Por: Karen Gil
Son las cuatro de la madrugada del domingo 11 de febrero, y los macheteros danzan en el atrio de la iglesia. No les importa que el templo aún esté cerrado, ni que nadie les esté observando. Ellos se entregan a la danza porque así se los dicta su espíritu.
Lucen impecables, como siempre. Las coloridas plumas de paraba sobre sus cabezas y las pañoletas moradas que cubren sus hombros resplandecen a la luz de la luna, y contrastan con sus camijetas (túnicas) blancas que les llegan hasta los tobillos.
Mientras los músicos marcan el compás en el centro, los macheteros se distribuyen en dos filas y ejecutan pasos repetitivos que parecen una reverencia. Su presencia combina con el frontón de la iglesia, decorado con coloridas figuras de fauna y flora.
Los macheteros danzan al frente de la Iglesia. Foto: Karen Gil.
Así se inicia la celebración del Carnaval en San Ignacio de Moxos, donde los indígenas tienen su propia forma de conmemorar. Para ellos, esta festividad va más allá de ser simplemente un período de permisividad y desenfreno. A diferencia de otros lugares de Bolivia, donde la mañana de domingo de Carnaval está marcada por un ambiente festivo y de diversión, los indígenas mojeños ignacianos se reúnen en la iglesia.
Este templo fue construido por los indígenas bajo la dirección de los jesuitas e inaugurado en 1752, reproduciendo el primer templo de 1689 del pueblo antiguo. Aunque ha experimentado cambios a lo largo de los años, desde su tercera restauración en 1997, ha recuperado sus características originales del estilo artístico de la época misional. A lo largo de tantos años, este templo ha servido como refugio espiritual de los mojeños.
Son casi las nueve de la mañana y los fieles comienzan a congregarse para asistir a misa, convocados por el sonido intermitente de las campanas que empezaron a repicar desde hace dos horas. Los primeros en llegar son los miembros del cabildo, seguidos de cerca por las mamitas abadesas. Como es costumbre, ellas se encuentran al pie del altar, dedicadas a la oración como preludio a la eucaristía y guiadas por don Valentín Nolvani, otro integrante del Coro musical.
Integrantes del Gran Cabildo Indigenal en la Iglesia. Foto: Parroquia San Ignacio de Moxos.
Durante la celebración, los macheteros atienden la misa desde el atrio del templo. Delante de ellos, en el umbral de la puerta, se ubica una pareja de cajareros, quienes se encargan de marcar la transición entre la música de los macheteros y la del coro parroquial, antes y después de la misa.
Al concluir la solemne eucaristía, el encuentro no llega a su fin; al contrario, se da inicio al ritual que marcará los próximos tres días de Carnaval. Los mojeños ignacianos darán comienzo a sus oraciones, rogando por todas las personas y también por sus propias penitencias y las de los demás.
Para llevar a cabo este ritual, los cuatro sacristanes despliegan una manta verde al pie del altar y colocan sobre ella cuatro sillas de oración, dos al frente y dos detrás. El padre Fabio se posiciona frente al ara y bendice la custodia, pieza sacra que expone y guarda la hostia consagrada para la adoración eucarística.
“Podemos quedarnos para adoración estos días juntos con nuestro Señor”, dice y se retira hacia la sacristía.
Los horcones de almendrillo, majestuosamente tallados y de una altura de ocho metros, y los cuadros coloridos que narran distintos pasajes de historia bíblica, son el escenario para esta extensa oración, que se prolongará hasta las 13.30.
Los sacristanes alistan el espacio de oración. Foto: Karen Gil
Cada movimiento del cabildo es un ritual perfectamente coordinado y todos los miembros están en sintonía. Los sacristanes transportan las velas, dispuestas en candelabros de piso, hasta este espacio. Para llevar a cabo este acto, se arrodillan en la entrada, entre las dos sillas y frente a estas. Posteriormente, se ubican al pie de las sillas, esperando a los primeros oradores. Entregan las velas al corregidor, al cacique y a las líderes de las mamitas abadesas, y luego se retiran.
Representantes el directorio del Cabildo y las mamitas abadesas dan el inicio al día de la oración. Foto: Parroquia San Ignacio de Moxos.
Los cuatro rezadores, quienes entran descalzos, se arrodillan con las velas e inician su oración. Empieza la penitencia ante el Santísimo Sacramento, que es acompañada por el coro.
Venid fieles a adorar al sacramento divino, admirable del altar
Al sacramento divino, admirable del altar.
Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar y la Virgen concebida sin pecado original.
El rezo de don Pascual Masapaija, el maestro de capilla, y de otros dos cantores, está compuesto por fragmentos de antiguas oraciones y plegarias escritas a mano en el siglo XVIII, y que han sido transmitidas de generación en generación. Los rezos se entrelazan con la melodía de dos flautistas, dos violinistas, dos bajonistas y un percusionista con bombo, quienes conforman la agrupación musical. Esta melodía encuentra sus raíces en la música barroca que fue introducida por los primeros jesuitas.
Mientras tanto, abajo, los miembros del cabildo van intercalando su momento de adoración y toman su lugar de cuatro en cuatro cada cinco u ocho minutos. Ellos ya saben de quién es el turno, así que el intercambio es fluido.
La música también cambia. El coro da paso para que los macheteros armonicen este momento de fe. Y así transcurren las horas de oración.
La espiritualidad es fundamental para los indígenas ignacianos, y la práctica de sus ritos marca el curso de sus vidas. La cultura mojeña ignaciana está intrínsecamente ligada a la devoción católica introducida por los primeros jesuitas.
A diferencia de otros lugares de Bolivia, como tierras altas, a este lugar no llegaron los colonizadores españoles, aunque lo intentaron. El mundo europeo llegó de la mano de las misiones jesuíticas, pertenecientes a la Provincia Jesuítica del Perú, asentada en lo que ahora es Lima. Este pueblo, como el resto de las 15 reducciones de la Amazonía boliviana, fue fundado por la Compañía de Jesús con la finalidad de evangelizar la región.
Antes del arribo de los curas existían 17 pueblos en estas tierras, cada uno con distintos idiomas. Estos fueron reunidos en el territorio de los moacobonos, donde se fundó la misión. Ésta adoptó el el mojeño como las lenguas oficiales, según se relata en el libro "Historia del pueblo mojo", del padre Enrique Jordá y otros autores.
Los indígenas de estas tierras tenían sus propias deidades relacionadas con la vasta naturaleza que los rodeaba. De acuerdo con las primeras crónicas de los jesuitas, su principal Dios era el tigre o jaguar amazónico, que representaba la armonía y la fuerza de la naturaleza, aunque también consideraban a otros animales como espíritus del monte. Su fe se complementaba con la veneración al sol y a la luna, influenciada por el paso de los incas en las últimas décadas del siglo XV. En su texto “Comentarios Reales de los Incas”, de 1609, Inca Garcilaso de la Vega cuenta: “Dicen los Incas que cuando llegaron allí los suyos, (…) se atrevieron a persuadir a los Musus se redujese al servicio de su Inca, que era hijo del Sol, al cual había enviado su padre desde el cielo para que enseñase a los hombres a vivir como hombres y no como bestias; y que adorasen al Sol por Dios y dejasen de adorar animales, piedras y palos y otras cosas viles”.
Una de las características de los pueblos prehispánicos reunidos en San Ignacio de Moxos es su carácter musical. A través de este rasgo, se comprende cómo las danzas y la música fueron esenciales para que ellos se apropiaran y comprendieran el discurso evangélico.
A partir de esto, su cultura experimentó una aculturación influenciada por la religión católica, introduciendo prácticas religiosas, creencias y valores asociados con ella, que hicieron que dejaran su fe por el tigre a un lado.
El padre jesuita Diego de Eguiluz, en su texto “Historia de la Misión de Mojos”, escrito en 1696, relata cómo los jesuitas convencieron a los mojeños de quemar más de 50 cabezas de tigres que veneraban en los llamados bebederos.
“Hizo el Padre Antonio una hoguera en presencia de ellos, y quemó todos estos idolillos, haciéndoles primero una plática en que les alabó su docilidad, y cómo por ella los había de premiar Dios”, cuenta.
Muchos autores llaman al proceso que se vivieron en aquellas épocas como sincretismo cultural, pero tal como menciona el antropólogo y etnomusicólogo Fernando Hurtado esto no ocurrió exactamente.
“El sincretismo tendría que ser una relación perfecta entre iguales en las que conviven dos religiones, pero (en la misión de San Ignacio de Loyola) no necesariamente se crea un sincretismo religioso, porque, aunque se han respetado muchas de las creencias (la relación) no era igual”, explica Hurtado, quien realizó su primera investigación sobre esta cultura en 2008, sobre la música tradicional y su reafirmación de la identidad.
Para el padre Fabio Garbari, la espiritualidad que se conoce hoy en día fue una construcción conjunta entre los indígenas y los jesuitas. Explica que, aunque estos últimos llevaron el evangelio, ambos grupos se dieron cuenta de que buscaban una armonía y relación con los demás.
“Han descubierto que su motivación era la misma y han empezado a construir un lenguaje, una cultura alrededor de esto”, detalla el párroco que acompaña al cabildo desde el 2013.
Integrantes del conjunto de los macheteros. Foto: Karen Gil.
Este lenguaje común se centra en la fe al Dios cristiano, donde los indígenas han llevado toda su religiosidad, devoción y creencias arraigadas, las cuales son expresadas a través de sus danzas y música. Estos elementos han sido la viva expresión de su cultura a lo largo del tiempo, que ha perdurado en las festividades religiosas. Por ejemplo, en el texto “Polifonía de voces de la Ichapekene Piesta”, del Ministerio de Culturas y Turismo, que la música que se celebra en las festividades parece la misma que describían los primeros cronistas como Francisco Eder.
“Esto es una muestra de la capacidad de resistencia, de resignificación y del fuerte enraizamiento de la música dentro del imaginario colectivo de los mojeño ignacianos, que mantienen viva su cultura través del aprendizaje y la transmisión oral de su lengua y de su música”, describe.
Un ejemplo destacado de esta manifestación cultura es la Ichapekene Piesta, donde se presentan más de 40 danzas, muchas de las cuales son de origen prehispánico. Esta celebración fue declarada por la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2012.
Si bien la Ichapekene Piesta es la máxima expresión cultural mojeña, ésta se manifiesta en todas las festividades católicas, alrededor de las cuales gira la vida de los mojeños. La espiritualidad es un componente central que define su identidad cultural. Por eso, este domingo, los miembros del cabildo se encuentran en la Iglesia celebrando a su manera el carnaval. Mañana, será el turno de aquellos que participan en los conjuntos, y el martes, el resto de la comunidad mojeña ignaciana. Por supuesto, los tres días los macheteros y el coro musical acompañarán con su música la oración.
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