Luis García Meza y Luis Arce Gómez encabezaron el sangriento golpe militar, que derrocó al gobierno de la presidenta Lidia Gueiler Tejada, y ha quedado patentado como el golpe de los coca-dólares. El 17 de julio de 1980 culminaba todo un plan destinado a desestabilizar por completo el sistema democrático, cuyos componentes centrales fueron, por un lado, el copamiento de los mandos castrenses vía la insubordinación y, por otro, el despliegue de una implacable y criminal escalada terrorista que iba desde los atentados dinamiteros hasta los asesinatos ejecutados por grupos armados irregulares organizados por los mismos jefes militares gestores del alzamiento armado.
El movimiento subversivo comenzó muy temprano en Trinidad e inmediatamente se convirtió en un típico golpe de Estado, dirigido por la cúpula castrense y ejecutado por grupos irregulares que asaltaron el Palacio de Gobierno, la sede de la COB y los principales medios de comunicación social. Los golpistas se habían encargado de planificar y generar las condiciones para la instalación del gobierno de facto, calificado como el más delincuencial y antidemocrático del siglo XX.
En el histórico juicio de responsabilidades que lideró, Juan del Granado, se estableció que para la producción del golpe se procedió a la organización de grupos armados irregulares, estructurados secretamente en el Departamento II del Ejército, bajo la conducción directa de Luis Arce Gómez. Estos grupos criminales ejecutaron múltiples atentados desde la puesta de bombas en locales públicos y domicilios particulares, hasta la perpetración del asesinato del religioso Luis Espinal, la explosión de una granada de guerra en una pacífica manifestación política y el atentado contra una avioneta en la que viajaban dirigentes políticos, entre ellos, Jaime Paz Zamora, con un saldo monstruoso de heridos y muertos y creando un clima de amedrentamiento, inseguridad y terror colectivos, jamás visto en el país.
Los paramilitares de Arce Gómez habían llegado a la COB (donde estaba reunido el CONADE) en ambulancias de la Caja Nacional de Salud, sabiendo que allí mismo trasladarían los cuerpos de sus presas. En esas ambulancias se llevaron a decenas de detenidos, brazos sobre la nuca, los cargaron a empujones, amontonados como leña. La escritora Cecilia Lanza Lobo, describe que en la COB los asesinos parecían perros en cacería (El color de las ovejas negras, 2023). Llevaba la batuta uno de los consentidos de Arce Gómez, tan desquiciado como él, apodado el “Mosca”. Fernando “Mosca” Monroy era usado como agente provocador del ministerio del interior hasta que en 1979 fue encarcelado acusado de asesinato. El jueves rojo (día del golpe) lo soltaron para ponerlo al frente de las bandas paramilitares; eran los encargaron del trabajo sucio de los golpistas. El Mosca estaba como perro desatado, eufórico y feroz. Después del asalto y la masacre que realizaron en la COB, siguieron rumbo al Palacio de gobierno sembrando el terror en la población civil.
El economista Pablo Ramos escribió que la mafia internacional dedicada al tráfico de cocaína tuvo influencia determinante en el golpe de Estado (Radiografía de un golpe de Estado, 1983). El gobierno de facto de Luis García Meza fue uno de los capítulos más tenebrosos de la historia de Bolivia, que ha estado signada por trágicos acontecimientos, pero nunca había sido sometida a narcotraficantes internacionales, convertidos en hombres de Estado, que tenían a su merced la vida y la honra de todos los bolivianos. La presencia militar en los niveles máximos de decisión política hacía muy difícil diferenciar a los militares que participaban por disciplina y aquellos que formaban parte de la mafia.
El régimen militar (que pronosticaba quedarse 20 años en el poder comiendo carne y chuño) logró vencer la resistencia interna pero no ocurrió lo mismo con la comunidad internacional, que lo bloqueó y acusaba además de estar ligado al narcotráfico. El influyente periódico “Washington Post” afirmó que el principal motivo del golpe fue el miedo de los generales a perder millones de dólares procedentes del narcotráfico. Las denuncias estaban dirigidas en contra de Luis Arce Gómez, a quién el programa televisivo “sesenta minutos” del periodista Mike Wallace de los EE.UU. lo bautizó como el “ministro de la cocaína”. En fin, los golpistas salieron del poder, pero el narcotráfico se quedó…
El autor es jurista y autor de varios libros.