La naturaleza sabiamente libra, en general, a los padres del tormento de atestiguar la agonía, y aún peor, la muerte de sus hijos. Ello es contra natura.
Así me siento yo estos días al observar, a lo lejos e impotente, cómo se va cayendo a pedazos mi amada ciudad; el objeto de mi más grande dedicación política y profesional, la bendición que recibí al poder servirla y verla prosperar. Pero ya no es más.
La Paz, como Bolivia, se ha debatido entre ser gobernada por el populismo, alojado hoy en su sede de Gobierno, y en su municipio por los últimos 22 años, y su resistencia liberal y estoica de civismo republicano que la ha salvado repetidas veces del desastre total.
En lo político, los “movimientos”, desde el “nacionalista revolucionario del MNR, pasando por el de “izquierda revolucionaria” del MIR, el del “al socialismo” del MAS hasta el de “sin miedo” del MSM, nunca ganaron una elección en la ciudad de La Paz, salvo en un par de veces producto del transfugio de populistas incrustados en candidaturas liberales.
El último alcalde electo antes de la revolución de abril fue un patricio paceño, don Eduardo Sáenz García, el año que nací, 1949. Luego, siguió un largo periodo de alcaldes designados por el Gobierno central, civiles y militares, hasta 1985. Aun entonces los presidentes de la República tenían el cuidado de designar personajes sobresalientes de la época: Paz Estenssoro, a don Juan Luis Gutiérrez Granier y a don Gastón Velasco; René Barrientos, al general (r) Armando Escóbar Uría; y Hugo Banzer, a Mario Mercado Vaca Guzmán, mi ilustre inspirador y mentor. Todos liberales de alto espíritu cívico.
Mario Mercado fue el primer gran visionario edil moderno. Siendo un destacado empresario minero, entendía la importancia de la estructura geológica e hídrica de una joya de ciudad-cuenca surcada por más de 200 ríos y riachuelos. Los estudios que Mercado encomendó a expertos franceses en los años 70 fueron el sostén y la brújula que debieron siempre orientar el crecimiento de La Paz y defenderla de la voracidad de asentamientos y constructores inescrupulosos.
Electo yo democráticamente en 1985, mi prioridad, guiado por Mario Mercado, fue rescatar dichos estudios a través de los profesionales que tenían la memoria institucional de aquellos y recontratarlos de vuelta.
Ese año, 1985, a la par de Bolivia, La Paz se nos moría. Me tocó poner a prueba las políticas de estabilización y reactivación económica que me había tocado elaborar como cabeza del equipo económico del candidato Banzer Suárez, mismas que fueron llevadas a cabo por el presidente Paz Estenssoro en alianza con el líder de ADN.
La Paz se movió rápido y atrajo el apoyo técnico y el primer crédito del Banco Mundial para implementar un programa de recuperación y fortalecimiento municipal que se puso en ejecución durante mis cuatro cortos mandatos discontinuos en la Alcaldía, hasta 1997. El programa liberal de ajuste municipal fue estricto, pero fue sin duda eficaz. Marchó en sintonía con el plan de estabilidad nacional, antecediéndolo en sus medidas de fondo, que fueron exitosamente aplicadas en La Paz.
Por el contrario, al igual que el MAS que ya nos gobierna cerca de otros también ¡veinte años continuos!, la ciudad que nos dejó las cuatro gestiones del MSM y Sol.bo, culminadas por Luis Revilla en 2021, está reflejada en la dantesca destrucción física de una ciudad que se cae de a pedazos.
En 22 años, no lograron fortalecer institucionalmente el municipio y mucho menos dotar a la ciudad de una renovada visión que oriente su futuro; tampoco de una política municipal que evite la situación desastrosa a la que se ha llegado hoy.
La administración municipal de las más de dos décadas, lejos de haber preservado la estabilidad de suelos tan frágil, soltó las riendas de la disciplina urbana y fiscal, urgidos por la necesidad de alimentar a sus dos partidos políticos formados sobre las espaldas del presupuesto municipal que triplicó sin miedo la planilla de empleados a 9.000 funcionarios, a 2021.
¿Qué pasó? Puedo visualizar el principio del desastre, cuando la Alcaldía perdió su capacidad coercitiva para evitar el abuso y descontrol de los asentamientos y construcciones ilegales. Fue a raíz de la demolición precipitada y autoritaria de una vivienda en la zona Sur, ordenada por el alcalde, que, apelada ante la justicia, obligó a la Alcaldía a pagar una cuantiosa indemnización de casi 20 millones de bolivianos. Peor aún, con la sentencia judicial, la municipalidad, quedó debilitada en su facultad de demoler edificaciones ilegales. Ese fue el origen del descontrol urbano que observamos hoy.
Estamos pagando la consecuencia de haber abandonado la inversión en prevención de riesgos, la más cara y urgente en una ciudad como La Paz, a favor del populismo urbano de dejar hacer y dejar pasar, en búsqueda de adhesión y popularidad, sin miedo a las consecuencias, por las que hoy cargan la responsabilidad política. Las “cebras” y los “pumas” son importantes si antes se ha asegurado la estabilidad de los suelos y se ha hecho respetar la normativa de “uso de suelos y de patrones de asentamiento”. Ese es el balance del régimen populista municipal. Situación que arrastra la administración actual que no logra revertir la caída ni frenar la corrupción ya sistémica.
¡Salvemos nuestra bella ciudad! el sujeto de mis sueños y recuerdos de infancia y juventud, el objeto de mi dedicación apasionada como alcalde, la fuente de mis recuerdos más dulces plasmados en el teleférico, los puentes transversales, y el “Busducto” que tanto añoré; y fundamentalmente en el orden urbano y la armonía social que siempre debimos cuidar para poder volver a decir: ¡Oh linda La Paz!
El autor es catedrático, exalcalde de La Paz y exministro de Estado.