Ha causado consternación general la partida de la politóloga, escritora y periodista cruceña Susana Seleme. Era una mujer polifacética, íntegra, sincera, sin medias tintas, decía las cosas de frente, le sobraba coraje, convicción y determinación. Fue una militante activa no solo del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR), sino también de la democracia, y las reivindicaciones regionales. Siempre estaba en primera fila denunciando los abusos del poder.
Susana Seleme fue en principio una trotamundo; radicó en Pamplona, Barcelona, Berlín, Hamburgo, Lovaina, París, México, La Habana. Fue una testigo privilegiada y excepcional de los grandes cambios que ocurrieron en el mundo en la segunda mitad del pasado siglo y lo que va del presente. Ella fue de la generación que buscaba la revolución con deseos de “tomar el cielo por asalto”.
La generación de los 60 vivió una avalancha de cambios en el comportamiento social, en el religioso, en la moda, en la música, en la lucha de las mujeres desde el feminismo político-combativo. La demanda de cambios fue acompañada de enormes e imparables movilizaciones sociales. Mayo de 1968 es un hito en la historia de aquellos movimientos sociales: París fue tomado literalmente por los estudiantes universitarios, hombres y mujeres jóvenes de clase media. Escribieron unas de las páginas más memorables de la época. Ocuparon las calles y las fábricas, protestando contra la institucionalidad oficial.
La protesta era contra un mundo deshumanizado donde el poder establecido robaba las esperanzas y el placer de vivir. Las jornadas de mayo del 68 en París hicieron tambalear al gobierno francés como nunca antes en tiempos de democracia. Era la Europa de los 60. Los años de las minifaldas y la píldora anticonceptiva, símbolos revolucionarios de la liberación. Y lo fue tanto para escandalizar a una sociedad hipócrita mostrando las rodillas y los muslos, como para que las mujeres tuvieran el derecho de decidir sobre sus cuerpos. Era el feminismo como posición política y bandera de lucha.
El pelo largo en los hombres se convirtió en una forma de diferenciarse de la otra generación. Era una forma de mostrar la rebeldía de una juventud que, con su pelo suelto al viento y sus pantalones campana, recorría las calles desafiando la inhibición que imponía el poder establecido a sectores ciudadanos. Estaba prohibido prohibir, se preconizaba el amor libre, se valoraba al individuo contra las instituciones y su aplastante burocracia; y las banderas negras anarquistas y las rojas bolcheviques en las calles sustituían la presencia de la clase obrera. Los grandes anhelos de los jóvenes, como mecha de dinamita, incendiaron al país y traspasaron el viejo continente.
Fue la época del hombre en el espacio, el inicio de las comunicaciones planetarias inmediatas, de la Revolución Cultural china que asombraba al mundo con el Libro Rojo de Mao. Amparados en él, se producían movilizaciones multitudinarias de fanáticos en la búsqueda de una felicidad llena de mitos, de realizaciones colectivistas, tomas de ciudades y del campo, que llegaron a justificar horribles crímenes. En esos años “maravillosos” apareció la revolución musical de los Beatles, Bod Dylan, el rock de los Rolling Stone y otros grupos. Rompieron los cánones de ritmo y las formas de bailar que las generaciones de nuestros padres miraban azorados. En Latinoamérica surgían como hongos las bandas de rock entre los que sobresalieron los “Iracundos”.
Era también los años de la guerra en Vietnam, que logró la solidaridad de los jóvenes del mundo con la heroica resistencia del pueblo vietnamita. Luchaba por su independencia, el derecho a su autodeterminación y por la unidad de su país, frente a la agresión imperialista de Estados Unidos, después de haberse librado del colonialismo francés. Era la época en la que primaba el pensamiento de una izquierda idealizada sin que le hubiera llegado todavía el desgarrador relato crítico y autocrítico de “sus terribles fracasos, oportunismo, traiciones, pasividades” (Apuntes para una historia, La hazaña de la esperanza, Susana Seleme y Rolando Aróstegui, La Hoguera, 2017).
En fin, el mejor homenaje que podemos rendirle a Susana Seleme es seguir el sendero trazado en la defensa del orden jurídico-constitucional, los valores democráticos, la justicia y la libertad.
El autor es jurista y autor de varios libros.