Ser canciller es uno de los cargos más honrosos de un gabinete. Bajo el mando del Presidente, representa al Estado y defiende sus intereses. No los partidarios, ni los ideológicos y menos los de un grupo.
Sus funciones son: promover los intereses nacionales, mantener sana la relación del Estado con el sistema multilateral, profundizar las relaciones bilaterales, promover las exportaciones; y ante todo practicar la diplomacia preventiva, que consiste en adoptar medidas destinadas a evitar impasses y si surgieran solucionarlos.
La importancia del cargo exige idoneidad. No cabe la falta de comprensión o gestión derivados de la inexperiencia, porque los errores en política exterior los paga el Estado y los costos son altos.
En casi 200 años de historia 64 personas tuvieron el honor de ser Canciller. En pero, no todos dieron la talla y enaltecieron la función. Aunque los perfiles fueron diversos, quienes destacaron tuvieron rasgos personales comunes como: sólida formación académica, trayectoria diplomática, habilidad negociadora y elocuente oratoria.
La habilidad negociadora, es una capacidad imprescindible para un Canciller, ya que, en el relacionamiento internacional, los Estados tienen posiciones divergentes o intereses contrapuestos. Diferencias que deben ser solucionadas de manera oportuna y creativa a través de la negociación.
Es el arte de la persuasión y en ella, la elocuencia y oratoria son aptitudes necesarias para articular, presentar, abrir puentes de diálogo, justificar y explicar. Así, como en las guerras el poder del soldado nace del fusil; en las batallas diplomáticas el poder del diplomático surge de la palabra. Un soldado sin fusil esta sentenciado a muerte, un diplomático pipiolo en leer, escribir y hablar está condenado al fracaso.
Para fines ilustrativos rememoraré solo tres, que desde cierta distancia histórica, se aprecia más su labor diplomática.
Uno que destacó por su sólida formación académica fue Gustavo Medeiros Querejazu, abogado, quien llegó a ser Ministro por sus méritos y no por conciliábulos políticos. Su impecable capacidad profesional generó no solo fructíferos resultados en el frente externo a favor de Bolivia; sino también en la formación de recursos humanos, tanto en las universidades como en la academia diplomática. En el Derecho Internacional fue maestro de maestros.
En el ámbito de la negociación, destaco a Alberto Ostria Gutiérrez. Ingresó a la carrera diplomática mediante concurso de méritos y fue también profesor de Derecho Internacional. Entre 1947 y 1950, con el fin de solucionar el enclaustramiento boliviano, diseñó y ejecutó la negociación entre Bolivia y Chile, que concluyó en la firma de las notas reversales de 1950. Fue una inteligente acción llevada a cabo, que en el juicio de la Haya (obligación de negociar) el juez Yves Daudet, en un voto disidente, reconoció que lo hecho genera una obligación jurídica.
En la oratoria destacaré a Walter Guevara Arce, político y diplomático, que hábilmente utilizó la retórica para construir discursos persuasivos y eficaces en el relacionamiento de Bolivia con el mundo. Ganó la admiración en el ambiente diplomático, incluso por parte de quienes no simpatizaban con las posturas bolivianas.
Una de las preocupaciones de Guevara fue buscar una salida al mar para Bolivia. En una labor de persuasión admirable, en 1979 logró, como Presidente junto con su Canciller Gustavo Fernández, lo que pudiera considerase hasta entonces un milagro. Es que la Asamblea de la OEA de 1979, reconociera que es de interés hemisférico encontrar una solución para que Bolivia obtenga acceso soberano y útil al océano Pacífico.
Podríamos referirnos a varios Cancilleres y encontraríamos que el mínimo denominador común de los que sobresalieron, más allá de sus posturas políticas, fue inteligencia, competencia y experiencia.
Hubieron otros, que ocuparon la silla de Canciller respaldados por una carrera política y también destacaron. Fueron quienes consientes de sus carencias tuvieron la virtud de rodearse de profesionales en relaciones internacionales, que puedan traducirles el sentido estricto de las dinámicas y sus implicaciones en la toma de decisiones.
En la selección de servidores públicos, cuando se parte de la premisa que: “la meritocracia genera exclusión”, se apuesta al fracaso; porque, como dijo Enrique Santos Discépolo en el tango Cambalache, da lo mismo un burro que un gran profesor.
El autor es diplomático de carrera.
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