Como una trama de espionaje, leí la entrevista del historiador Charles Stuart Kennedy al embajador James C. Cason en 2009, para un proyecto de historia oral de las relaciones exteriores norteamericanas. Cason estuvo en Bolivia entre 1987 y 1990, y cerró su carrera como embajador en Paraguay en 2008. La BBC lo bautizó en 2015 como “el diplomático estadounidense que más molestó a Fidel Castro”. Lo que resumo aquí son sus recuerdos de Bolivia, no necesariamente la verdad.
Cason ganó en 1989 el Premio Nacional de Inteligencia de la CIA como mejor recolector de inteligencia. Creó una enorme base de datos de empresarios bolivianos, de candidatos a algún cargo y de pilotos de aviones. Esa información le sirvió a la CIA y a la DEA. Estados Unidos nunca había tenido un repositorio así.
Cason armó un registro como los del Estado boliviano, a los que también accedió para montar su base de datos de 50,000 personas. Gracias a un miembro de la Corte Electoral, Cason tuvo en su casa los libros originales de votantes de las áreas en que se producía droga. Esos libros contenían nombres de los electores, huellas, datos de nacimiento e identidad, ocupación y domicilio. Todo fue copiado con máquinas Xerox. Así juntó antecedentes para las redadas contra narcotraficantes y otras tareas de inteligencia. “Eventualmente tuve los registros computacionales de cada votante en el país. Pudimos hacer echar y encarcelar a un número de ministros del Interior y jefes policiales usando, en parte, esa data”.
Cason computarizaba el archivo de cada persona, a menudo con foto. Escribía sus conversaciones con los “cientos” de personas con que se reunía al año. Mapeaba la estructura de poder de Bolivia con precisión: “quién es quién”. Eso le permitía a Cason proveer, en segundos, datos clave de una persona: qué poseía y quiénes eran sus abogados, asociados y familiares. Leía obituarios y páginas sociales, buscando matrimonios y eventos para completar los árboles genealógicos que delineaba. Revisaba las listas de participantes de ferias de comercio y de directorios de empresas. “Cuando le dije a (Robert) Gelbard en lo que estaba, nadie creía que podía construir un mapa de quién era dueño del país.”
En 1988, la embajada hizo lobby con todos los partidos en maratónicas jornadas, para que se dictara una ley dura (la Ley 1008) que limitara la coca legal. Cason permanecía sentado en el Congreso, vigilante. Posteriormente, colombianos y peruanos promovían sembrar coca y elaborar pasta base, según él, en alianzas con Evo Morales; y repite que este era parte del narco por defender a los cocaleros del Chapare. “Nadie tenía idea de que iba a ser presidente, parecía más probable que el Compadre Palenque prosperara políticamente”.
Cason pasaba mucho tiempo con el Compadre y reportaba “los intentos de los indios de participar en la política nacional”. ADN, MIR y MNR dirigieron el país por años, “cuidando sus intereses particulares y excluyendo a la mayoría indígena de la vida política”.
Uno de sus objetivos fue Max Fernández: los gringos pensaban que era narco. Cason alega que, viajando por Bolivia, consiguió una gran cantidad de documentos del pasado de Max: “obtuvimos suficiente información incriminadora como para negarle la visa. Comenzamos a usar la visa como un arma contra los traficantes”.
Cason dice que Jaime Paz acogía las sugerencias de remover a quienes ellos sindicaban con su información como corrupto o narco: “con la inteligencia, aplicamos mucha presión al Gobierno (…). Desafortunadamente, con frecuencia ponían a otro que resultaba narco también. Era una batalla sin fin…”.
Cason manejaba también la relación con el MIR, “uno de los partidos más corruptos” (el antimirismo de Cason es afín al del embajador Gelbard). “No tuvimos mucho contacto con ellos antes (…). La tendencia era mantenerse lejos de la izquierda, en vez de conocerla e influenciar su pensamiento”.
Cason conoció en Cuba a Rafael Dausá, que en realidad era “un coronel de seguridad del Estado”. Cuando Cason estaba en Paraguay, Dausá fue embajador de Cuba en Bolivia: “él tenía la oreja de Evo y (…) alimentaba su paranoia e ignorancia. Evo estaba convencido de que Estados Unidos iba a construir una base secreta en Paraguay, para atacar Bolivia. Los servicios de inteligencia cubanos controlaban el flujo de inteligencia a Morales”.
James C. Cason habla desde su memoria, con sus fobias y simplificaciones, pero su relato espanta igual. No sé si es peor nuestra cruda dependencia o la mugre que nos imputa.
El autor es abogado