
"Donde hay poder, hay resistencia", Michel Foucault.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la doctrina de la Destrucción Mutua Asegurada ha hecho inviable una guerra abierta entre potencias nucleares. En su lugar, el mundo atraviesa una Tercera Guerra Mundial de carácter híbrido, multidimensional y asimétrico, donde el poder se disputa en campos como la información, la biotecnología, la economía, el narcotráfico, el crimen organizado y la tecnología entre otros. Aunque los actores involucrados son múltiples, el eje central del enfrentamiento se configura entre EE. UU. y China, desarrollándose a través de formas difusas y encubiertas.
El punto de inflexión, y posible inicio, puede situarse en marzo de 2018, cuando Trump impuso aranceles a China por 50 mil millones de dólares, acusándola de robo de propiedad intelectual y transferencia forzada de tecnología. Otro hito se da en octubre de 2019, Wuhan fue sede de los Juegos Mundiales Militares, pocos meses antes del brote de COVID-19, lo que alimentó sospechas sobre una posible guerra biotecnológica.
Según la Oficina del Fiscal de los Estados Unidos, en 2023 se denunciaron operaciones encubiertas incluyendo globos espía, estaciones policiales chinas clandestinas y un laboratorio ilegal asociado a nacionales chinos, donde se hallaron patógenos como hepatitis, VIH y coronavirus, además de evidencia de manipulación genética. De acuerdo con CNN, se han reportado el ingreso clandestino de ciudadanos chinos a EE.UU. por rutas que van desde Cuba, pasando el Darién y México lo que ha despertado sospechas de infiltración encubierta.
En enero de 2025, EE.UU. impuso una normativa que prohíbe a sus diplomáticos en China mantener relaciones íntimas con ciudadanos locales. Esta política de “no confraternización” refleja un temor institucional a la bioinfiltración. Por último, de acuerdo con Infobae, China ha sido señalada como principal proveedor de precursores químicos para la producción de fentanilo en México, donde cárteles como el de Sinaloa y el CJNG elaboran la droga y la distribuyen en EE. UU. siendo Canadá una ruta alternativa.
En respuesta, EE. UU. ha ejercido presión sobre el gobierno de México mediante el aumento de aranceles y ha intensificado su guerra comercial con China. Ha reforzado el control migratorio, promovido deportaciones y firmado un acuerdo con el gobierno de Bukele para trasladar migrantes ilegales a cárceles en El Salvador. Además, ha presionado tanto a México como a Canadá para frenar el flujo migratorio. Aunque existen declaraciones que apuntan a China como origen del COVID-19, una acusación directa podría desencadenar un enfrentamiento convencional con graves implicaciones. Paralelamente, EE. UU. ha impulsado el uso estratégico del Bitcoin para contrarrestar los esfuerzos de China por establecer un sistema financiero global alternativo basado en el yuan digital. En el plano geoestratégico, Washington ha reforzado su presencia militar en zonas clave como el estrecho de Malaca y las rutas marítimas cercanas a Myanmar, mediante el despliegue de portaviones como el USS Carl Vinson y alianzas con países como Singapur y Bangladesh.
Mientras EE.UU. y China lideran el conflicto global, Rusia y Europa reconfiguran sus posiciones. Moscú, aliada táctica de Pekín, pero con intereses propios, oscila entre ambos polos incluyendo un posible acercamiento a Washington, algo que Trump intentó capitalizar para debilitar el eje sino-ruso. La invasión a Ucrania fortaleció la OTAN, endureció sanciones y estrechó lazos entre Rusia y China, aunque su alianza se basa más en conveniencia que en afinidad. Al mismo tiempo, la relación entre EE. UU. y Europa muestra signos de desgaste, y algunos países europeos evalúan vínculos estratégicos con China.
Irán y el mundo islámico cumplen un rol clave en este conflicto. Irán, como potencia regional, proyecta influencia mediante redes ideológicas y paramilitares, y ha estrechado alianzas con Rusia y China en oposición al orden unipolar. También se posiciona como actor ideológico frente al liberalismo occidental y el sionismo. Mientras tanto, el mundo islámico se fragmenta entre polos como Turquía, Arabia Saudita y actores no estatales como Al Qaeda y el ISIS, usados en conflictos por potencias mayores.
De acuerdo con el diario Dialogo Américas, Latinoamérica por su ubicación geográfica, abundancia de recursos naturales y creciente inestabilidad institucional, ha adquirido un papel estratégico en esta guerra. Entre los actores de segunda línea que coordinan acciones destacan Cuba, Venezuela, México, Nicaragua y Bolivia. Particularmente Cuba, en estrecha colaboración con Venezuela, se ha convertido en un punto neurálgico de cooperación con Rusia, China e Irán.
Bolivia ha cobrado relevancia estratégica, especialmente por Potosí, que posee vastas reservas de litio, posibles yacimientos de uranio y minerales raros. Este potencial lo convierte en un punto focal de interés global. La presión sobre el país no se limita a la diplomacia o la inversión, sino que incluye tácticas más sutiles como la desestabilización interna, la manipulación de movimientos sociales y el uso de redes informales y gobiernos aliados. En este tablero, potencias como China, Rusia y EE. UU. compiten por influencia mediante estrategias indirectas y de poder gris.
Frente a las enormes amenazas que hoy pesan sobre Bolivia, algunas de las cuales comprometen incluso su integridad como Estado, Potosí resurge, como en tiempos de la colonia, como el núcleo de la cohesión nacional. En este momento histórico, el departamento necesita a sus mejores hombres y mujeres, capaces de actuar con visión y estrategia para defender su destino.
En esta Tercera Guerra Mundial híbrida, la derrota de un país no se expresa en invasiones ni destrucción militar, sino en mecanismos más sutiles y devastadores. Como advierte Nkrumah al hablar del neocolonialismo, un Estado pierde cuando deja de controlar su soberanía interna, su narrativa nacional y su capacidad de decidir su destino. Aunque las instituciones sigan funcionando y se celebren elecciones, el poder real ya no le pertenece: lo ejercen actores externos desde las sombras, a través de la economía, los medios, la fragmentación social, el crimen organizado, la dependencia tecnológica o la migración inducida. En esta lógica invisible, la conquista no toma territorios, se infiltra; las decisiones estratégicas dejan de pertenecer al Estado y, al final, el alma de una nación es colonizada.
En esta contienda, no hay trincheras visibles ni bombas nucleares que estallen a diario, pero la confrontación es real y está en marcha: se libra a través de virus, datos, drogas, flujos migratorios, finanzas digitales, alimentos y sistemas de vigilancia. Entender las lógicas invisibles que la rigen es clave para anticipar su desenlace. El enemigo ya no se esconde únicamente al otro lado del mar: puede habitar una molécula, una app o incluso una cara familiar.
El autor es ingeniero de sistemas y diplomático