Contra el pronóstico pesimista (de mal augurio) de quienes hubieran deseado que los Juegos Olímpicos de París 2024 fueran un fracaso, los indicadores señalan lo contrario. Como dijo en la clausura Tony Estanguet, presidente del Comité Organizador, se batieron récords de audiencia, de asistencia a los estadios, de medallas para Francia y “récord de propuestas de matrimonio entre atletas” (para lo que se presta esa ciudad como ninguna otra). Se vendieron 9 millones de entradas, superando los 8.3 millones de Atlanta en 1996 y los 8.2 millones de Londres en 2012 (datos de Statista). Se rompieron 20 récords mundiales en diferentes disciplinas. Se fabricaron 2000 antorchas olímpicas idénticas para todo el recorrido que comenzó meses atrás y pasó por territorios y ciudades emblemáticas de la cultura francesa.
París es una fiesta… y lo fue ahora para el deporte. La ciudad entera como escenario, y no cualquier ciudad, sino una de las más bellas del mundo. Para garantizar el éxito del evento, se contó con 45 mil voluntarios (cuatro veces más que el número total de atletas), además de un despliegue de seguridad tan gigantesco como invisible (ejército, policía, bomberos, etc.) que hicieron que no se produjera ningún incidente grave en la ciudad luz.
Quedaron molestos algunos vecinos de los lugares donde se produjeron los eventos deportivos, sobre todo cerca de la Torre Eiffel, ya que por razones obvias e inevitables su entorno fue afectado por los organizadores que instalaron cercas de madera y andamios para los espectáculos y para su seguimiento en televisión en todo el mundo. Hubo daños al medio ambiente, por la cantidad de espacios de celebración y de turistas que recibió la ciudad, pero menores que en otras olimpiadas.
La huella de carbono en Rio de Janeiro 2016 fue de 4.55 millones de toneladas métricas de CO2, la de Londres 2012 alcanzó 3.4 millones, y la de Tokio 2020 fue de 1.96 millones (en este caso porque no hubo público debido a la pandemia). En París 2024 se estima que no sobrepasó la marca de 1.75 millones, lo cual constituye otra victoria olímpica.
Desde 1896 Estados Unidos había acumulado más galardones que cualquier otro país en los Juegos Olímpicos de verano, con un total de 2.655 medallas (1.070 de oro, 841 de plata y 744 de bronce), a las que se suman las obtenidas en París. Durante sus 36 años de participación (de 1952 a 1988) la Unión Soviética fue la segunda potencia deportiva, con 1.010 medallas (395 de oro, 319 de plata y 296 de bronce). Gran Bretaña (930), Alemania (797), Francia (773), China (636), Italia (632) y Australia (541), dominaron el medallero a lo largo de más de un siglo. En América Latina sólo Cuba destacó con 235 medallas, seguida de lejos por Brasil con 150.
En París 2024, Estados Unidos empató con China con 40 medallas de oro, pero venció en el tablero general con 126 medallas contra 91 de China, 65 de Gran Bretaña, 64 de Francia y 53 de Australia.
De entrada, los estadounidenses tenían algunas ventajas. Su delegación era la más numerosa con 592 atletas, mientras China ocupaba el sexto lugar con 388. Francia, el país huésped, participó con 573 atletas, Australia con 460, Alemania con 428 y Japón con 403. La organización World Atlas sugiere, en su página web, que hay una relación directa entre el número de participantes y el número de medallas obtenidas. Los 65 países que nunca han obtenido medallas son aquellos cuyas delegaciones eran siempre más reducidas. Bolivia participó esta vez con cuatro atletas y fue el país sudamericano con la delegación más pequeña, detrás incluso de Surinam y Guyana, que se hicieron presentes con cinco atletas cada uno, y muy por detrás de Uruguay (25), Perú (26), Paraguay (28), Venezuela (33), Ecuador (40) o Chile (48), para no mencionar Brasil (227) y Argentina (136). De ese tamaño es nuestro país.
La ventaja numérica de Estados Unidos hace que en competencias de natación o de atletismo, que son muchas, en una misma serie de ocho competidores puede haber cuatro de EEUU, una ventaja obvia. Estados Unidos se ha encargado a lo largo de la historia de los Juegos Olímpicos de nuestra era, de multiplicar natación y atletismo en numerosas subcategorías diferentes, por ello no es extraño que se haya llevado un total de 28 medallas en las competencias de piscina y otras 34 en la pista de atletismo. ¿Cuántas modalidades distintas pueden crearse?
La ceremonia de clausura, esta vez en el Stade de France en Saint Denis, no fue tan grandiosa (ni polémica) como la inaugural, pero tuvo momentos estupendos, como el viajero dorado (Arthur Cadre), el piano vertical suspendido en el aire que tocó Alain Roche, o la interpretación de la canción “My way” (“A mi manera”) por Yseult Marie Onguenet, un recordatorio para el mundo entero de que la composición popularizada en inglés por Frank Sinatra es en realidad “Comme d'habitude”, obra de Jacques Revaux (música) y Gilles Thibaut y Claude François (letra), cantada por primera vez en 1967 por este último.
El traspaso de la bandera olímpica a Los Ángeles fue otro momento emblemático. Como cineasta me maravilló la continuidad impecable de la secuencia en la que Tom Cruise, el actor de la saga Misión imposible (pero también de Eyes wide shut de Kubrick) se lanza desde lo alto del estadio, recoge la bandera y se la lleva raudo en una moto que sale del estadio. Esa es la parte que ocurrió en vivo y en directo, pero las gigantescas pantallas (y la televisión) mostraron el resto de la secuencia, obviamente filmada antes pero perfectamente sincronizada: se ve a Cruise atravesar de noche las calles vacías de París y entrar a un avión militar con la moto. Minutos más tarde reaparece lanzándose en paracaídas sobre los Ángeles muy cerca del emblemático letrero de Hollywood, adornado con los colores de los anillos olímpicos. Esa secuencia sigue con una fiesta en vivo en la playa de Long Beach con actuaciones de Red Hot Chili Peppers, Billie Eilish, y otros. La vara está alta para la ciudad de Estados Unidos que acogerá a los deportistas dentro de cuatro años.
Lamentablemente, hay un lado sombrío en esta victoria del deporte no comercial, porque mientras se celebra el culto a la paz mundial con actividades estimulantes para la salud y el bienestar, al menos dos guerras (y otros conflictos que no llegan a los titulares), muestran que la humanidad no está preparada para vivir en paz. Por una parte, el genocidio sistemático de la población civil palestina en Gaza por parte del Estado de Israel, y por otra, la invasión y los bombardeos de Rusia en territorio de Ucrania. La hipocresía de las potencias mundiales (Estados Unidos y Europa en general), hace que en estos Juegos Olímpicos se vetó la participación de Rusia, pero no la de Israel, cuyos crímenes de guerra son aún mayores.
El autor es escritor y cineasta
@AlfonsoGumucio