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Opinión

Gustavo Gutiérrez

24 de Octubre, 2024
CARLOS DERPIC
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A finales de los 60 y durante los 70 del siglo pasado, América Latina vivía tiempos interesantes. Por una parte, una realidad de inocultable pobreza, marginación y exclusión de las mayorías; por otra, la vigencia de dictaduras de diverso tipo, unas en América Central y otras de la seguridad nacional en el Cono Sur de Sud América. También se vivía un contexto de una cultura de dominación y dependencia económica.

Pero también una época en la cual fueron surgiendo varias teorías, en diversos ámbitos, que se apartaban de los cánones europeos o norteamericanos. En efecto, surgió una teoría económica para la liberación (dos Santos, Jaguaribe, Cardoso y Faletto); la Teología de la Liberación (Gustavo Gutiérrez, Leonardo y Clodovis Boff, Pedro Casaldáliga, Hugo Assmann, Juan Luis Segundo, Ignacio Ellacuría, Jon Sobrino, Ronaldo Muñoz y varios otros); la Filosofía de la Liberación (Enrique Dussel, Horacio Cerutti, Pablo Guadarrama y Euclides Mances); la Pedagogía de la Liberación (Paulo Freire); y la Crítica Jurídica (de la Torre Rangel, Correas, Ludwig, Cárcova, Novoa Monreal, Jacques, Moncayo, Rodríguez Garavito, García Villegas, Burgos y varios otros más). 

La Teología de la Liberación, plasmada en la opción preferencial por los pobres,  fue fruto de un largo caminar, marcado por varios acontecimientos: La revolución cubana, el fracaso del desarrollismo, el golpe militar brasileño, el pensamiento de católicos europeos como Jean Ives Calvez, Chardin, y otros, la experiencia de Camilo Torres y la de otros cristianos en movimientos guerrilleros, la crisis del apostolado laico y de la Democracia Cristiana, el surgimiento de las izquierdas cristianas y de grupos sacerdotales comprometidos en la lucha contra la injusticia, la ruptura de China y la URSS, la ruptura cubano – soviética, la división de la izquierda en América Latina, nuevas formas de represión, la irrupción de los pobres en la Iglesia, la experiencia de mayo de 1968 en Francia, la revolución cultural china.

Parte de esos acontecimientos fue el Concilio Vaticano II y en este contexto se dio la reunión de obispos de Medellín en 1968, que fue considerada como el momento en que la Iglesia Latinoamericana alcanzó su mayoría de edad.

Fue un paso de una iglesia monopólica y monolítica hacia una pluralista y ecuménica; de una Iglesia de dogmas y amenazas hacia una iglesia con más amor y esperanza; de una Iglesia objeto a una iglesia sujeto; de una Iglesia habituada a desconfiar de los movimientos populares a una iglesia cada vez más activa en la lucha contra la injusticia; un paso de la acción asistencial para los pobres a una iglesia de los pobres y por los pobres.

En 1977, Gustavo Gutiérrez publicó su famoso libro “Teología de la Liberación. Perspectivas”, razón por la cual se le considera como el padre de dicha teología, aunque, como se dijo anteriormente, el surgimiento de esta Teología fue fruto de una serie de acontecimientos y del accionar varios sacerdotes y algunos laicos.

Con poco que se revise la historia de la Iglesia latinoamericana de aquellos años, se evidenciará que la Teología de la Liberación no surgió en ningún Congreso, Concilio o Asamblea, y no vio la luz ningún catecismo ni agenda a la cual debían someterse los católicos. Fue, como señala Gutiérrez, un intento por trascender (no eliminar) dos de las tareas clásicas de la teología: 1) La teología como sabiduría, correspondiente a los primeros siglos de la Iglesia, estrechamente ligada a la vida espiritual y consistente en una meditación sobre la Biblia; y 2) La teología como saber racional, correspondiente a la época de Santo Tomás de Aquino, durante la cual y al interior de categorías aristotélicas, se pudo calificarla como “ciencia subalterna”. 

La reflexión crítica sobre la praxis, que se dibuja y afirma en los años 60 del siglo pasado, tiene raíces antiguas, como la teología agustiniana de “La ciudad de Dios”, verdadero análisis de los signos de los tiempos y de las exigencias que ellos plantean a la comunidad cristiana; y más antiguas aún, si se revisa la práctica de los profetas del Antiguo Testamento.

Gustavo Gutiérrez fue un militante de la Teología de la Liberación y desarrolló su labor como sacerdote del clero secular en “pueblos jóvenes” de Lima y, cuando en la década de los 90 se nombró cardenal de Perú a un miembro de Opus Dei, decidió hacerse miembro de la Orden de los Predicadores, en la cual se mantuvo hasta el fin de sus días.

Escribió varios libros, entre los cuales se puede mencionar “Beber en su propio pozo”, “La espiritualidad de la liberación”, “Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente”, “La densidad del presente”, “La fuerza histórica de los pobres” y un balance del Concilio Vaticano II a los 50 años de su realización.

En 1986, en Montevideo, en una reunión de abogados católicos que trabajaban en Derechos Humanos, dio muestras de su preocupación por los excluidos o ignorados cuando afirmó que, para que Bolivia sea noticia en diarios importantes de la propia América Latina, debía producirse algo muy fuerte como la masacre de Todos los Santos. De otro modo, Bolivia (lo mismo que otros países pobres) permanecería ignorada.

Dos años después, en Lima, le escuché decir algo que me conmovió profundamente y que, hoy, tantos años después, sigue despertando mi admiración. Dijo que la Resurrección era la muerte de la muerte y la trascendencia a otra realidad.

Gracias por tu ejemplo de vida, por tu compromiso y entrega, Gustavo. Descansa en paz.

El autor es abogado