Desproletarización, prebendalismo y servilismo han terminado por convertir a la Central Obrera Boliviana (COB) en un caricaturesco remedo del sindicalismo revolucionario y democrático que caracterizó sus mejores días.
Lo primero fue producto tanto del despido masivo de los trabajadores de la Corporación Minera de Bolivia por la caída de los precios internacionales del estaño y la aplicación del programa de ajuste estructural en 1985, como de la consiguiente recomposición registrada en el mundo laboral, pero también de la inadecuación del clasismo frente a las demandas de integración campesinas y de sectores medios a esa organización obrera. Lo otro es ante todo fruto de la abierta cooptación a que el gobierno de casi 14 años sometió a la COB al igual que a otros sindicatos.
Nacida al calor de la victoria revolucionaria de abril de 1952, reemplazó desde el día 17 de ese mes a la poco trascendente Confederación Sindical de Trabajadores de Bolivia que existía por entonces. En sus primeros años, sus principales dirigentes pertenecieron al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y algunos hasta fueron ministros con ese partido, sin olvidar que su histórico líder, Juan Lechín Oquendo, fue vicepresidente de Víctor Paz Estenssoro entre 1960 y 1964.
Ese inaugural desconocimiento de su declarada independencia política permitió a la COB, sin embargo, incidir en la adopción de medidas tan importantes como la nacionalización de las minas.
Esa sujeción al “movimientismo” desembocaría luego en una ruptura y comenzaría poco después la etapa de los autoritarismos militares que proscribieron al sindicalismo o lo falsificaron, como cuando el dictador Hugo Banzer creó las “coordinaciones laborales” a su servicio. Lechín pasó mucho tiempo entre la cárcel y el exilio, hasta que retornó al país en 1978, momento en que la democracia volvía a avizorarse en el horizonte político.
La COB, reestablecida, entró de lleno en la lucha por la reconquista de las libertades. Ese fue, probablemente, el segundo y último momento –con posterioridad al de la revolución nacionalista– en que la organización aglutinó de manera efectiva a los sectores obrero-populares y expresó el sentir y las aspiraciones de una mayoría social.
Restituida la democracia en octubre de 1982, Lechín llevó a la COB a enfrentarse cotidianamente con el gobierno centro-izquierdista de Hernán Siles Zuazo, su antiguo adversario en el MNR, hasta que las fuerzas neoconservadoras –los partidos de Paz Estenssoro y Banzer, así como la gran empresa privada–, consiguieron quebrantar al Frente de la Unidad Democrática y Popular que, debilitado ya por un incontrolable proceso hiperinflacionario que empezó en 1981, adelantó las elecciones nacionales.
En 1985 Paz Estenssoro asumió la presidencia y en corto tiempo hizo un acuerdo político con Banzer. Ese año vino la “relocalización” de más del 80% de los trabajadores de la minería estatal junto a la aplicación de la liberalizadora “Nueva Política Económica”. La COB vio disminuir su fuerza más importante, la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, y con ella su protagonismo político. Y en 1987 no sólo que una renovada conciencia campesina se enfrentó al predominio proletario por la dirección de la organización sindical, sino que Lechín dejó la secretaría ejecutiva que había ocupado por más de 3 décadas.
Los años siguientes fueron de sobrevivencia y de un franco como progresivo deterioro. Para mediados de la década de 1990 la realización de un congreso en El Alto con auspicios de Coca Cola, símbolo icónico del “imperialismo”, fue un claro indicador de la situación en que se encontraba la COB y de su pérdida de rumbo. La irónica condecoración que Banzer, reconvertido en presidente demócrata, entregó a un octogenario Lechín, fue otra señal equivalente. La organización obrera no llegó en pie al nuevo siglo, lo que facilitó su posterior reducción a uno más de los “movimientos sociales” que el gobierno que se instaló en enero de 2006 utilizó como instrumentos para darse “popularidad”.
La historia reciente es más conocida. El objetivo fundamental cobista de “defender los derechos e intereses de los trabajadores oprimidos y explotados del país”, así como los principios por los que la organización no aceptaría “intereses contrarios a la clase obrera” y mantendría la “independencia política de clase” han sido claramente traicionados por las últimas dirigencias que, es obvio, dejaron de ser parte del proletariado y debieran ser sancionadas según reza el régimen disciplinario de su estatuto.
La COB, además de su dignidad, perdió representatividad, convocatoria y sentido democrático. Ahora aparece como ejecutora de acciones homicidas (bloqueos contra la salud) y suicidas (contagios masivos de sus “bases”) ordenadas por el grupo del ex gobernante fugado. Ese camino irracional y rastrero marca un claro retroceso respecto a la repentina y corta lucidez que tuvo su dirigencia la mañana del domingo 10 de noviembre pasado, cuando pidió al después huido personaje que renuncie a la presidencia ante el indefendible fraude electoral que insistía en negar.
La vieja COB, la verdadera, no necesitaba de “guardatojos” en las cabezas de su comité ejecutivo ni tenía que acudir a la efigie del Che Guevara para sentirse y mostrarse revolucionaria. Pero fue tomada por nuevos falsificadores y oportunistas que la condujeron a su actual debacle.
Había una vez una Central Obrera Boliviana. Hoy parece ya tarde para que alguien intente hacerla rebrotar de sus cenizas.
Erick R. Torrico Villanueva es especialista en Comunicación y análisis político
Twitter: @etorricov