 de diciembre de 2023 (ANF).- Desde que nació, Martha (28) se enfrentó a los golpes de la vida. A días de haber llegado al mundo, su mamá murió por sobreparto y desde entonces, su papá la culpa por la muerte de su esposa. Su progenitor, el hombre que debía protegerla decidió “regalarla” a una vecina. Y desde hace más de un año batalla contra un cáncer terminal que poco a poco apaga su vida, pese al diagnóstico se aferra a la vida por sus tres pequeños hijos de 11, 10 y 3 años.
Una pequeña habitación en la zona Alto Lima de la urbe alteña, acoge a la familia de Martha. El espacio está divido por dos catres, un cajón de madera que hace de velador, en una de las literas reposa la joven mamá, en el otro están dos de sus tres hijos, quienes atentos miran un pequeño televisor, acomodado en la parte alta de un ropero. Mientras los pequeños se distraen con los dibujos infantiles, la mamá cierra los ojos y aprieta los labios para no gritar por el dolor que le causa la enfermedad.
“Señora tienes que ser fuerte, tienes cáncer, no tiene cura”, esas fueron las palabras que escuchó en septiembre del 2022 de la boca de una médica del Hospital de la Mujer de la ciudad de La Paz. Al principio pensó que era un error, y volvió a preguntar, la respuesta era la misma “tienes cáncer de mama”. Salió llorando, no podía creer el diagnóstico, cuando meses antes, los médicos del centro de salud de su zona, le habían indicado que solo tenía “leche congelada” en uno de sus pechos.
Pensó que su cuadro no era grave, porque en ese tiempo seguía dando de lactar a su hijo más pequeño. Sin embargo, los dolores en la mama izquierda cada vez eran más fuertes, los fármacos que le recetaban los del centro de salud no hacían efecto. Después de varios días, decidió ir hasta el Hospital del Norte, ahí le dijeron lo mismo “es leche congelada, no es grave. Ponte trapo caliente y se va a pasar”, pero las molestias seguían hasta que un ginecólogo de ese nosocomio le recomendó ir hasta el Hospital de la Mujer.
Antes de saber que tenía cáncer, Martha se dedicaba a vender pollo frito en su zona. Alquilaba un pequeño local, ahí todos los todos días vendía a manos llenas. Su sazón era muy conocido por sus vecinos y transportistas que a diario hacían fila para llevarse su porción de comida. Para abastecer a sus clientes, ella tenía a su mando, meseros y ayudantes de cocina.
Las cosas marchaban tan bien, que un día decidió pedir un préstamo a una entidad financiera para renovar sus sillas, mesas, y una máquina nueva para fritar los pollos. Además, colocó letreros luminosos con la idea de atraer más clientes. Su familia estaba feliz, poco a poco comenzaban a concretar sus metas, la más importante era comprar una casa propia para que sus hijos jugarán con libertad.
Sin embargo, dos meses después comenzaron los dolores en uno de sus senos. Al principio intentó ignorar los síntomas y atribuía que los dolores eran por la lactancia. Pero, luego los médicos le confirmaron lo que más temía y desde ese día, la vida de su familia dio un giro de 180 grados, su estabilidad emocional y económica se derrumbó. Para solventar el tratamiento se vieron obligados a vender todas las herramientas de su trabajo.
Tras confirmarse su diagnóstico, la enviaron a Oncología del Hospital de Clínicas, ahí le recomendaron cuatro sesiones de quimioterapia roja. Los medicamentos eran muy fuertes y pronto abatieron su frágil cuerpo, su pelo, sus cejas y pestañas se cayeron y con eso, su ánimo también se desplomó. Bajo de peso, no podía tolerar los alimentos, su esposo y padre de sus niños la apoyó en ese tiempo y la animaba a luchar.
Ese amor le dio fuerzas para no rendirse, pero después de las cuatro sesiones. Los resultados no fueron favorables, el tumor seguía avanzando en el delgado cuerpo de Martha. Por segunda ocasión, los médicos le sugirieron tomar otras ocho sesiones de quimioterapia para tratar de reducir el cáncer y así poder operar y salvar su vida. El tiempo pasaba, su cuadro de salud en vez de mejorar, empeoraba. Tras análisis, le detectaron metástasis, es decir el cáncer se había esparcido por su cuerpo y agravaba su salud.
“No tiene cura, ya está avanzando”, ese nuevo diagnóstico, la derrumbó por completo. Dejó de salir del pequeño cuarto que alquila. Los médicos solo le dieron tabletas para controlar el dolor y mientras más pasa el tiempo, el cáncer sigue avanzado y su vida se disipa. Lo que más teme es dejar a sus pequeños hijos en la orfandad. Hay días en que los malestares son insoportables y toma entre cinco a seis pastillas en un solo día para no sentir molestias.
“Con estas tabletas vamos hacer la prueba y veremos cómo resulta. Ya no me van a operar porque dice que ya no se puede”, relata con tristeza, mientras cuenta que su esposo desde que conoció que la desahuciaron se volvió indiferente y muchas veces le reclama, otros días prefiere ignorarla y pasar su día en el trabajo. Martha siente que es una carga para el papá de sus hijos, pues es el único que solventa los gastos de su pequeño hogar.
Martha junto a su hijo más pequeño, Oliver de 3 años. Foto: ANF
Dice que para no pelear con su pareja, se levanta todos los días a lavar la ropa, cocinar y limpiar pese a que no puede mover su brazo izquierdo por el cáncer, además hay días en que se le inflama desde los dedos de la mano hasta el hombro, incluso su espalda se ve afectada.
Sus hijos, que son única compañía, no conocen toda la verdad sobre su enfermedad. Ellos creen que su progenitora mejorará con una cirugía, pues Martha no se atreve a confesarle la realidad para no preocuparlos más de lo que están.
“Ellos son mi fuerza, no me quiero morir, no quiero dejarlos. ¿Por qué a mí?”, llora con desesperación. Sus hijos Richard (8) y Oliver (3) al ver rodar las lágrimas por el rostro de su mamá, se acercan y la abrazan cariñosamente y le susurran que todo estará bien. Ella sabe que con los días su salud se debilita. Sin embargo, se aferra a la vida y dice que luchará hasta el final para ver crecer a sus niños.
Recuerda que desde que nació se enfrentó a una serie de obstáculos y eso la hizo fuerte, aunque admite que quisiera tener el cariño de su familia.
“Mi papá me ha regalado a una vecina, cuando era recién nacida. Esa vecina era la amiga de mi mamá que se ha muerto cuando he nacido, por eso mi papá me dejo. Hasta ahora, él no quiere saber de mí, sabe que estoy enferma, pero no le importa”, cuenta.
Martha quiere vivir para ver crecer a sus hijos e implora ayuda a la población. Para ayudar a su familia puede comunicarse al 75839224 ó 78823700.
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