MARKO A. CARRASCO LUNDGREN
Uno de los hechos más duros del genocidio de 1994 en Ruanda¹, en el cual 75% de la población tutsi fue exterminada en manos de un gobierno hegemónico hutu, fue el rol ejercido por la radio RTLM. Apoyada por el gobierno desde su fundación y previamente al genocidio, la emisora promovió la división y el odio racial utilizando música y programas de humor/opinión cargados de una retórica racista. Refiriéndose sistemáticamente a los tutsis como “cucarachas”, durante la masacre, RTLM acabó transmitiendo mensajes en los que se convocaba a exterminar a los tutsis en una “guerra final”.
Casi un año atrás, durante un congreso de las “bartolinas” en El Alto, después de mostrar en una pantalla gigante mensajes de odio en Twitter hacia el presidente Morales, el vicepresidente García Linera le decía a su audiencia: “Ellos quieren convertir a Bolivia en un país de cinco gringos, de cinco chocos solamente (…) cuando atacan a Evo los atacan a ustedes, porque están insultando la pollera, el poncho, el aguayo. Les insultan a ustedes, a sus hijos, a sus madres, a sus nietos…”.
Irónicamente en diciembre de 2005, en una entrevista con BBC Mundo, ante la pregunta de si él era el cerebro detrás del trono del MAS, el mismo hombre respondía: “Es una exageración. Yo he aportado - de manera sencilla y humilde - compromiso, producción intelectual... Y diría que puentes con los sectores sociales. Yo me considero simplemente un intermediario cultural entre los sectores indígenas populares y las clases medias. Soy un traductor más que un inyector de algo. Traduzco de otra manera lo que sale con un lenguaje fuerte, histórico. Hasta ahí llegaría mi aporte”. Si bien ante lo anterior es difícil no preguntarse quién es realmente esa persona, no se trata de discutir sobre la identidad del Vicepresidente, si no de reflexionar sobre los peligros a los que como comunidad nos exponen ciertas personas.
¿Qué es el discurso peligroso? Es toda forma de expresión (oral, escrita o gráfica) que aumente potencialmente el riesgo de que una audiencia apruebe o participe en actos de violencia contra miembros de otro grupo. Es empíricamente constatable – aunque no generalizable aún - que incluso en sociedades completamente diferentes en cultura y forma de gobierno, las retóricas divisorias y generadoras de miedo aumentan antes de los brotes de violencia masiva. Estas retóricas son señales de que estamos ante discurso peligroso y se manifiestan principalmente como dos elementos: el primero es la deshumanización, que es concebir y referirse al adversario como todo menos como un ser humano (Ej.: raza maldita, vende patrias, cáncer, gusanos, lacra, llamas, q’aras, etc.), lo cual hace que esté bien deshacerse del mismo; lo segundo se conoce como “acusación espejo” y se trata de decirle a la gente que la violencia proviene/provendrá irremediablemente del lado opuesto. Ambos elementos crean una idea de que la violencia no sólo es justificable, si no necesaria.
¿Cómo podemos ampliar el debate sobre temas centrales (innovación y educación, tecnología, justicia restaurativa, sostenibilidad ambiental, seguridad alimentaria, migración, etc.) y avanzar cuando desde el poder intencionalmente se enarbola un discurso peligroso? Para seguir combatiendo la violencia estructural, es decir, para seguir reduciendo la brecha entre lo que somos y lo que potencialmente podemos ser como país, los que gobiernan deben comprender que quienes reconocen los aciertos de estos últimos 13 años y que critican los errores abiertamente, sin miedo, han elegido la vía no violenta para hacer sentir su posición. Esto último se ilustra claramente en palabras de Rafael Puente, quien en una entrevista hace poco decía que una de las mejores frases que le escuchó decir a Evo el año 2008 fue: “(…) a los que piensan diferente que nosotros, los tenemos que convencer, no los tenemos que vencer”.
Hoy en día quienes promueven como única alternativa esa suerte de dualidad polarizante, son quienes promueven la violencia, porque son claramente quienes se beneficiarían de ella en un futuro, la ecuación no es tan compleja. No alcanzan a ver que el presente no demanda anteponer la ideología de turno, si no entender que reconducir y renovar este proceso implicará interdependencia y que las partes en cuestión no podrán existir la una sin la otra.
El mismo vicepresidente de hoy, casi 15 años atrás, postulaba que los cultos a la personalidad surgen en sociedades con un tejido social relativamente débil; enalteciendo la capacidad asociativa boliviana - traducida en el sindicato, el gremio, la federación – el mismo tipo que hoy en día utiliza el miedo como instrumento ante grandes ampliados, nos decía que esa pluralidad de la sociedad civil limita la formación de caudillismos excesivamente centralistas. ¿No fueron acaso esas ideas las que nutrieron este proceso en un inicio?
Quienes han elegido la vía pacífica, aquella que no se encuadra en una lógica binaria y simplista de la realidad, son quienes comprenden que nuestra sociedad tiene una forma de abordar el conflicto más relacional que procedimental; ante el conflicto, primero pensamos en quién podría ayudarnos a resolverlo que en cómo resolverlo realmente. Muchos podrán ver una limitación en esto, cuando se trata en realidad de una fortaleza que habla de nuestra capacidad asociativa y de solidaridad. Quienes están conscientes de que debemos normalizar el conflicto y des-normalizar la violencia, saben que debemos crear constantemente oportunidades para que la sociedad considere y valore la respuesta no violenta ante una disputa en todo nivel. Quienes han venido a este mundo, no a caminar sobre flores ni tampoco a combatir, saben que no se trata de morir por una causa, si no de elegir vivir por una.
En “El Grito Manso” P. Freire decía que los seres humanos somos inacabados y que es precisamente en esa radicalidad donde reside la esperanza de poder ser algo más, de ser mejores a través de nuestro trabajo. Hay que saber proteger esa esperanza.
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¹ Aunque no existe certeza sobre el número de víctimas, se calculan ochocientos mil muertos y dos millones de personas desplazadas fuera del país en exilio.
Marko Carrasco Lundgren es investigador y practicante en el área de transformación de conflictos