MARCELO AREQUIPA AZURDUY
Hasta el arribo del Chi, la contienda electoral en el que los candidatos discutían entre sí se reflejaba en una disputa personal en la que los tres principales contendientes se atacaban entre ellos: Evo Morales y Oscar Ortiz atacaban a Carlos Mesa, y Carlos Mesa los atacaba a ambos.
Este escenario no evidenciaba una pugna por un nuevo proyecto de país, por un metarrelato utópico, es decir, por nada nuevo que irrumpa en nuestra política. Hasta ahí la discusión era simplemente superficial en el que el juego era ver cuál de los tres se quedaba con el trofeo de ser el más miserable; en un esquema que, en el mejor de los casos, posibilitara un mero recambio de élites, los desplazados de una década atrás jugándose probablemente su última oportunidad de retomar protagonismo y toma de poder.
Hasta que irrumpe un verdadero outsider de la política, quien desde la derecha asciende aceleradamente en base a ideas o puntos polémicos para el debate electoral en general. Esto que pareció inicialmente anecdótico, expresa una tendencia social que aparentemente tiene más largo alcance. Responde a una reacción conservadora a los procesos de democratización social impulsados desde el feminismo, los colectivos LGTB, y una sociedad en la que se procuraba relativizar el poder de lo religioso. Así por ejemplo, el Chi además de expresar el voto evangélico, también recoge el malestar de un conglomerado de varones que se sienten interpelados y amenazados por el lugar increscendo de las mujeres en todos los ámbitos de la vida social.
Sus efectos en el campo político tienden a instituir una división entre lo moral y lo inmoral, fundamentalmente en torno a la defensa de la familia convencional, de los roles tradicionales de género, la recuperación de los valores religiosos como ordenadores de la vida política y social, entre otras. Algo que paradójicamente coexiste con la promoción de un capitalismo popular como versa su eslogan “un gobierno facilitador y un pueblo emprendedor”. De ese modo, el Chi representa una derecha de base más popular interesada en restituir el valor de la tradición, la familia, la autoridad.
En ese marco, la irrupción del Chi busca cambiar las coordenadas en las que se desenvolvía el juego político electoral. A diferencia de los principales oponentes en las encuestas, lo que hace Chi es posicionar en la agenda pública una disputa por valores, su antagónico político no es un candidato en específico, son ellos todos y nosotros en general. Si bien no es aún un otro proyecto político, cabe estar alertas porque podría visibilizar las líneas de esbozo de un otro sentido común. En suma, la emergencia del Chi es menos simple de lo que parece y, en cambio, parece tener un efecto al cuadrado.
Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo
Luciana Jáuregui es socióloga