
Un golpe de estado para deponer al presidente Hugo Ballivián terminó como una gesta revolucionaria que, junto a las revoluciones de México en 1910 y Cuba en 1959, fue considerada como una de las grandes revoluciones que durante el siglo XX vio América Latina. Buena ocasión para revisar aquellos hechos, con la ventaja del tiempo transcurrido desde entonces, nada menos que 73 años.
Habría que comenzar señalando que las revoluciones no se producen por arte de magia o por la buena voluntad o la genialidad de unos sujetos o por la mala voluntad o locura de unos desquiciados; responden a realidades concretas que se dan en el marco de circunstancias históricas también concretas que las hacen posibles.
Bolivia nació a la vida independiente el 6 de agosto de 1825. La Constitución de1826, llamada bolivariana, aunque ciertamente modificada en relación al texto que envió Simón Bolívar, establecía la existencia de cuatro poderes, un régimen presidencialista (vitalicio), una religión oficial y un gobierno popular representativo. Pero, por otro lado, la naciente república se caracterizó por la exclusión y el maltrato a los indígenas, la explotación de los trabajadores, la inequidad de género y tremendas dificultades para el acceso de todos a la justicia.
La exclusión y maltrato a los indígenas, estudiada ampliamente por autores como Tristan Platt, Silvia Rivera y Rossana Barragán tuvo, entre otras expresiones, la esclavitud (pongueaje), la exclusión del ejercicio de la ciudadanía (voto calificado y censitario establecido por la Constitución) y de la propiedad de la tierra (haciendas y ley de exvinculación). Haciendo un análisis de semiología jurídica se diría que las distintas constituciones decían, sin decirlo, que los indios no podían votar. Pero, no era solo eso, sino que los indios eras despreciados y considerados indignos de ciertas cosas, como por ejemplo sentarse en los bancos de las iglesias: “Antes era lindo ir a misa” decía en una ocasión una señora, “ahora ya no es lo mismo, una encuentra a los indios sentados en los asientos donde antes estaba la gente bien”.
Tampoco podían votar las mujeres, pues los distintos artículos que regulaban la ciudadanía utilizaban el género masculino para referirse a los ciudadanos y, curiosamente, era el único caso en que el vocablo “hombre” se circunscribía a los varones, pues en todos los demás se decía que también abarcaba a las mujeres.
La ciudadanía, pues, estaba reservada a los varones ilustrados y se pretendía que las aristocracias se insertaran sobre todo en las cámaras de senadores. En Bolivia, la democracia era considerada inconveniente para un pueblo iletrado e inculto, de oportunistas y aprovechadores, como lo afirmaban escritores de la época como Carlos Romero, Rigoberto Paredes y, en menor medida, Bautista Saavedra.
Los llamados “barones del estaño” era propietarios de las minas de este país y jamás ligaron su prosperidad a la construcción de una nación libre, independiente y soberana. Sus aliados hacendados, vivían como burgueses, pero producían como señores feudales, como acertadamente dijo Abelardo Villegas.
La explotación laboral también existía en Bolivia, lo que hizo que el marxismo y el anarquismo ganaran espacio entre los trabajadores que, en busca de mejores condiciones de vida, se organizaron y movilizaron. La historia de nuestro país es pródiga en masacres de trabajadores que exigían derechos. La explotación y la injusticia dio lugar, en 1938, a la puesta en vigencia de la primera constitución “social”, en los marcos del constitucionalismo social, tal como ocurrió en otras partes del mundo. El “keynesianismo”, calificado hoy sin rubor como socialista e incluso comunista, se había impuesto, dando lugar al capitalismo de estado.
El acceso a la justicia era complicado y la administración de la misma se caracterizaba por una insuficiente cobertura en función del territorio y la población de Bolivia, carencia de recursos financieros, nulo manejo y utilización de idiomas indígenas, ritualismo propio de su vinculación al romanismo y actuación orientada a crear una suerte de temor reverencial, costos de acceso prohibitivos para los pobres, imposiciones políticas, lentitud en su funcionamiento y serios indicios de corrupción.
En este contexto, se produjo la revolución del 9 de abril de 1952 que llevó a la práctica varias medidas dirigidas a superar la situación descrita: voto universal, nacionalización de las minas, reforma agraria, reforma educativa, reorganización del ejército y control obrero.
¿Se solucionó todo con esas medidas? Por supuesto que no. El voto universal sirvió permitó el acceso generalizado a la ciudadanía, pero el MNR, las dictaduras militares y otros partidos políticos como el MAS, manipularon a los indígenas y campesinos. COMIBOL fue una empresa que financió la marcha hacia el oriente, pero fue también un botín para inescrupulosos. La reforma agraria no alcanzó a ponerse en práctica en todo el país, aunque al convertir a los campesinos den propietarios impidió que abrazaran las ideas marxistas. La reforma educativa quedó a medias, lo mismo que la reorganización del ejército, en tanto el control obrero se extinguió rápidamente.
Para algunos, las medidas revolucionarias fuero demagógicas; para otros, medidas que transformaron para siempre a Bolivia.
Hubo excesos: se persiguió sañudamente a los políticos de oposición y se hizo práctica cotidiana la tortura (muchas veces salvaje) y el asesinato.
Sin embargo, sin lugar a dudas, Bolivia no fue la misma desde entonces.
El autor es abogado