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Opinión

TSE: pacificar sin atribuirse pacificación

2 de Septiembre, 2020
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MARKO A. CARRASCO LUNDGREN

Aunque resolver no es igual que transformar, en el tratamiento de un conflicto el marco interpretativo que orienta debería ser el mismo, el equilibrio entre tres cosas: relación, proceso, resultado. Es difícil entender la gestión del conflicto con bloqueos camineros de semanas atrás sin conocer todos los entretelones, lo que se llegó a ver fueron las fricciones públicas de las partes en disputa (relación) y los momentos que fueron acercando poco a poco a un acuerdo (resultado); pero lo que quedó bajo la superficie es el proceso en sí, la artesanía que implica acercar a las partes, el establecer una agenda, modular la comunicación de los avances y hasta cuidar que la coordinación interna no se desborde y acabe perjudicando la labor, entre muchas otras cosas. Aunque sabemos que fue un trabajo colaborativo - que ojalá se comparte más en aulas y espacios de reflexión que en reuniones de equipos de campaña - pareciera que el TSE lideró el proceso desde el inicio hasta el final, que eligió el diálogo como herramienta y que justamente en la acertada comprensión de lo que el diálogo es, halló su mayor fortaleza. Cuando las papas quemaban y la población parecía perder la esperanza en una salida sin más violencia (porque sí existió violencia), el Presidente del TSE declaraba públicamente el nueve de agosto, después del encuentro convocado por el Ejecutivo, que el diálogo es “un proceso con etapas, de altibajos, de avanzar y estancarse, pero que ante todo, demanda consistencia”. Aunque esas palabras hayan pasado desapercibidas esos días, es necesario rescatarlas, porque además de mostrar una visión amplia y precisa de lo que es el diálogo como herramienta de solución pacífica de problemas, enviaban un mensaje claro sobre cuáles son los principios que guían y que se busca irradiar, desde una institución que a momentos parece una pieza ajena al rompecabezas que es la política boliviana hoy en día.

En esa misma dirección, días atrás el TSE lanzó otra señal de compromiso con la construcción de paz no como una medida circunstancial, sino como una apuesta de largo aliento. Mediante un spot de poco más de un minuto que ya circula en medios y redes, se intenta condensar aquellas cosas que todos los bolivianos han experimentado/sufrido en el último tiempo, pero que irónicamente no saben reconocer con cabalidad. ¿El propósito de la pieza es estimular la participación de la población en las elecciones de octubre? Seguramente se partió de ahí, al final de cuentas el rol fundamental del OEP es la organización y administración de elecciones periódicas y transparentes, no debería sorprenderle a nadie que bajo el rótulo de “El voto es el abrazo del reencuentro” apunten a cumplir ese objetivo. Pero a menos que uno esté pecando de optimista, la estrategia parece ser más ambiciosa, desmenuzando al menos el guion del spot encontramos rastros de un mensaje que con sutileza les habla a varios asuntos irresueltos; si es cierto que en política decir es hacer y que la forma importa tanto como el fondo, en el campo de la comunicación política eso se potencia.

“Los bolivianos no hemos salido bien de una que ya estamos en otra…”

Dejando fuera lo interpersonal, en el país ha habido una sobre exposición a olas masivas de violencia colectiva en el último año, sin reparar en tipologías, lo abrupto e intenso de todo lo acontecido los últimos 11 meses no ha permitido ni que se genere suficiente evidencia empírica fidedigna sobre los efectos (psicosociales, de salud mental, económicos) de toda esa violencia, ni que mucho menos se generen estrategias que recuperen a las personas de esos hechos traumáticos y que transformen sus realidades. Esto sumado a la emergencia sanitaria y sus implicaciones, ha producido una sensación generalizada de que tiempo para el duelo, no ha tenido nadie. Una de las cosas más difíciles en escenarios de conflicto es encontrar una base común sobre la que puedan pararse todos, en este caso, el tomar consciencia de los efectos de la violencia es la base que en este momento nos concierne y a la que esa parte del mensaje parece apelar.

“(…) hace mucho que vivimos en distanciamiento social. Nos miramos de lejos con desconfianza y a esa distancia no nos escuchamos, no nos entendemos.”

Lo cierto es que la polarización que existe no deriva solo de los hechos de 2019 o de los bloqueos de semanas atrás, se trata de algo que se vino instaurando de forma sistemática incluso antes y que no debemos permitir que ocurra de nuevo. Generalmente los conflictos desembocan en violencia masiva y en confrontación entre civiles, cuando se instrumentaliza un elemento estructural, por ejemplo, la amenaza de privar – o privar -  a grupos de algo imprescindible para su subsistencia, el racismo o la negación de los derechos humanos. Quizás varios no lo sepan o recuerden, pero mucho antes de la elección de octubre de 2019, teníamos a un vicepresidente del Estado que se paseaba el territorio nacional arengando la división racial con fines político partidarios. Debemos entender que lo que vivimos hoy, la reducción del espacio para el diálogo, la falta de comunicación con “el otro” o la intolerancia para con visiones opuestas, es el legado del pasado. Muchos dirán que son síntomas de pendientes históricos o estructurales lo cual es innegable, como también lo es el hecho de que se hayan exacerbado estas viejas heridas con retóricas de odio irresponsables.

 “(...) pero cuando termine esta cuarentena acortaremos las distancias que nos separan”

Otra idea instaurada en el imaginario de la gente es que hay un escenario “post pandemia” por el cual esperamos todos, pareciera que la intención del mensaje en este caso, es vincular lo anterior con la idea de un escenario de post-conflicto que iniciaría con la elección venidera. Una nueva etapa por la cual esperar con esperanza, una “página en blanco” en la cual podamos dibujarnos todos juntos otra vez. Acá lo importante es que los hacedores del mensaje comprenden y ponen en práctica algo crucial en tiempos de crisis y en lo que el gobierno central ha fallado, el brindarle a la población un norte a imaginar que a su vez le transmita certidumbre y esperanza. Para eso, en última instancia, es que se construyen narrativas durante una crisis.

Si uno se permite ir más allá, podríamos interpretar que el “acortar distancias” es una movida audaz de parte del TSE hacia algo mucho más grande y necesario, proyectar un proceso de reconciliación nacional, pero no como un mero enunciado ni como una táctica de fortalecimiento institucional, sino disponiendo de institucionalidad estatal para promoverla. Sobre esto último, las experiencias – con sus luces y sombras – son diversas en el mundo, casos como la Sría. de DDHH, Convivencia y Cooperación en el País Vasco, la Sría. de Paz y Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Cali, la Comisión de Justicia Transicional y Reconciliación en Filipinas o el Ministerio de Justicia en Nueva Zelanda, con las cortes de justicia restaurativa juveniles, son solo algunos ejemplos.

Un proceso de reconciliación es algo complejo, pero que al mismo tiempo puede ser tangible y factible, no está pensado para durar décadas, o servir como cortina de humo o sencillamente para generar impunidad entre perpetradores, persigue la lógica de brindar garantías de no repetición de violencia, en otras palabras, generar soluciones sostenibles y no parches, que nos permitan planificar y proyectarnos para generar desarrollo sin interrupciones recurrentes. Reconciliar es enfrentar los legados del pasado colectivamente utilizando básicamente cuatro premisas ajustadas a nuestro propio entorno: sanar individualmente, brindar el relato propio sin tapujos y conocer el relato del otro, impartir justicia sin impunidad y restaurar daños en la medida de lo posible. Estas cosas no son todas atribuciones del TSE, pero seguramente pueden ser promovidas bajo una lógica de interdependencia de poderes y subsidiariedad si existe voluntad política.

Marko A. Carrasco Lundgren es politólogo

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