En poco menos de un mes, desde la posesión de los nuevos gobernantes, la política oficial ha puesto en escena dos figuras que no traen bien alguno para la democracia. Una, el tutelaje, en cierta medida una vieja conocida; la otra, la ventriloquía, la novedad del momento.
Durante los tiempos de las dictaduras militares, había uniformados que justificaban su intervención directa en la conducción del Estado con el pretexto de considerar a las fuerzas armadas como la “institución tutelar de la patria”. Entre los más representativos de esa práctica cabe recordar a Hugo Banzer Suárez (1971-78) y a Luis García Meza (1980-81), aunque no fueron los únicos en apelar a tal argumento.
Asumir semejante razonamiento significaba, en los hechos, aceptar que la nación se encontraba en una situación combinada de orfandad y minoría de edad, es decir, incapacitada para hacerse cargo de su propio gobierno. En consecuencia, la presencia de un tutor salvador, orientador y protector era imprescindible.
Es obvio que ni la Constitución Política del Estado ni la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas proporcionan autorización alguna para que el país sea tutelado por la institución castrense, pero así se daban las cosas y, en esos casos, los supuestos “tutores” no solicitados tomaban el poder en sus manos.
Ya en los años de la democracia reconstituida, recuperada cierta libertad de expresión, se hizo público el apodo de “Walt Disney” para los fabricantes de discursos de ciertos políticos, pues se decía que eran “los únicos capaces de hacer hablar a los animales”. El trabajo de esos personajes sin duda era, es y será útil, ya que puede evitar o al menos reducir las desgracias retóricas y los bochornos de no pocos protagonistas de la política.
Por ejemplo, es bastante conocida esta afirmación de un gobernante populista: “Antes de nosotros, el país se encontraba al borde del abismo; hoy hemos dado un decidido paso hacia adelante”. Y lo son también experiencias relativamente recientes como las del que casi habituó a la población a impresentables demostraciones de habilidad aritmética, del que calificó (¿reconoció?) a su propio gobierno como fraudulento y nefasto o del que acaba de anunciar que se embarcará en una “lucha interplanetaria”.
La necesidad de los “Disney” es, pues, patente. Además, presentar una alocución preparada por otro todavía puede implicar la posibilidad de que quien lo hace ponga algo de toque personal en su lectura del discurso y simule una palabra independiente.
Mas lo que viene aconteciendo en el corto tiempo transcurrido desde la instalación del gobierno difiere de lo rememorado y plantea dudas sobre las sanas expectativas de renovación y autonomía que habían sido alentadas inclusive el mismo 8 de noviembre.
Al gobernante que apenas comienza su gestión le ha surgido un “tutor” de corte autoritario que, aparte de haber declarado abiertamente su determinación de “cuidarle”, da instrucciones por doquier y encarna papeles que no le corresponden. Por su parte, el segundo de a bordo parece encaminado al enmudecimiento y la marginación. De esa forma, es posible que el “gobierno-ahijado” resultante termine pronto emboscado sin remedio.
Tal vez esa sujeción pasiva de los que fueron elegidos por mayoría relativa facilita que, junto al tutelaje, se esté registrando otro fenómeno, catalogable como de ventriloquía, puesto que la voz de alguien externo empieza a hablar por boca de la nueva autoridad. Tono, terminología y frases con resonancia postiza dan cuenta de ello.
No es que el autonombrado tutor gobierne directamente, como ocurría en el lapso dictatorial antes aludido, sino que ahora es el gobierno el tutelado. Y no es que alguien esté nada más haciendo los libretos, sino que, “hablando desde el vientre”, también los interpreta, fingiendo la voz y con rostro prestado.
Erick R. Torrico Villanueva es especialista en Comunicación y análisis político
Twitter: @etorricov